40 años de Autonomía: ¿Con Castilla y León hubiese sido mejor?
Cuarenta años después de obtener la condición de región autónoma, es difícil discutir la singularidad de Cantabria con respecto a los territorios colindantes, pero ¿le habría ido mejor de haberse convertido en la provincia número diez de la macrorregión formada por Castilla y León? Ni en renta ni en oportunidades laborales ni en condiciones de vida hay diferencias significativas entre una comunidad y otra. Tampoco en infraestructuras. Sin embargo, todo sería muy diferente. Cuando el anterior presidente de esa comunidad, Juan Vicente Herrera, dejó el cargo, solo uno de cada tres castellano-leoneses conocía su nombre, ¡después de cinco mandatos! En Cantabria es poco probable que el grado de conocimiento de un presidente baje del 98%. Estas diferencias indican que la política regional se vive de forma muy distinta en una y otra comunidad.
Cómo sería hoy Cantabria si fuese una provincia más de Castilla y León? ¿Seguiría llamándose Santander? ¿Estaría mejor? Son preguntas imposibles de contestar con exactitud, porque no se pueden valorar todas las circunstancias, pero sí se puede hacer una aproximación, comparando su evolución con la que han tenido las provincias castellanoleonesas en estos años de autonomía, y no se puede asegurar que hubiese resultado mejor. Tampoco de haberse acogido a la posibilidad que le daba su estatuto de vincularse a otra comunidad limítrofe, como Asturias. Esa cláusula de salvaguardia (por si un día nuestra comunidad decidía arrepentirse de la autonomía), evitaba poner nombres a posibles aliados. La paradoja es que la única fusión que parece realmente rentable hubiese sido con el País Vasco, la opción menos deseable para quienes no querían tener una comunidad propia.
Para abordar la evolución autonómica hay que tener en cuenta el complejo año de partida, 1982. La llegada de los socialistas al Gobierno de la nación puede considerarse como el final de la Transición política. Se cerraba una etapa, pero el país seguía en plena crisis económica, la que arrastraba desde 1975, porque España tardó mucho en tomar medidas frente a las explosivas subidas del petróleo y cuando llegó la ola ya tenía el tamaño de un tsunami.
Crisis multisectorial en los 70 y 80
Cantabria seguía presumiendo de ser la quinta o sexta provincia más rica del país, pero en realidad esos datos correspondían a los años 60 y no a los 70. La región se había beneficiado de su fuerte estructura industrial, en una España eminentemente agrícola, pero el colapso de la política autárquica del Régimen en 1959, que impedía disponer de divisas, y el Plan de Estabilización del ministro Castiella, lo cambiaron todo.
La apertura del país a las inversiones exteriores hizo llegar un gran número de industrias americanas y europeas, que se asentaron en Madrid, Cataluña y País Vasco, y millones de personas de la España interior acudieron a ellas en busca de trabajo.
Otras regiones crecían muy deprisa mientras Cantabria se encontraba en la necesidad de una auténtica refundación industrial, ya que casi todas sus fábricas, ya añejas, estaban vinculadas a sectores muy maduros o se beneficiaban de unas condiciones de casi monopolio, como Sniace. Apenas llegaban industrias nuevas y se encogían las existentes: Real Compañía Asturiana, General, Authi, Agua de Solares, la fábrica de puertas Marga, Ibero Tanagra, Astilleros de Atlántico, Agruminsa, Corcho e incluso Nueva Montaña Quijano estaban al borde de la desaparición. La crisis se extendió, incluso, a las pocas industrias recientes, con la quiebra de las dos fábricas de Magefesa y el hundimiento de las expectativas de ENSA como consecuencia del parón nuclear. A pesar de su pequeño tamaño, Cantabria estaba afectada por todos los sectores en reconversión salvo el del calzado.
La región no era consciente aún de que aquel mix económico supuestamente perfecto del que presumía (un tercio del PIB procedía de la industria, un tercio del sector agrario y un tercio de los servicios), era ya un coctel muy pasado de moda. Las grandes urbes descansaban sobre los servicios, y la aportación del sector agrario en las economías modernas había pasado a ser casi marginal.
