ANÁLISIS: Agotamiento político

Las legislaturas se nos hacen eternas. La intensidad de acontecimientos y la presión de los partidos que aspiran a cambiar el gobierno provocan un estado de ansiedad social difícil de digerir. Pasan demasiadas cosas y cada vez es más la población que desconecta. Basta ver qué los informativos de las televisiones apenas suman una decena de millones de espectadores en un país de 47 millones de habitantes.

Los guionistas de nuestra vida política parecen opinar que a la película lo que le falta es más acción pero la dosis diaria de adrenalina es tan alta que dejará de tener efecto alguno o acabará por matarnos a todos. Pedro Sánchez apuesta por lo primero, convencido de que sus decisiones más polémicas se van tapando unas a otras. Feijoo, después de que las encuestas indiquen que la estrategia de máxima tensión heredada de Casado no depara ya más votos, trata de rebajar la presión para captar esa franja de electores de centro que necesita pero ese intento choca con la estructura de su partido y con los medios que le secundan, nada animados a compartirla.

Cabalgar cuatro años el toro mecánico en que se ha convertido la política es un esfuerzo titánico para los ciudadanos, para el Gobierno y para todos los partidos, incluidos los que agitan el árbol. Basta comprobar quiénes eran los protagonistas de la escena política al comenzar de la legislatura y quiénes lo son ahora. Tras caer Rajoy, llegó Casado al frente del PP, que a su vez fue devorado por esta espiral, igual que Albert Rivera, fundador y líder de Ciudadanos, o que el creador de Podemos, Pablo Iglesias. El partido morado en nueve años ha pasado de la nada al éxtasis de gobernar pero ese podio no ha impedido que no le queden ni asambleístas de calle. Tampoco se puede asegurar si Ciudadanos, otra estrella efímera, sigue siendo algo o nada.

Hemos vivido la irrupción de una generación política que emprendió una demolición controlada de todo lo que había pero ha acabado bajo los escombros y último hito será el propio Sánchez. A pesar de que su inverosímil capacidad de supervivencia empieza a desalentar a los rivales, si tras las elecciones no consigue formar gobierno no durará una semana al frente de su partido, y desaparecerá como los otros tres ases de la baraja con la que nos jugamos los cuartos hace tres años, incluido el contrapunto catalán, Puigdemón, y su partido, Convergencia. Como también han desaparecido de escena otro expresidente catalán, Quim Torra, Carmen Calvo, Inés Arrimadas, Isabel Celaa, Ivan Redondo, Arantxa González-Laya, Susana Díaz… Todos ellos figuraban hace tres años en los primeros puestos de un ranking con los hombres y mujeres más poderosos de España, lo que deja claro qué efímero puede ser el poder en nuestro país.

El único superviviente será Abascal, y si lo consigue es gracias a su política de absoluto silencio. Ya comprobó en su partido que todo el que saca la cabeza, la pierde, y basta ver dónde están sus primeros espadas, Macarena Olona y Ortega Smith.

Ni siquiera la Revolución Francesa se llevó por delante tantas testas políticas como estos tres años de legislatura, que ya se hubiesen hecho inmensamente largos por incluir una pandemia, una guerra y una crisis económica. Años de ruido y furia en los que la saturación ha acabado por convertirlo todo en banal, superficial y olvidable.

Si en Cantabria no se ha producido el mismo centrifugado político es por el factor Revilla. El presidente regional, con 80 años a cuestas, es el ancla que ha mantenido unido el gobierno y confundida a la oposición, que no sabe si atacarle o dorarle la píldora de cara a un pacto futuro. En estos cuatro años, el PSOE local ha cambiado 53 altos cargos (cuatro de cada diez) y el PP bastante ha tenido con soldar las fracturas del penúltimo congreso y dejar que se depositara una espesa capa de olvido sobre la destitución-reposición de Saenz de Buruaga como candidata. Solo el PRC parece ajeno a tantos líos, pero aún ha de pasar por el enorme reto de sustituir a su fundador y hasta ahora único presidente, algo tan difícil en una formación tan personalista que no se puede dar nada por seguro, porque hay precedentes de cómo han desaparecido partidos similares en otras regiones tras haber tenido éxitos electorales indudables, como Unión Valenciana, Coalición Galega o Unión Mallorquina.

Ha habido en España una generación tapón, que ha impedido la progresiva renovación de cargos, pero las que por fin vinieron a sustituirla se han convertido en generaciones klínex, de vida atormentada y consumo rápido. Si es así todo lo que viene, añoraremos los viejos tiempos y los casi 90 años del buen amigo Ramón Tamames se convertirán, incluso, en un aliciente.

Alberto Ibáñez

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