Radón, el gas radiactivo que se cuela en nuestras casas
Las viviendas unifamiliares de algunas zonas de las región presentan niveles superiores a los tolerables
Cualquiera que viva lejos de una central nuclear o de una mina de uranio puede tener la convicción de que su exposición a la radiactividad es nula, pero no es así. En Cantabria hay muchas casas con niveles de radón bastante superiores a los admisibles y este gas radiactivo natural que se introduce en los pulmones tiene unos efectos cancerígenos demostrados. Para evitarlo, bastaría con instalar unos sistemas de aireación, pero antes es necesario que los moradores sean conscientes del peligro. Luis Quindós, pionero en este campo y director del Grupo Radón de la UC, formado por 10 investigadores, es partidario de hacer un estudio sistemático en toda la región, porque el coste se amortizaría por la disminución de los futuros cánceres de pulmón.
Uno de los vecinos más habituales de todos nosotros es el gas radón. Nadie lo habrá visto pero convive en el interior de las casas, en muy diferentes proporciones, lo que hace difícil presumir si sus niveles son aceptables o peligrosos sin hacer una medición. Cantabria no está entre las zonas de la Península con más presencia del radón, que suelen coincidir con aquellos lugares en cuyos suelos es abundante el granito, pero este gas radiactivo también está presente en la caliza y en las arcillas, que son muy comunes en nuestra comunidad autónoma.
Las arcillas tienen la virtud de ser impermeables, por lo que impiden que el gas escape de las capas inferiores del suelo. Las calizas, en cambio, son proclives a las fisuras, que facilitan las salidas de este gas cancerígeno a la superficie. Pero el auténtico problema está en el machaqueo de estas rocas que produce la excavación del solar donde se levantará el futuro edificio y en los materiales que se utilizarán para la construcción.
Pocas personas dentro y fuera de España conocen el radón mejor que el catedrático de la Universidad de Cantabria Luis Quindós, autor de un manual de referencia que desde hace casi cuatro décadas divulga el origen de este gas radiactivo y sus efectos.
El radón es consecuencia de la desintegración del uranio para convertirse otros elementos, unas veces sólidos y otras gaseosos (torio, paladio…), pero todos ellos radiactivos. Uno de los que forman esta cadena es el radio, que da lugar al radón. Cada uno de estos elementos radiactivos tiene unas características físicas distintas y un periodo de transformación muy diferente (en unos casos millones de años; en otros, un instante). Esta sucesión solo concluye al llegar a un elemento estable, el plomo, que es el final del trayecto. Un viaje de trece estaciones por la tabla periódica de Mendeléyev, al que ninguno de nosotros asistiremos completo en vida.
La transformación del radón (Rn-222) es una de las más rápidas. En apenas 3,8 días se queda reducido a la mitad, ya que los restantes átomos se han convertido en otro elemento de la cadena. Un periodo infinitesimal si lo comparamos con los 4.500 millones de años que tarda el uranio en ese mismo proceso de semidesintegración.
Casas mejores, más concentración de radón
Vivir en la Tierra supone convivir con esas transformaciones radiactivas de forma natural y por tanto no debiera preocupar demasiado, pero el hombre ha ido modificando las condiciones del medio, de forma que la incidencia de esos elementos radiactivos en el suelo puede llegar a ser muy superior a la original. Las excavaciones y la fractura de las rocas para cimentar las casas o construir plantas subterráneas liberan mucho más gas radón del que estábamos acostumbrados cuando las construcciones se levantaban sobre el suelo, sin apenas movimiento de tierras y, mucho menos, de rocas. Si no somos conscientes de este cambio en la concentración de radón es porque se trata de un gas incoloro, inodoro e insípido, igual que el aire.
Paradójicamente, la mejora de la calidad constructiva nos ha llevado a convivir más estrechamente con este gas noble pero muy inestable, y no es un consuelo saber que tiene una vida muy corta, porque eso significa que, una vez liberado, también nos obliga a compartir nuestra existencia con sus descendientes, también radiactivos.
La estanqueidad de las casas modernas, gracias a las mejoras de los cerramientos y fachadas ha contribuido a agravar el problema. En una casa antigua, las rendijas provocaban la regeneración del aire interno hasta siete veces por hora, lo que daba lugar a una permanente evacuación del radón. En una construcción actual, esa regeneración del aire puede tardar de dos a cuatro horas. El confort de las viviendas no solo impide que salga el aire caliente, también atrapa el radón que se filtra del suelo e incluso estimula este proceso. Las calefacciones y los extractores de aire provocan una pequeña depresión atmosférica dentro de las viviendas con respecto al exterior y eso impulsa el flujo convectivo del gas que sale del suelo.
Un mapa del radón en la región
El mercado ofrece muchos aparatos para medir el radón y saber si estamos sometidos a una concentración peligrosa pero estos sistemas no son tan fiables como los que usan los técnicos.
El Grupo Radón de la Universidad de Cantabria lleva muchos años recogiendo muestras por distintos lugares pero es partidario de hacer un estudio sistemático, repartiendo probetas por viviendas de todos los municipios cántabros para dibujar un mapa más preciso de los niveles de concentración que presenta este gas radiactivo en los suelos. Bastaría superponer ese mapa con otro epidemiológico para contrastar si efectivamente hay interacción con algunas enfermedades. En concreto, al radón se le relaciona muy directamente con el cáncer de pulmón, dado que sus descendientes solidos, emisores de partículas alfa, penetran en los alveolos y allí permanecen alojados y continúan su proceso radiactivo de transformación.