Las tres patas que sostenían la economía de Cantabria presentaban problemas a la vez. Y las rentas familiares perdían ingresos que habían sido muy importantes hasta entonces, las horas extraordinarias y la pequeña ganadería doméstica que el obrero atendía al salir de la fábrica.
La brusca caída de Cantabria antes de la autonomía
En 1955, la actual Cantabria tenía una de las rentas más altas del país (114,6% del PIB per capita nacional), pero en buena parte era consecuencia del enorme retraso de gran parte del territorio nacional, que hasta ese momento no había podido recuperar la renta previa a la Guerra Civil. En Castilla La Vieja y en León estaban en el 70% de la renta media nacional.
Esa distancia tan abismal ha desaparecido y, a día de hoy, las posiciones se han invertido, aunque por solo unas décimas.
De ahí se podía sacar la conclusión de que la autonomía ha sido un muy mal negocio para Cantabria, pero en realidad el problema viene de mucho antes. Esos casi 45 puntos de distancia de 1955 se habían convertido en solo 28 a la muerte de Franco y se redujeron a menos de cinco puntos con la crisis industrial de los años 80. Desde entonces, es decir, en la mayor parte del periodo autonómico, las dos comunidades han evolucionado de forma muy pareja.
En paralelo a la pérdida de solidez de la industria se había iniciado la larga decadencia de la ganadería de leche (mucho antes de entrar en el Mercado Común). Otro factor sociológico retrasaba la posición económica de la provincia. La mujer apenas se había incorporado al mundo laboral. Trabajaba, y mucho, pero en actividades no reguladas, salvo en unas pocas fábricas (Tabacalera, Nestlé y las conserveras, además de Telefónica, hasta que desterró las centralitas analógicas). Por eso, la tasa de ocupación en Cantabria era de apenas un 36%, cuando en la mayoría de los países europeos estaba cerca del 50% y en algunos llegaba al 56%. Es muy difícil competir en rentas con una tasa de población laboral tan inferior.
Los factores que han impulsado a Castilla
En las provincias de Castilla La Vieja (no en las de León) ocurría lo contrario. Empezaban a asentarse las fábricas, pero especialmente, la FASA, en cuyo nacimiento tuvieron mucho que ver los cántabros. La llegada de una constructora de coches ha sido decisiva en la evolución de cualquier comunidad (Navarra, Valencia, Cataluña…) tanto por su tamaño como por la enorme necesidad de proveedores, pero Cantabria perdió esa oportunidad a finales del franquismo, cuando los propietarios de Nueva Montaña Quijano, impulsores de Authi, decidieron que la planta de montaje se ubicase en Navarra, por la diferencia de impuestos, y en Los Corrales de Buelna se hiciesen únicamente los motores.
Con el imán de la FASA, Castilla sí que aprovechó esa oportunidad, hasta convertirse en la región ibérica con más concentración de industria del automóvil, al sumar cuatro plantas de ensamblaje de vehículos, una fábrica de motores, tres de neumáticos, tres enormes parques de componentes de automoción y uno de los mayores proveedores europeos del sector del automóvil.
Es obvio que hacen falta más protagonistas para empujar una región tan grande como Castilla y León, la más extensa de Europa en superficie, que no en población. Otros factores decisivos han sido la cercanía a Madrid de varias de sus provincias, lo que no ha aprovechado para atraer actividades satélites pero sí para el suministro a la metrópoli, y su potente base agraria, con casi un millón y medio de hectáreas de cereal de secano.
La entrada de España en lo que ahora es la Unión Europea coincidió con un cambio en la política agraria de los estados miembros, que empezaron a considerar excesivo el coste de esas políticas, y especialmente de las que sostenían el sector lácteo, que generaba un auténtico mar de leche que solo era posible reducir exportándolo en forma de mantequilla o leche en polvo a precios muy subvencionados.
