Un brutal recorte energético
El precio del gas superó en agosto los 300 euros por megavatio, lo que disparó el de la electricidad a niveles nunca imaginados. En ese momento, todo el mundo daba por segura una catástrofe energética en diciembre, cuando la dependencia del gas ruso iba a ser aún mayor. Sin embargo, en diciembre el precio medio del gas ha estado en torno a los 100 euros de media y ha habido días de enero con la electricidad a cuatro euros el megavatio. Sea por el mecanismo ibérico, sea por el hecho de que hemos llenado todos los almacenes de gas, incluidos los de las plantas regasificadoras costeras y los barcos que seguían llegando ni siquiera tenían donde descargar, lo ocurrido no tiene nada que ver con lo previsto. Se ha repetido la secuencia de las mascarillas, cura carencia angustiosa de hace dos años nos llevó a la apertura de fábricas que ahora no tienen ninguna actividad.
Todo esto no quiere decir que nos hayamos equivocado. Al contrario, ahora sabemos lo dependientes que somos de las importaciones energéticas y, al mismo tiempo, de nuestra capacidad de reacción. Pero si alguien ha reaccionado con una agilidad sorprendente es la gran industria española, que ha consumido un 21% menos de gas y un 7,5% menos electricidad desde agosto, lo que supera con mucho la reducción voluntaria del 15% en gas y el 5% en electricidad que los Veintisiete se comprometieron a hacer para evitar que el otoño y el invierno fuesen dramáticos para todos.
Las industrias han ajustado sus consumos muy por encima de lo previsto, a pesar de haber incrementado la producción, lo que supone un salto en su eficiencia
Unicamente se ha incrementado el consumo de gas en la producción de electricidad pero ha sido consecuencia del fuerte incremento de las exportaciones de energía eléctrica a Portugal, donde la sequía creó un grave problema de suministro, ya que el país vecino es muy dependiente de la generación hidráulica, y a Francia, donde varias circunstancias han hecho coincidir los paros de muchas centrales nucleares.
De nada valdría congratularse de una caída en el consumo de energía en la industria española si es como consecuencia de una pérdida de actividad pero las cifras no indican eso. Aunque en el segundo semestre del año se rompió la tendencia al alza y hubo pequeños decrecimientos, fueron muy inferiores al que cabría imaginar con esta reducción de los consumos. Es cierto que se han producido paros temporales (muchas fundiciones decidieron apagar temporalmente algunos de sus hornos) pel balance anual ha sido positivo (+2,3%). Eso no impide reconocer que Cantabria ha tenido un descenso moderado (–1,3%) que puede ser achacable a la huelga del transporte y del sector metalúrgico, aunque diciembre, cuando estos problemas habían quedado ya muy atrás, fue un mal mes para el sector.
Desde comienzos de siglo la gran industria ha mejorado muy sensiblemente sus emisiones al medio ambiente y ese proceso se está acelerando en estos últimos años a consecuencia de los objetivos impuestos por la Comisión Europea; las fábricas están reduciendo significativamente sus consumos energéticos y esta crisis, dramática para muchas de ellas, ha impulsado a la mayoría a dar otra vuelta de tuerca en el aprovechamiento de la energía en sus procesos y en la incorporación de energías renovables, aunque esta aportación es por el momento casi simbólica. Hay que tener en cuenta que fábricas de la región en las que la energía suponía un tercio total de sus costes pasaron a superar el 60%, y en estas condiciones, cualquier kilovatio ahorrado resultaba vital.
La dura prueba energética de 2022 va a cambiar a la perspectiva de todos nosotros. Quizá haya llegado el fin de la energía barata, pero lo que es seguro es que ha llegado el fin de la falta de conciencia ambiental en su uso. Los consumidores se están decantando cada vez más por productos sostenibles y eso obliga a toda la cadena de producción a cambiar.
El consumidor tiene mucha capacidad de presión y su forma de comprar determina la forma de producir. Resulta muy contradictorio que le pida a sus empresas que sean todo lo verdes posibles pero adquiera productos fabricados en China o en otros países que no tienen en cuenta esas afecciones ambientales y producen por ello a costes más ventajosos, pero en algún momento tendrá que imponerse la coherencia, y las propias autoridades comunitarias son cada vez más estrictas con estas importaciones.
Hay que reconocer que también las familias han recortado su consumo energético. Y aunque lo hayan hecho obligadas por la subida de precios, lo cierto es que han sido mucho menores a los sufridos por otros consumidores europeos, como consecuencia de la llamada excepción ibérica, que ha contribuido a que los hogares españoles hayan pagado, de media, un 41% menos que los italianos, un 35% menos que los franceses y un 26% menos que los alemanes.