Los precios del gas, la venganza de Putin a Europa
Elvira Carles, directora de la Fundación Empresa y Clima, ha sido observadora de la ONU durante años y organiza un encuentro internacional de alto nivel esta primavera en Cantabria. Ella ha vivido dos experiencias personales que definen perfectamente lo que está ocurriendo con la energía, con Putin como protagonista. Dos anécdotas que definen el talante del personaje y su concepto de la diplomacia, que dista mucho del que tenemos los demás y revela los varios universos de distancia que nos separan.
En su época como primer ministro ruso (cuando tras dos mandatos como presidente cambió de cargo porque la constitución no le permitía entonces una nueva reelección), Putin participaba en un organismo de la ONU en la que se decidía el reparto de un generosísimo fondo acumulado por Noruega en favor del medio ambiente. Ese país decidió, por ley, destinar a la regeneración ambiental una parte significativa de los enormes ingresos que estaba obteniendo por el petróleo descubierto en el Mar del Norte, pero llegó un momento en que no era capaz de encontrar destino para tanto dinero y la cuantía seguía acumulándose en cifras desmesuradas.
El presidente ruso se cobra ahora lo que Europa le prometió por sus derechos de CO2 y no cumplió
Ante un problema que todos quisiéramos tener, no saber qué hacer con el dinero, Noruega tomó una decisión que pocos países más hubieran adoptado, donarlo para causas ambientales de otras naciones, y el resto del mundo se frotó las manos ante un regalo tan inesperado. Rusia no participó en ninguna de las sesiones de trabajo en las que se decidió cómo se hacer el reparto y, por tanto, acabó siendo excluida de él, por su aparente desinterés.
Pero el acuerdo debía materializarse en una cumbre y, para incomodo general, allí sí que apareció Putin. Los más de 190 países beneficiados por esta lluvia de millones que caían del cielo tenían delante de su portavoz un botón amarillo para pedir la palabra, por tres minutos, antes de la ratificación del acuerdo. Solo lo apretó Putin, que únicamente consumió ocho segundos de su tiempo, lo estrictamente necesario para recordarles con una la severidad gélida que la tundra rusa absorbe el 52% del CO2 capturado por los bosques del planeta (un dato que entonces no, pero hoy sí se cuestiona).
A partir de ese momento mantuvo el micrófono abierto y durante los casi tres eternos minutos restantes fue mirando a los ojos, de izquierda a derecha y muy lentamente, a cada uno los asistentes en un travelling cinematográfico que se hizo eterno. Por si la tensión causada por ese silencio no resultaba bastante sobrecogedora, el escueto mensaje que dejó para los dos últimos segundos fue el colofón: “Espero que todos ustedes lo hayan entendido”, dijo retador.
Nadie de los casi doscientos países tuvo la osadía de pulsar su botón para hacer una sola apostilla, pedir una aclaración o reprocharle que no lo hubiese dicho antes. Ni siquiera hizo falta que se pusiesen de acuerdo para recalcular lo que iba a recibir cada país al entrar Rusia en el reparto. Tácitamente y sin un solo comentario renunciaron al 52% de lo que habían consensuado anteriormente. “No nos atrevimos ni a apretar el botón”, reconoce Carles.
La otra vivencia de la presidenta de la Fundación Empresa y Clima es más reciente, y se produjo en la despedida de Ángela Merkel. Todos los líderes europeos hicieron intervenciones muy elogiosas de la excanciller alemana y había cierta expectación sobre lo que dijese Putin, que cumplió los peores pronósticos. El presidente ruso dejó aflorar el resquemor que mantenía desde la cumbre de Kioto en 2005, cuando Merkel le convenció para firmar el Protocolo (sin Rusia era imposible conseguir el quorum necesario) asegurándole que su país haría un gran negocio con la venta a los europeos de los derechos de CO2 sobrantes del ingente cupo que le correspondía por la tundra. Nadie imaginaba en ese momento que llegaría la crisis financiera de 2008, bajaría la producción industrial y Europa no necesitaría comprar derechos.
Putin nunca reclamó por ese negocio fallido, pero no olvidó la promesa, y se lo recordó a Merkel: “Usted ha hecho muchas cosas buenas, pero no ha cumplido el pacto que teníamos. Y usted sabe que nosotros disponemos del gas a coste prácticamente cero, porque lo recibimos de otras repúblicas hermanas a cambio de servicios que les prestamos. Por tanto, yo puedo hundir el precio del gas, o puedo poner el precio que me dé la gana para recuperar lo que ustedes no han pagado, y lo voy a hacer”.
Lo que está ocurriendo en este momento no es, ni más ni menos, que el cumplimiento de esa amenaza.