Un escenario muy desfavorable para Cantabria, cuyo sector agrario era prácticamente lechero, mientras que Castilla se encontró con ayudas muy generosas para el cereal en la PAC (en el último año le han llegado 924 millones de euros), que han sido vitales para completar sus rentas agrarias. Edificios enteros de El Sardinero han sido adquiridos por agricultores de Palencia, Burgos y Valladolid como segundas residencias. Costaría mucho encontrar un ejemplo a la inversa.
A por el turismo
A la vista de que la llegada de grandes industrias empezaba a ser una entelequia y de la debilidad de todos sus sectores, Cantabria empezó a apostar por la construcción y el turismo, las únicas actividades en la que los gobiernos pueden comprobar a corto plazo del efecto real de sus políticas y donde se necesita menos inversión por empleo creado. Hormaechea lo explicaba con mucha claridad: “Cualquier puesto de una fábrica acaba siendo sustituido por una máquina, pero para hacer una cama de hotel hacía falta una persona hace cien años y sigue haciendo falta una persona hoy”.
Aunque ese conformar no genera valor añadido, poco a poco el sector hostelero-turístico ha llegado a suponer el 11% del PIB regional y sigue demostrando una importante capacidad de crecimiento.
Nuestra vecina Asturias se vio obligada a replicar el modelo, al desmoronarse el complejo minero-siderúrgico público, sin encontrar un sustituto. El País Vasco, en cambio, supo reorientarse muy rápidamente, gracias a la sólida tradición empresarial de sus habitantes y su jugoso sistema de cupo. Y así como Asturias y Cantabria perdían pie, las provincias vascas se mantenían en lo más alto de la tabla de renta de todo el país.
AVE, pero con pocos pasajeros
Donde Castilla y León bate claramente a Cantabria es en tendidos de alta velocidad, ya que todas las capitales de esa comunidad, salvo Soria, están conectadas con Madrid con estas líneas, aunque en la mayoría se emplean trenes Alvia, los mismos que llegan a Cantabria.
La posición geográfica de Castilla y León la convierte en un lugar de paso inevitable para llegar a las grandes ciudades de la Cornisa Cantábrica y eso la ha beneficiado, sin ninguna duda, en los tendidos de alta velocidad (unos 700 kilómetros). No obstante, el resultado no es tan satisfactorio como cabía esperar. Hace unos meses, la Junta de Castilla y León decidió subvencionar la compra de billetes AVE con hasta 2.000 euros al año por persona a los residentes que tengan que desplazarse a trabajar a otras regiones (la mayoría de ellos a Madrid) y que para ello usen el tramo Palencia-Valladolid. La iniciativa supone una subvención del 25% sobre el precio del billete pero Vox quería alcanzar el 75%, argumentando que los trenes AVE españoles son los que tienen menos ocupación del mundo.
La medida constata una cierta sensación de fracaso y tiene como objetivo sacar más partido a unos trenes que van casi vacíos y a la ingente inversión de fondos estatales y europeos que han supuesto esas líneas.
La propia Renfe ya hace este tipo de políticas en aquellos trayectos declarados por el Estado como Obligación de Servicio Público, ofreciendo tarifas Avant a los usuarios frecuentes de Valladolid, Segovia y Salamanca.
Más carreteras y autovías en Cantabria
Cuando en 1982 alcanzó la autonomía, la red de autovías de Cantabria se limitaba a la Recta de Parayas. Castilla y León tampoco estaba mucho mejor servida, ya que solo contaba con el tramo entre Burgos y Vitoria. A día de hoy, Cantabria tiene 255 kilómetros de carreteras de gran capacidad, todos de uso gratuito, y las capitales de Castilla y León también están conectadas por este tipo de vías.
Por su dispersión poblacional, Cantabria necesita muchas más carreteras que otras regiones. De hecho, tiene 482 kilómetros por cada 1.000 km2 de territorio (la media nacional son 326), y 40,2 de autovías (la media son 26,2). Castilla y León tiene 347 kilómetros y 23,2 de autovías. Por tanto, la densidad de carreteras es muy superior en Cantabria, cuya red secundaria también es una de las mejores del país en calidad.