Con esta información, bastaría confirmar si en algunos lugares con alta concentración de radón hay mayor porcentaje de cánceres de pulmón en no fumadores (en los fumadores lo más probable es que esté relacionado con el tabaco) para actuar en consecuencia y prevenirlo para el futuro.
El radón es un gas muy difícil de contener, ya que atraviesa las soleras de hormigón e incluso el plástico y, por ese motivo, hace años que se ensayan materiales de construcción más impermeables. No obstante, la alternativa más sencilla cuando las concentraciones no son muy elevadas (por debajo de los 1000 Bq/m3), es airear el espacio contaminado. Diluido con el enorme volumen de aire del exterior deja de tener relevancia tóxica.
La Unión Europea establece en 2013 un nivel de referencia de 300 bequerelios/m3 (decaimiento radiactivo por segundo) como el umbral preocupante del gas, aunque no hay fronteras claras de seguridad. Es, simplemente, una convención, que atiende más a criterios de cautela razonable que a certezas absolutas. Y, aunque la mayor parte de las viviendas tradicionales de Cantabria no alcanzan estos valores, en las nuevas construcciones pueden superarse con mucho. Por el laboratorio del Grupo Radón han pasado muestras de plantas subterráneas de chalés ubicados en el entorno de Santander que superaban los 2.000 bequerelios.
Quindós evita ser alarmista y pone como ejemplo los balnearios centroeuropeos de terapias ‘relajantes’ que, en realidad, son inmersiones en aguas cargadas de radón que afloran de sus suelos calizos, cuyo efecto sobre los músculos es adormecedor. “No hay problema para el cliente, que va a estar allí dos o tres días”, explica. “El problema es para el que le lleva la toalla, que trabaja allí y va a estar permanentemente sometido a esa carga de radón”.
Es este carácter acumulativo lo que puede acabar causando cáncer de pulmón a los moradores de viviendas con un alto grado de este gas si no toman medidas. En muchos casos bastaría airearlas pero en otros hay que adoptar soluciones estructurales que saquen el radón del suelo antes de que penetre en la vivienda.
Cada vez convivimos con más radón
Todos los elementos radiactivos se caracterizan por tener un periodo de semidesintegración. Para que cualquiera de ellos desaparezca completamente debería pasar por diez procesos de este tipo, de lo que cabe colegir que todos desaparecerán de la faz de la tierra antes o después, pero no estaremos aquí para verlo. El uranio (cuyo periodo de semidesintegración es de 4.500 millones de años) será inexistente en 45.000 millones de años y, como se calcula que la Tierra tiene unos 4.500 millones, podemos deducir que ahora mismo conservamos la mitad del uranio que había cuando se formó. El resto se ha convertido en una larga progenie de elementos radiactivos.
No solo estamos obligados a convivir con todos ellos sino que estamos cada vez más rodeados, porque en los últimos años el uso de residuos industriales como aditivos a los materiales de construcción ha incrementado sensiblemente los porcentajes de radón en nuestro entorno.
Hay que tener en cuenta que la presencia de radio es bastante alta en las cenizas de centrales térmicas o acerías y en los productos derivados de la industria de fertilizantes. El radio se transforma en radón y éste en descendientes relacionados con la potencial presencia de cáncer de pulmón en la población.
El descubrimiento del radón
El peligro de la radiactividad ya fue intuido en 1556 por un científico apellidado Agrícola, que en un tratado sobre prospecciones mineras dejó constancia de la alta incidencia de enfermedades pulmonares mortales entre los trabajadores de una mina checa de pecblenda (el mineral del uranio). Hasta 1896, en que Becquerel observó que las sales de uranio emitían una radiaciones que, sin ser visibles, impresionaban las placas fotográficas no se supo la naturaleza del problema. Dos años más tarde, Pierre y Marie Curie descubrieron y aislaron el radio, hijo directo del radón.
Tuvieron que pasar muchos años hasta que, en 1985, un trabajador de la central nuclear de Pensylvania hizo saltar las alarmas de contaminación por radiactividad no a su salida de la planta, como hubiese podido suponerse, sino a su entrada. Un fenómeno que no tenía explicación, puesto que venía de su domicilio, hasta que se midieron los niveles de radiación de la casa y se descubrió la alta concentración de radón en su interior. Fue entonces cuando el mundo pasó a ser consciente de que los peligros de la radiactividad no se circunscriben únicamente a las actividades con energía nuclear.
Las cautelas para las construcciones afectan a gran parte de Cantabria
El radón siempre ha estado ahí, aunque no hayamos sido conscientes, pero ha cobrado un gran interés general a raíz de la publicación del nuevo Codigo Técnico de la Edificación en diciembre de 2019. En él se incluye una normativa de protección frente a este gas, de aplicación obligatoria en todos los edificios que se construyan en los términos municipales incluidos en las zonas 1 y 2 del mapa nacional que ilustra esta información y en los edificios preexistentes cuando se realicen reformas para nuevo uso o ampliaciones.
Esta exigencia genera una importante carga de trabajo para el Grupo de Radón de la UC, tanto por la necesidad de hacer las mediciones como por la obligación de acudir a empresas especializadas para evacuar el gas cuando los valores detectados superan los 300 Bq/m3. Además, es necesaria una permanente calibración de los equipos de medición, otra de las tareas que realiza en el Grupo Radón.
La Zona 1 de este mapa nacional con los municipios donde se presume la existencia de gas en el suelo incluye la mayoría de los ayuntamientos cántabros, cuyas construcciones han pasado a estar obligadas a tomar estas cautelas. Eso no quiere decir que haya más zonas con riesgos potenciales, porque aún no se han hechos estudios suficientes sobre todo el territorio.