No todo es tan negro
La economía española inició 2022 con una fuerza extraordinaria hasta que la guerra de Ucrania empezó a sembrar el horizonte de nubarrones. Como nadie podía presumir cuánto iba a durar la invasión rusa y hasta donde iba a llegar Putin en su osadía, hubo un momento de duda hasta que los institutos de análisis económico se lanzaron a competir por ofrecer los análisis más tenebrosos: la inercia nos dejaría llegar al verano en positivo pero el otoño sería catastrófico y a partir de ahí, todo quedaba teñido de negro. Con esa expectativa parecía temerario aventurarse a cualquier compra importante y de repente cayó a plomo la venta de viviendas, la de coches y la bolsa. Se pudiese o no se pudiese comprar, no se debía.
Esta retracción del consumo produjo el efecto de las profecías autocumplidas, desacelerando rápidamente el crecimiento. La subida del gas, que anunciaba un invierno/infierno energético en toda Europa, especialmente en los países más dependientes, y el de todos los precios en general, sobre todo las materias primas, acabó por crear un temor generalizado, porque, como al gato escaldado, la sucesión de crisis de los últimos quince años nos hace huir ya hasta del agua fría.
Es bueno ser cautelosos pero nunca se sabe en qué medida. En los últimos meses ha habido que hacer varias revisiones al alza de las tasas de crecimiento, y aunque en el tercer trimestre del año el PIB haya caído unas décimas, no conviene pecar de dramatismo, porque el consumidor actúa en función de lo que lee y esa sobrecarga de pesimismo acaba por perjudicar a todo el que produce algo, porque retrae la demanda.
La industria cántabra ha superado en un ejercicio nada menos que la fortísima subida de la energía y de las materias primas, la escasez de componentes, una huelga del metal y dos del transporte
Lo cierto es que al tercer trimestre del año, el PIB español estaba creciendo a un ritmo del 4,4%, uno de los más altos de Europa, lo que llevó a The Economist a ironizar sobre la gran capacidad de enfado de los españoles, quejosos de todo, decía, mientras llenan los restaurantes, en algunos de los cuales es imprescindible pedir mesa con muchas fechas de adelanto. La revista británica ponderaba la enorme vitalidad de la economía en las grandes ciudades españolas, muy por encima de lo que estaba ocurriendo en la mayor parte del continente europeo, si bien el hundimiento fue mucho más severo que en otros países del entorno y, por tanto, el rebote debe ser mayor.
Puede que 2023 sea un mal año, pero no lo parece. A poco que se estimule la demanda nacional, el balance de ejercicio debería asegurado, porque de los 4,4 puntos de crecimiento que ha tenido la economía española entre enero y septiembre, 3,6 han procedido de una sólida demanda externa. Y no todo es turismo. El ejemplo de la industria en Cantabria, que en octubre aún mantenía una tasa de crecimiento del 8,6%, es significativo, y más teniendo en cuenta la cantidad de factores negativos que ha debido afrontar: subidas dramáticas de la energía y de las materias primas que han obligado a algunas de ellas a detener su actividad, dos huelgas del transporte (aunque la segunda apenas tuvo incidencia), una huelga del metal, la caída de producción de las fábricas de coches por la escasez de componentes, el brutal encarecimiento de los derechos para emitir CO2… Casi todo lo que podía ir mal fue mal y aún en esas condiciones, el sector ha salido adelante con brillantez, hasta que en el tercer trimestre del año ha entrado en negativo, como no podía ser de otra forma, con varios centros parados por los precios de la energía. A medida que estos precios se van moderando, cabe esperar que vuelva la actividad ordinaria (Ferroatlántica ya ha encendido un horno) y no podemos descartar el fin de la guerra de Ucrania a lo largo de este ejercicio, con lo que el repunte de los mercados estaría garantizado, porque lo están los ingentes fondos que se han destinado a la reconstrucción.
A día de hoy, los bienes de consumo a largo plazo, como la vivienda, se mantienen pujantes (lo que tampoco parece compatible con una depresión del mercado) y la campaña turística parece garantizada, salvo que la variante de covid que ataca a China provoque en Occidente una nueva oleada mortal, lo que no resulta probable después de las vacunas.
Como puede observarse, son muchas las circunstancias incontrolables que van a decidir si este 2023 va a ser un buen ejercicio o acabará por arruinarnos. Y como esos factores no podemos controlarnos, lo que debe preocuparnos es lo de más cerca: qué pueda pasar con el grupo Celsa, el primer grupo industrial de Cantabria, o las incertidumbres de la antigua planta de Sidenor en Reinosa y la previsible venta de la fábrica de Gamesa. No parece que ninguna de las tres corra un peligro real de cierre pero la simple posibilidad de perder algún de ellas resultaría crítica para la región. Pero también en este terreno hay noticias tranquilizadoras, al desaparecer la incertidumbre que pesaba sobre la planta de Solvay, tras ser incluida por el Ministerio de Industria en un PERTE que cofinanciará parte de la sustitución de una de sus dos calderas de carbón por otra de residuos.