Tres opciones de alianza
Las tres comunidades fronterizas con Cantabria han tenido evoluciones muy desiguales en estos 40 años de autonomía, porque son muy distintas entre sí. Si nos basamos exclusivamente en la evolución de la renta, la mejor opción para integrarse, de no haber sido Cantabria una autonomía uniprovincial, hubiese sido, claramente el País Vasco, pero es evidente que esta opción hubiese sido suscrita por muy pocos. Ni siquiera se puede dar por hecho que los propios vascos la hubieran aceptado, por muy partidarios que sean de tener una segunda vivienda en Castro Urdiales o en Laredo.
La opción asturiana tampoco hubiese tenido demasiado tirón popular, porque se enfrenta al handicap del gran vacío poblacional desde Comillas hasta Llanes (en todo el valle del Nansa solo viven 5.000 personas y en la zona occidental de Asturias apenas hay núcleos importantes de población) lo que no propicia unas relaciones económicas estrechas entre ambas regiones. A la vista de la evolución económica asturiana, la unión con aquella comunidad tampoco hubiese empujado las condiciones de vida de Cantabria.
Es evidente que quienes rechazan la autonomía cántabra piensan que hubiese sido mucho más provechosa la integración en Castilla y León, la región con la que había más afinidades. Razones históricas no faltan, aunque tampoco escasean los fiascos en esa relación, como el Gran Canal de Castilla, que nunca llegó a la costa cántabra, como pretendía.
Separados por un vacío poblacional
El principal problema vuelve a ser el geográfico. Como ocurre con Asturias, entre la franja costera cántabra y Burgos capital hay un auténtico páramo poblacional y son las ciudades salpicadas en los mapas las que van dando continuidad a los flujos económicos y sociales. Algo parecido ocurre con Palencia. Reinosa y Aguilar de Campoo no tienen masa crítica suficiente para articular un vacío territorial tan grande.
El flujo de vehículos por la autovía lo demuestra: mientras que apenas pasan 8.000 al día por la Autovía de la Meseta en la frontera con Castilla, el punto fronterizo con el País Vasco de la Autovía del Atlántico es atravesado por más de 47.000 vehículos y en algunas jornadas del verano se superan los 60.000. Además, es necesario constatar que muchos de los coches y camiones que usan la Autovía de La Meseta no lo hacen con la intención de quedarse en Castilla sino que su destino está en Madrid.
Hay un fenómeno económico que, no obstante, está revitalizando esos flujos. Después de una larga decadencia, la industria galletera de Aguilar ha repuntado con una extraordinaria fuerza hasta superar antiguas glorias, porque ahora suministra también a buena parte de Europa. Eso da lugar a que cada día, las fábricas de Gullón en la zona, atraigan por sí solas, a más de 300 cántabros, que prestan en ellas sus servicios.
Pero esos intercambios con la región vecina se limitan a las industrias galleteras, las arenas de Arija y algunos talleres metalúrgicos.
La realidad es que ambas comunidades han vivido de espaldas en estos cuarenta años. Ni actos institucionales conjuntos ni de índole privada. Y no por falta de interés. A lo largo de su trayectoria, Cantabria Económica ha propiciado dos encuentros en Santander entre empresarios de ambas regiones y la respuesta ha sido entusiasta en ambos casos. El primero de ellos, con motivo de una presentación de los vinos de la Denominación de Origen Ribera de Duero y, el segundo, con una intervención de la presidenta de los empresarios vallisoletanos.
Tras la crisis industrial, Cantabria optó por refugiarse en la construcción y el turismo
¿Por qué, entonces, no se traducen en hechos esos movimientos de mutua simpatía? Probablemente por la ausencia de organismos que articulen este proceso. Los gobiernos autonómicos suelen mirar hacia adentro y hacia Madrid. Las otras comunidades prácticamente no las consideran. Por extraño que parezca, han hecho falta muchos años para alcanzar un acuerdo –que interesaba a todos– sobre el uso del Hospital de Reinosa por ciudadanos castellanoleoneses.
