Los mitos del turismo en Cantabria

En el turismo cántabro hay algunas verdades y muchos mitos, pero curiosamente esos mitos han contribuido a su éxito. Los turistas vienen a Cantabria porque “tiene clase”, un cóctel donde se mezcla cultura, temperaturas que no invitan a andar por la calle en biquini o camiseta de tirantes, y un paisaje variado y feraz. Pero en realidad, las estadísticas de gasto demuestran que, una vez en la región, el visitante se comporta como un turista típico de playa y su presencia mayoritaria se concentra en la época de mejor climatología –a veces basta un nublado para que cambie de parecer–.
Las estadísticas oficiales indican que en un solo mes (agosto), los hoteleros cántabros siguen haciendo tres veces más de caja que en todo el invierno. La realidad es tan obstinada que ningún programa de desestacionalización ha conseguido variar significativamente las cifras. El único cambio que se ha producido es consecuencia de una modificación en los hábitos de los españoles, que han optado por repartir las vacaciones en varios periodos y de esta forma han propiciado también ingresos hoteleros muy importantes en Semana Santa y los puentes de octubre y diciembre, hasta el punto de que estos dos meses se han equiparado en ventas a junio.
Si los hoteles cántabros cerrasen cuatro meses al año su facturación sólo se resentiría en un 13%, a tenor de los datos del 2001. Y es que su demanda sigue siendo vacacional (la motivación profesional no sobrepasa el 30%, al contrario de lo que ocurre en Madrid o Barcelona donde se da la situación inversa) y está condenada a la estacionalidad. En el 2001, los 894 establecimientos que en la región se dedican al alojamiento recaudaron 259,2 millones de euros (43.132 millones de pesetas) y de ellos, casi la mitad lo ingresaron entre el 1 de junio y el 30 de septiembre.

Los mitos

Sobre el turismo cántabro pesan demasiados mitos que probablemente no se han combatido suficientemente en las campañas de promoción. Uno de ellos es la convicción generalizada de que resulta muy caro veranear en Cantabria, algo que quizá tenga su base en el hecho de que apenas operan mayoristas y la contratación particular de los hoteles siempre resulta más gravosa. Pero aún en este caso, las estadísticas del INE demuestran que, en promedio anual, un hotel de cuatro estrellas en Santander cuesta un 40% menos que en Madrid o Barcelona. El estancamiento de precios que se ha vivido en la región en la última década ha obrado esta transformación, si bien es cierto que en el último año se han observado significativos incrementos de tarifas en todos los servicios hosteleros (6,8% frente al 5,2% nacional) y esa tendencia se mantiene en el presente ejercicio.
El otro mito está en plena fase de construcción: el asentamiento del turismo rural como una alternativa al turismo de playa. A pesar de su crecimiento en los últimos años hasta llegar en bastantes localidades a grados de saturación, el turismo rural tiene limitaciones evidentes y su contribución al conjunto es pequeña. El pasado año generó unos ingresos de 3.337 millones de pesetas, apenas el 7% de lo que produce el sector hotelero en conjunto, y la mitad, por ejemplo, de lo que generan los campings.
El problema de los alojamientos rurales es que, a pesar de la opinión general, tienen más estacionalidad aún que el resto de los hoteles, dado que el 81,5% de sus ingresos se concentra en el tercer trimestre del año y su actividad es casi nula entre enero y marzo.
Pero lo más significativo de los establecimientos rurales es que los visitantes que atraen son, sobre todo, cántabros. En Liébana, por ejemplo, los cántabros contratan el 30% de las plazas, a gran distancia de los vascos (19%), los madrileños (17,1%) o los castellano-leoneses (6,9%). Los visitantes foráneos, tanto extranjeros como españoles siguen prefiriendo Santander y las costas. Es curioso que en el caso de los extranjeros, que en algunas zonas llegan a suponer casi el 25% de los campistas, no muestran el más mínimo interés por los alojamientos rurales donde su presencia es casi nula (sólo llegan a alcanzar el 2% en los alrededores de Comillas).
Otro de los muchos mitos que distorsionan la valoración exacta del turismo cántabro es la importancia que se da a los congresos. Las últimas estadísticas oficiales sobre flujos de visitantes indican que durante el invierno (la época en que tienen más relevancia porcentual) no llega a alcanzar el 5% del total de visitantes y durante el resto del año difícilmente sobrepasan el 2%, si bien es cierto que su volumen de gasto es bastante superior a esas cifras y llegan cuando más necesitado está el sector.

