Política espectáculo
España es un país de contradicciones, pero no entre opuestos sino de cada uno de nosotros consigo mismo. Basta ver a partidos que se escandalizan por los precios de la energía lanzados a poner iluminación navideña a todo trapo. Los ayuntamientos han competido entre sí por ver quién tenía más bombillas, movidos por el éxito popular del alcalde de Vigo, al que el papanatismo lleva en volandas. Da igual lo que ocurra en el día a día, lo importante es salir en el Telediario por algo que no tienen los demás, y ese virus es más contagioso que el omicron, así que no dudan en derrochar kilovatios como posesos. ¿Quién dijo que la electricidad es cara? Será para los que la pagan de su bolsillo, deben pensar.
A su vez, los presidentes autonómicos acuden solícitos a Madrid para decidir medidas contundentes contra una oleada de covid más imparable que las anteriores, y todo lo que se les ocurre, tras una sesuda reunión con Sánchez, es exigir el uso de mascarillas en las calles. Son los mismos que en sus comunidades no se atreven a poner restricciones a locales donde la gente se concentra a su libre albedrío sin mascarillas.
Pero tampoco son los únicos inconsecuentes. Llevamos pasado año y medio reclamando que las medidas a tomar sobre la covid queden reservadas a los expertos y ahora aceptamos mansamente que la decisión final esté en manos de los jueces. Ellos han sido los que han determinado, en Cantabria y en otras autonomías, cuándo el número de infectados justificaba las restricciones y cuándo no, tumbando los decretos de los gobiernos locales sin ningún complejo. ¿Para qué necesitamos científicos?
Por su parte, Pablo Casado lanza una andanada contra Garamendi y anuncia que se está pensando llevar al Tribunal Constitucional el decreto que plasma el acuerdo sobre la reforma laboral. El líder del PP, airado por la baza conseguida por Pedro Sánchez, sostiene que las medidas aceptadas por la CEOE son “todo lo contrario de lo que necesita el país”. De sus palabras cabe deducir que el presidente de los empresarios españoles es un inconsciente o se ha pasado con armas y bagajes al bando de los sindicalistas, lo que no parece probable. Pero el ingrediente realmente extravagante en este asunto es que el acuerdo tenía la bendición de Fátima Báñez, que como ministra diseñó la reforma laboral hasta ahora vigente y que en la actualidad presta sus servicios en la CEOE.
Tampoco es fácil entender que los pequeños ganaderos salgan en defensa de las macrogranjas –su auténtico rival, al producir a un precio mucho menor– salvo por la oportunidad de darle una patada en el culo al ministro Garzón.
Incluso las nuevas estadísticas son contradictorias en su propia esencia. Estamos a punto de alcanzar la cifra histórica de 20 millones de españoles trabajando y el empleo crece más deprisa que el PIB. ¿Cómo se come eso? ¿Están contratando los empresarios por encima de sus posibilidades? Cabe dudarlo y, por tanto, debe haber otras explicaciones. Por ejemplo, que una buena parte de este empleo reciente lo ha creado la propia Administración (sanitarios, docentes…), donde los criterios no son estrictamente económicos, y el resto, el sector hostelero, en el que prima el empleo de bajo valor añadido y de jornada reducida. Estos puestos de trabajo que se generan en la parte inferior de la pirámide salarial están reemplazando a los que desaparecen en la parte superior, los de la banca, que se desprende de personal a uña de caballo, o los de quienes se jubilan en otros sectores, muchísimo mejor remunerados que los recién llegados. Por tanto, aunque haya que felicitarse de estar generando más puestos de trabajo que nunca, deberíamos estar preocupados por nuestra incapacidad de producir empleos que se correspondan con la cualificación de quienes ven a ocuparlos. Si necesitamos cada vez más personas por cada unidad de PIB, mal vamos.
Tanta contradicción le da la oportunidad a cada uno de construirse el sofisma que más le interese, especialmente a los tertulianos, pero hastía e impide ver con una mínima lucidez las salidas a la crisis política, económica y de valores en que vivimos. Mientras los medios no acepten bajarse del carro de la información-espectáculo, seguiremos completando nuestros másteres domésticos en virología y vulcanología, cuando en otros países –gestionen mejor o peor la pandemia– hace tiempo que lo dejaron para las páginas de interior y se centran en la postcrisis. A nosotros nos consuelan con bolitas y luces de navidad.
Alberto Ibáñez