Cantabria se ha conformado con ser receptora de los ahorros de esas regiones limítrofes. Ya hemos citado el importante volumen de viviendas, sobre todo en Santander y el entorno de Suances, adquiridas por residentes en Castilla y León. En la zona oriental los compradores han sido mayoritariamente vascos, hasta desdibujar por completo su perfil sociológico. Bastaría con censar a una parte de ellos (algo que los alcaldes han evitado, a veces con medidas poco respetuosas de la ley) para borrar de un plumazo los esquemas políticos tradicionales de esos pueblos. Basta ver que en el condado burgalés de Treviño gobierna el PNV.
Esos ingresos por la venta de viviendas no son recurrentes pero han sido tan ingentes hasta 2005-2010 que han maquillado la realidad económica regional. Ese dinero entraba en el circuito como si fuese generado dentro de la comunidad, pero la realidad es que era un ahorro importado, y como todo lo que se enajena, solo puede rentabilizase una vez.
La venta de viviendas sirvió para crear un espejismo económico pasajero, pero poco más. La realidad económica de la región es la que hemos vivido después. Muy modesta, como corresponde a una economía de poco más de 500.000 habitantes, aunque pródiga en recursos naturales de todo tipo, especialmente los paisajísticos.
¿Integrarse en otra economía más grande generaría la masa crítica suficiente y multiplicaría ese mercado? Lo probable es que no, porque la economía no tiene muy en cuenta los centros políticos sino los centros de consumo, y Castilla le aporta pocos a Cantabria en un radio de 150 kilómetros. La agregación se daría en muy pocos sectores, siendo Cantabria tan periférica al eje principal de esa comunidad.
Las expectativas históricas de conseguir nuevos clientes mesetarios para el puerto ya están prácticamente cubiertas, puesto que Santander es utilizado por las fábricas castellanas de Renault; por las azucareras; los ganaderos que importan cereal; los agricultores (fertilizantes) y, hasta ahora, por la central térmica de Guardo, que no ha sobrevivido a la campaña general de descarbonización de la economía. El ya inmediato puerto de contenedores perseverará en ese mercado pero no parece que una unión política de ambas regiones pudiese deparar muchos más movimientos.
El malestar de León
Una de las grandes batallas del soberanismo catalán ha sido conocer las balanzas fiscales, es decir, lo que aportan al Estado y lo que reciben de él. La razón era evidente: confirmar que estaban financiando en otras autonomías lo que ellos no tenían. No solo es cierto sino inevitable, porque tanto el sistema fiscal como el modelo de financiación autonómica privilegian a quienes tienen menos, a costa de quienes tienen más. Esto ha producido un acercamiento entre los estándares de calidad de vida de todas las regiones en los últimos 40 años.
Al haberse reducido las diferencias de servicios entre las comunidades autónomas, es difícil asegurar con rotundidad si hubiésemos estado mejor dentro de Castilla o no. Sí es constatable que la renta en esa comunidad ha evolucionado ligeramente mejor, y ahora Cantabria está por detrás de Burgos, Soria, Palencia y Valladolid. Pero está por delante de Segovia, León, Salamanca, Ávila y Zamora.
Arrimarse a un sol que calienta más suele ser un buen negocio, pero el problema en este caso es que son entidades con muy escasa población y muy distantes, por lo que esa radiación apenas llegaría. Desde ese punto de vista práctico, resultaría más rentable arrimarse al de Bilbao.
La experiencia de León dentro de la comunidad castellanoleonesa puede ser útil para establecer comparaciones. Ya desde sus comienzos, en León había una fuerte reticencia a formar parte de la misma comunidad que Castilla, y el tiempo no ha conseguido apagar ese movimiento crítico. Una encuesta realizada en 2020 por Electomanía señala que en Salamanca, Zamora y León el sentimiento de arraigo en su comunidad no llega al 30%. Una adhesión tan baja no se da en ningún otro lugar del país y abona movimientos como el de quienes quieren que León se convierta en la autonomía número 18 de España, aunque tuviese que marcharse sin las provincias que históricamente la acompañaban.