La pátina cultural

Cualquier encuesta que se haga sobre el turismo que llega a Cantabria, sacará la conclusión que los visitantes vienen buscando cultura, al contrario de lo que ocurre con otras muchas regiones de veraneo donde sólo preocupan el sol y el precio de los chiringuitos playeros, pero ese es otro mito. De cada cien pesetas que se gastan los turistas alojados en la región, 47,3 van destinados a pagar la habitación o plaza de camping, 28,6 a comer, 9,7 a tomar unas copas, 3,6 al combustible para el automóvil, 2,1% a excursiones y sólo 0,3 pesetas a asistir a espectáculos y museos. Una prueba muy evidente de que en el índice de prioridades no están demasiado bien colocados ni la asistencia al Festival Internacional, a los partidos de fútbol durante la temporada o a los recitales de música.
Aunque no lo disfrute, es cierto que este barniz cultural de la provincia representa un atractivo a la hora de la elección del viaje, dado que lo convierte en un destino de prestigio para amplios colectivos sociales que desean diferenciarse de un turismo de playa excesivamente popularizado que puede estar representado para el madrileño medio por Cullera, Gandía o Benidorm.

Los grandes son más rentables

Otro de los mitos bien asentados es la convicción de que es mejor hacer pequeños establecimientos de categorías asequibles que grandes hoteles. La realidad demuestra que los 16 hoteles de cuatro y cinco estrellas que tiene la región –la mayoría de ellos urbanos– facturan por sí solos el 21% de todos los ingresos por alojamiento de Cantabria, a pesar de que apenas suman el 4,6% de las plazas. Es obvio que en parte es consecuencia de sus mayores precios, pero sobre todo es producto de la mayor ocupación.
Los establecimientos de lujo paradójicamente tienen ocupaciones medias mucho más elevadas durante todo el año, y varios de ellos hacen promedios superiores al 60%, unos porcentajes que quedan a años luz de los establecimientos playeros y de los rurales, donde la media es del 27,12%.
Hay que tener en cuenta que la ocupación media de Cantabria el pasado año fue del 39,15% que, a pesar de ser sensiblemente mejor que la del año anterior, está muy lejos de la nacional (57,98%). Una distancia de casi veinte puntos que sólo puede tener dos explicaciones: o muchos de los negocios se montan con la intención de vivir exclusivamente de los ingresos veraniegos, o se han construido en Cantabria muchas más plazas hoteleras de las que realmente harían falta, teniendo en cuenta, además, que una parte significativa de los turistas que pasaban el verano en hoteles de la región, ahora han adquirido una vivienda en Cantabria. Ese exceso de capacidad justificaría la aparición de guerras de precios en Comillas y Santillana del Mar, que ha suscitado la aparición de panfletos anónimos de queja por parte, se supone, que de los afectados.

Un visitante nacional y con prisas

El turista que llega a Cantabria es casi exclusivamente nacional. Según las épocas, los extranjeros oscilan entre el 9% y el 15%, lo cual indica que las campañas realizadas fuera de nuestro país han tenido por el momento poca eficacia, lo mismo que la apertura de la autovía con Bilbao, que parecía una invitación a la vuelta del turismo francés, mayoritario durante los años 60.
Dentro de los visitantes nacionales, los más numerosos son los madrileños (22,8%), seguidos de los vascos (16,6%), los castellanos-leoneses (10,9%) y los catalanes (8,5%). El turismo interior cántabro supone un 7,2%, un porcentaje muy semejante al que originan los asturianos y es significativa la creciente presencia de andaluces, que ya suponen el 6,5%. Para comprender la significación de este nuevo mercado andaluz hay que tener en cuenta que el turismo inglés que llega a la región sólo ocupa el 2,0% de las camas, a pesar de tener una línea marítima que enlaza permanentemente las islas británicas con Santander.

Menos ingleses

En el primer trimestre del año, el atentado norteamericano del 11-S retrajo a los visitantes ingleses, de los que se esperaba un crecimiento con la oferta Guggenheim-Cuevas de Altamira, pero en cualquier caso, su significación cuantitativa nunca ha sido muy elevada, ya que apenas suponen el 6,4% de los extranjeros que llegan a Cantabria, es decir, aproximadamente el 1% de todos los turistas llegados a la región.
La estancia media de nuestros visitantes ha subido ligeramente, hasta situarse algo por encima de los dos días (tres en verano), un periodo que, en cualquier caso, es muy corto, lo cual indica un visitante de paso. Es cierto que en ello inciden las visitas de índole profesional –aproximadamente un tercio del total– pero eso no es causa suficiente para justificar la prisa media de quienes vienen, que por lo general hacen el viaje en coche y por su cuenta. Las estancias se alargarían, probablemente, si Cantabria fuese un destino ofertado por los operadores turísticos, como ocurre con el Mediterráneo o Canarias, donde los paquetes estandarizados suelen ser de siete o de diez días.

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