El Puerto Franco cumple cien años convertido en Zona Franca
Ocupado al 100%, busca un nuevo emplazamiento donde poder acoger las empresas que se muestran atraídas por su régimen fiscal
La Zona Franca quiere superar los límites del recinto que delimitaba el Depósito Franco, después de encajar casi con calzador dos grandes depósitos de 3.257 m3 cada uno que han saturiado su espacio en el puerto. La celebración del centenario de su nacimiento como Depósito Franco no ha servido para concretar donde se hará la ampliación –en otro recinto cerrado dentro o fuera del Puerto– pero sí para dejar constancia de que esas ventajas aduaneras atraen a muchas empresas.
Ppoco antes de concluir la I Guerra Mundial, un grupo de empresarios santanderinos impulsó la creación de un puerto franco, para impulsar los tráficos de importación y exportación. Cuando finalmente el Consejo de Ministros de la época aprobó la creación del Puerto Franco de Santander, el 11 de agosto de 1918, optaron por ubicar el recinto en un descampado relativamente alejado del puerto, pero idóneo para el movimiento de mercancías hacia la Meseta. En 1923 se levantaron las primeras instalaciones.
Un siglo después, el recinto ya no da más de sí, está completamente rodeado por unas instalaciones portuarias, que han llegado mucho más al sur, y aquel puerto franco se ha convertido en zona franca, un concepto no muy distinto pero con mucho más recorrido, ya que permite que las ventajas arancelarias se pueden extender a otros lugares.
El puerto franco creó un espacio aduanero diferenciado, en el que se pueden introducir toda clase de mercancías, de cualquier procedencia o destino y en cualquier cantidad. Allí pueden permanecer por tiempo ilimitado hasta que su titular quiera darle un destino definitivo (la entrada en el espacio aduanero nacional o la reexportación). Durante su estancia en el depósito franco –y ahora en la Zona Franca– las mercancías no están sometidas a derechos de importación, gravámenes interiores ni medidas de política comercial, porque se considera que no han entrado en el territorio nacional, al menos fiscalmente.
Tanto el Puerto Franco como el régimen aduanero se mantuvieron incólumes durante casi un siglo, superando los avatares históricos que padeció el país y el continente en este tiempo. Durante décadas, los principales beneficiarios de este régimen fiscal fueron los importadores de productos coloniales (cacao, azúcar, maderas…) y los de cereales, sobre todo en los años 60, cuando el Depósito Franco vivió sus momentos de mayor esplendor, como explicó en la conmemoración del centenario su actual presidente, Modesto Piñeiro, gracias a los tráficos con la Meseta.
Lo que no pudo eludir el recinto, y lo recordó su responsable, Fernando Cámara (delegado especial del Estado en la Zona Franca de Santander) fue la nueva normativa comunitaria que obligaba a la desaparición de los puertos francos o a su transformación en zonas francas, y el de Santander ha sido el primero del país en adaptarse y en uno de los pocos que lo ha hecho hasta el momento.
Después de muchos trámites ante Aduanas, en agosto de 2016, el Ministerio de Hacienda autorizaba la Zona Franca de Santander, administrada por un consorcio de derecho público que, en la práctica, no dista del que gobernaba el Puerto Franco.
A los servicios que ya ofrecía el Depósito Franco (almacenaje, manipulación, mantenimiento de mercancías, cargas, descargas, clasificación, consolidación…), la Zona Franca ha añadido un carácter espacial menos restringido. La Zona permite recrear las mismas condiciones aduaneras en otro espacio cerrado que ni siquiera tiene que estar dentro del puerto. El consejero de Innovación, Francisco Martín, reiteraba durante el acto del de conmemoración del centenario su interés por utilizar esa condición de zona franca en el futuro polígono de La Pasiega, lo que añadiría otro elemento decisivo para su éxito.
En España solo hay siete zonas francas, algunas tan importantes para su entorno como las de Barcelona, Vigo o Cádiz, y no se crearán muchas más. Esa es una ventaja muy significativa para el puerto de Santander y para la región, aunque no podrá aprovecharse hasta que se cree un nuevo espacio o se amplíe el actual recinto del puerto, donde los 15.000 m2 de naves y seis depósitos saturan todo el suelo disponible.