En León, el sentimiento de pertenencia a la comunidad castellanoleonesa no llega al 30%
Se apoyan en la pobre evolución económica que ha tenido la provincia en estos años. Pero ¿hubiese ocurrido lo mismo de haberse establecido la capitalidad en León y no en Valladolid? Seguramente no, porque es un factor decisivo. El número de funcionarios y servicios que acumula una capital por tener allí el Gobierno es muy superior al que aporta una Diputación provincial. Se puede constatar en cómo se multiplicaron los funcionarios y trabajadores públicos en Cantabria desde la llegada de la autonomía.
Lo que vale para León vale para Santander. De haberse encuadrado Cantabria en la comunidad castellana, una parte muy sustancial de los puestos de trabajo que tiene el Gobierno regional en la capital cántabra estarían en Valladolid. ¿Aguantaría Santander ese despoblamiento laboral?
Dotaciones superiores a la media
Los cántabros siempre han tenido la sensación de ser postergados en la atención del Estado, pero en realidad eso ocurre en todas las autonomías. Aunque no tenga un solo kilómetro de AVE, es la comunidad mejor financiada por habitante de todo el país, y esa realidad será más notable (y añorada) cuando entre en vigor un nuevo sistema de financiación autonómica. Castilla y León, también se ha valido de los parámetros de despoblamiento pero no les ha sacado tanto jugo.
Esa sobrefinanciación le ha permitido a ambas comunidades tener más dotaciones que la media. Por ejemplo, en médicos.
Según datos de Eurostat, Cantabria es la sexta región de Europa con más médicos (528,3 por cada cien mil habitantes) cuando la media comunitaria es de 382 y la española de 403.
Con respecto a Castilla y León tenemos muchos más especialistas, incluso de primaria (a pesar de las quejas) pero menos camas de hospital, aunque siempre por encima de la media nacional. Los ratios son muy parecidos entre las dos comunidades, salvo en la medina ambulatoria, que en Cantabria triplica la castellana.
En la educación, las dotaciones también están muy por encima de la media europea. En dos décadas, Cantabria ha perdido 17.000 alumnos de enseñanzas no universitarias pero el problema aún es más dramático en Castilla y León, cuyo mayor envejecimiento se traduce en 160.000 escolares menos. Su caída es casi diez veces la de Cantabria cuando la población solo es cuatro veces superior.
A la vez, Cantabria tiene, con el País Vasco, la menor tasa de abandono escolar del país (el 6,4%), y una de las más bajas de la UE (la media comunitaria es del 9,9% y la española, el 16%). En Castilla y León, es del 12,4%.
El esfuerzo que ha hecho nuestra comunidad en la educación tiene pocos precedentes. A pesar de la importante pérdida de alumnos, ha pasado de tener 6.056 profesores en el curso 1990-91 a 9.804 en el 2019-20, casi un 62% más. En ese periodo, Castilla ha pasado de 29.094 a 34.561, un 18,8% más.
Seis años más de vida
Las dos comunidades tienen un serio problema de envejecimiento, en el que confluyen las tasas de natalidad más bajas de Europa y unas expectativas de vida que se han venido alargando muy deprisa hasta la pandemia.
El niño que nació con la autonomía de Cantabria tenía una expectativa de vida de 76 años. El que nace hoy vivirá 83,02 años, siete años más. En aquel momento, la esperanza de vida en Castilla y León era un año más alta (77,18 años) y en estas cuatro décadas ha llegado a los 82,53. Es decir, que ha perdido año y medio con respecto a Cantabria.
Las mejoras en este terreno también han sido muy altas en Asturias y el País Vasco, que como Cantabria han evolucionado muy por encima de la media, quizá por haberse reducido sensiblemente sus índices de contaminación. Los vascos pueden presumir ahora de tener la mayor expectativa de vida del país.
40 años después de iniciarse el proceso autonómico, en Cantabria la idea del autogobierno está lo suficientemente asentada (en CyL menos) como para descartar la posibilidad de una integración. Tampoco se pueden señalar beneficios claros de la unión de ambas comunidades. En cambio, hay factores realmente limitantes para la generación de sinergias: a la escasa entidad poblacional de Cantabria se une la bajísima densidad de Castilla y León (apenas 25 habitantes por km2), lo que impide unos flujos económicos internos significativos. Pero el auténtico problema es de orden psicológico: la sensación de volver al centralismo que supondría la importante distancia a la que quedaría Santander de la capital de la comunidad castellano-leonesa. Esa circunstancia daría lugar a dos actitudes muy distintas a uno y otro lado. Mientras que en Castilla y León se acogería con estusiasmo la integración de Cantabria, en nuestra comunidad esa posibilidad nunca ha llegado al 20% de aceptación en las encuestas.
