La fiebre de las gasolineras no baja

La fiebre de nuevas gasolineras no baja a pesar del descenso de los rendimientos, pero hay indicios de que el sector puede estar al borde de la saturación. Si en 1994 había en Cantabria 39 gasolineras hoy se han rebasado las 80 y hay una decena más en trámite de apertura. Una cifra aparentemente disparatada si se tiene en cuenta que el consumo de combustible apenas ha variado en estos cinco años y el parque regional de vehículos es de 250.000 unidades.
El secreto del negocio está en los servicios complementarios y en las expectativas de ser adquirido por otra compañía más fuerte. Superar los trámites administrativos que conlleva la instalación de una nueva gasolinera es largo, tedioso, complicado y, a veces, aleatorio. Por eso, como en el caso de los hipermercados, una licencia se ha convertido en un valioso objeto de transacción. Una gran compañía prefiere no perder demasiado tiempo y comprar la licencia ajena, al menos hasta ahora. Las grandes petroleras empiezan a ser mucho más selectivas en sus compras y han moderado su voracidad. La razón es doble: por una parte, se ven ante la amenaza de una posible actuación del Tribunal de Defensa de la Competencia, dado que han acumulado cuotas de mercado muy elevadas (Repsol tiene en Cantabria 8 estaciones de servicio propias y abandera la mitad de las ajenas). Por ese motivo prefieren menos estaciones de servicio con mucha venta que muchas de poca facturación. Por otra parte, las grandes compañías ya no disponen de una liquidez ilimitada. Las compras de empresas en el exterior han reducido sensiblemente su capacidad inversora interior, que tardará años en recuperarse.
Pero aún hay una razón más: empiezan a vencer los contratos de abanderamiento (Repsol tendrá que renovar unos 800 este año) y eso va a dar lugar a una dura renegociación de las condiciones cuyos resultados aún no pueden preverse.
La multiplicación de gasolineras no responde a un incremento de la demanda y ha provocado un efecto de saturación. Las pocas zonas estratégicas que quedaban por ocupar en Cantabria no sólo se han cubierto, sino que se saturan. En Soto de la Marina, donde había una necesidad real, ahora hay tres estaciones de servicio. En la carretera de Solares a Hoz de Anero habrá cinco gasolineras en siete kilómetros. La competencia afecta a todos, pero especialmente a los más débiles que se ven obligados a sustituir la mano de obra externa por trabajo familiar.
La mayoría buscan completar los ingresos con otras actividades anejas (quiosko, comidas, regalos, cafeterías…) pero a cambio el potencial de ingresos de otros productos tradicionales se va perdiendo, como ocurre con el aceite, donde las grandes superficies ganan la partida, sin contar con que ya quedaron atrás los tiempos en que los automóviles debían renovarlo cada 3.000 km. Ahora la mayoría de los coches sólo ha de cambiarlo cada 10.000 kilómetros y, además, emplea menos cantidad.

El precio de la gasolina

Es seguro que 1999 fue un buen año para los vendedores de coches, pero los propietarios de gasolineras independientes estaban deseando que se acabase, sobre todo en Cantabria, porque en noviembre y diciembre a la creciente competencia que reduce los volúmenes servidos se ha unido un brusco estrechamiento de los márgenes. Las razones de esta evolución son complejas, pero básicamente hay que buscarlas en el IPC. El Gobierno encontró la colaboración de alguna gran petrolera ante el desbordamiento de precios y esa política de contención acabó influyendo sobre todo el sector que, a pesar del progresivo encarecimiento de la gasolina, ha estado vendiendo unas cinco pesetas por debajo de los precios teóricos.
Los empresarios de gasolineras han aprendido a calcular con gran exactitud el precio al que las compañías les suministrarán la gasolina o el gasoil en función de las cotizaciones en las refinerías y los consabidos impuestos (unas 66 pesetas en litro para la gasolina y unas 44 para el gasoil). Pero las cuentas a partir de noviembre no salían. El precio final no era coincidente con la suma de costos y en un sector donde no existen regalos, comenzaron las sospechas de que una gran petrolera (algunos ponen el nombre de Repsol) había aceptado un pacto gubernamental para aliviar al Gobierno de José María Aznar de algunas décimas añadidas en el IPC. A cambio de las pérdidas causadas por ese favor (retrasar las subidas a enero) sería recompensado con alguna medida equivalente como, se rumorea, un retraso en la liquidación de los impuestos especiales que le permitiría resarcirse por vía financiera.
Basta que una gran compañía tome la decisión de aplicar un precio inferior para que el resto se vea obligado a secundarle. Las petroleras se resignaron a sostener los precios hasta enero, a pesar de la insistente subida del crudo en origen.
La colaboración forzada de las petroleras no impidió que el IPC anual se disparase hasta el 2,9%, una cifra inesperada para el Gobierno y con graves consecuencias económicas, dado que no sólo obliga a una revisión de pensiones o de numerosos convenios, sino que condiciona la negociación de los nuevos, el salario de los funcionarios y un sinfín de efectos encadenados más.

Un nuevo retraso

Aparentemente, el problema se arreglaba con una serie de subidas escalonadas y sin pausa en el primer trimestre del 2000, pero cuando las compañías quisieron resolver en febrero el desfase que aún tenían con una subida de cinco pesetas, el Gobierno volvió a echarse las manos a la cabeza: Una medida tan impopular antes de las elecciones podía tener un efecto demoledor, y las petroleras aceptaron aplazar el cobro para más adelante. Un problema más grave de lo que parece para unas compañías muy endeudadas (Repsol todavía necesita digerir el gran esfuerzo realizado para la compra de la YPF argentina).
Esta concatenación de circunstancias que han demorado las subidas permitían suponer que después de las elecciones se abrirían las compuertas a una fuerte subida de precios pero las petroleras ni siquiera esperaron a entonces y han estado aplicando la política de una peseta más cada semana, de forma que del 19 de febrero al 19 de marzo ha subido una media de cinco pesetas y el propio Gobierno ha anunciado que, a pesar de la caída del precio del crudo, los combustibles seguirán subiendo durante algunas semanas más.

Mayor competencia en Cantabria

En Cantabria la situación es aún más compleja, como consecuencia de la fuerte competencia en precios que introduce una estación de servicio ubicada en Muriedas. La política de precios aplicada por su propietario, Víctor Sáinz de la Maza, que en muchas ocasiones se sitúan cinco pesetas por debajo de la media del sector, de alguna manera fuerza al resto a secundarle para evitar que la diferencia resulte aún más llamativa. Como consecuencia, Cantabria se ha convertido en la provincia con el combustible más barato y así aparece en cada una de las comparativas nacionales que organizan las asociaciones de consumidores.
La región se ha convertido en el exponente de que la competencia existe en el sector, a pesar de las críticas de los consumidores, y probablemente pueda achacarse a la persistencia de un número elevado de estaciones de servicio independientes (25), que lleva a la mayoría de los empresarios del sector a situarse en la banda más baja de precios. Una circunstancia de la que el automovilista no suele ser consciente dado que lo único que observa es cómo el precio que figura en el poste es cada vez mayor, marcando cada semana un nuevo récord histórico.

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