¿Una autonomía más barata?
El problema aparente de una autonomía uniprovincial está en la imposibilidad de repartir los costes de estructura que comporta la autogestión entre un número elevado de habitantes o provincias. En la realidad, esa percepción no resulta tan evidente. Paradójicamente, Castilla y León tiene menos altos cargos que Cantabria (consejeros, directores generales…) y, sin embargo, eso no ayuda mucho a reducir los gastos, porque emplea el 34,92% de su presupuesto en personal, mientras que Cantabria gasta el 32,33%. Esos dos puntos y medio no parecen mucho pero si Castilla equiparase esa ratio a la de Cantabria ahorrarían, solo en ese capítulo, 300 millones de euros cada año.
Con los gastos corrientes de funcionamiento se produce la situación contraria; en Cantabria son dos puntos superiores, si bien esta partida tiene la mitad de peso en los presupuestos que la de personal.
CyL mantiene una televisión privada como autonómica, gasta 2,5 puntos más en personal y ha creado media docena de organismos públicos que Cantabria no tiene
Aunque las competencias autonómicas son prácticamente las mismas, la comunidad vecina ha optado por crear varios organismos públicos más. Cuenta con un sistema de Diputaciones Provinciales muy potente (es la referencia para la mayoría de los ciudadanos), que Cantabria obviamente no necesita. También tiene delegados provinciales y algunas entidades singulares, como el Ente Público Regional de la Energía, el Instituto Tecnológico Agrario, el Instituto de la Competitividad Empresarial o la Agencia para la Calidad del Sistema Universitario.
Ha creado, además, un Defensor del Pueblo (Procurador del Común), un Consejo Consultivo y un Consejo de Cuentas, que Cantabria no tiene.
El entramado de organismos públicos es, como se ve, muy superior, pero al igual que Cantabria, es una de las pocas autonomías que no cuenta con televisión autonómica. A cambio, subvenciona una televisión privada para que actúe como tal. Este año, en concreto, le aportará 22 millones de euros por distintas vías. Se trata de un asunto polémico, porque es propiedad de los dos constructores que poseen la mayoría de los periódicos y radios de la autonomía, y solo ingresa dos millones de euros al año en publicidad.
Entre los más críticos con el sistema autonómico, la mirada suele centrarse en los Parlamentos. Lo cierto es que su coste varía mucho. El de Cantabria tiene un presupuesto anual de 8,3 millones de euros y el Castilla y León, 35,2 millones, lo que indica que, aunque se produce una economía de escala, no es tan relevante como cabía suponer, porque el coste por procurador (incluidas las subvenciones a los grupos, gastos administrativos, etc) es exactamente el doble al que tiene en Cantabria.
Castilla y Leon con Cantabria (y La Rioja) hubiera tenido casi la misma o más poblacion que Euskadi, con lo que sus reclamaciones para invertir en SU puerto hubieran sido atendidas, no asi las de una autonomía de 500mil habitantes.
Desde el acceso a la autonomía estuvo estancado el crecimiento de mercancias del puerto durante 10 años y con ello lastró su crecimiento hasta nuestros días. (datos de Puertos del Estado)
¿La autonomia fue un acierto o un error atendiendo a esos datos? La autonomia cantabra y riojana solo han beneficiado al Pais Vasco, que de paso ha conseguido que CyL no la rodee.
Podriamos haber sido Cantabria dentro de CyL. Una cosa no negaba a la otra.
Pasamos de un engendro (c.a Cantabria) a otro engendro ( c.a de Cantabria + cyl).
Cantabria tendría que estar en una Castilla unida y entera (castilla la vieja + Castilla la nueva). Si hubiera un referendum ahora para unirnos a cyl me quedaría en casa.