Comienza la construcción de la incineradora de residuos

De las 233.000 toneladas de basuras que producimos los cántabros cada año, hay 91.500 (el 39,3%) que no son fácilmente reciclables y acaban en los vertederos. Por lo general se trata de plásticos, papeles, cartones, maderas, trapos, etc. que incluso enterrados tienen una difícil degradación. Desde 1990, el consejero de Medio Ambiente, José Luis Gil, defiende la incineración para deshacerse de estos residuos que, por esta vía, al menos dan lugar a un retorno energético tras convertir la energía calorífica en electricidad.
El primer intento para construir una planta incineradora se produjo en 1990, cuando Gil consiguió que el Gobierno de Gestión del que formaba parte aprobase la construcción de una planta cofinanciada por la Unión Europea y por la empresa privada concesionaria de la explotación. El Gobierno incluso llegó a adjudicar el proyecto a Urbaser, una filial de Dragados que acababa de poner en marcha una planta idéntica en Valdemingómez (Madrid).

Un viejo proyecto

La llegada de Hormaechea paralizó el proyecto, a pesar de la continuidad de Gil al frente de la Consejería de Medio Ambiente durante algún tiempo. Hormaechea descalificó la planta en cuantas conferencias de prensa dio a lo largo de la legislatura y la bautizó despectivamente como “la máquina de quemar basuras”. Dragados también pareció olvidarse del proyecto adjudicado, en lugar de reclamar ante los tribunales una indemnización.
Con la normalización política y el retorno de Gil a la Consejería de Medio Ambiente en 1995, la planta de tratamiento de basuras de Meruelo volvió a salir del cajón, aunque con cierta pereza. Uno de los problemas era evitar que la opinión pública la relacionase con el proyecto tantas veces denostado por Hormaechea. Otro, el resolver los problemas medioambientales que producían estas plantas, denunciados durante años por los ecologistas y que finalmente habían sido tenidos en cuenta por las autoridades europeas. El propio Gil se vio obligado a cerrar las pequeñas incineradoras que había repartido por las comarcas para evitar traslados de basuras desde grandes distancias a Meruelo y cuya instalación en algunos casos tuvo que superar muy serios incidentes de orden público.
La planta de Meruelo fue rediseñada para adaptarse a la nueva normativa y finalmente, el pasado verano obtuvo los vistos buenos urbanísticos y medioambientales para su construcción. La conclusión de la primera fase del complejo de tratamiento de basuras de Meruelo –la de separación de los residuos sólidos y transformación en abonos de las materias orgánicas– coincidía con la autorización para la segunda y más problemática ante la opinión pública, la incineradora, a la que irán a parar todos aquellos residuos que no sean orgánicos, metales, vidrios o tierras.
Las instalaciones de recuperación energética por incineración requieren una inversión de 8.113 millones de pesetas, casi tres veces más que las de pretratamiento, reciclaje y compostaje, que costaron 3.434, lo que se justifica por su mayor complejidad técnica.
El combustible de la planta son los restos de las basuras, que se almacenan en varios fosos para garantizar la alimentación del horno al menos durante 72 horas. Para que sean eficaces, los hornos han de funcionar ininterrumpidamente las 24 horas del día, y esta reserva de combustible trata de evitar que cualquier problema en la planta de pretratamiento o selección altere el régimen de funcionamiento de la incineradora.

El funcionamiento de la incineradora

La basura llega al horno a través de una gran tolva alimentada automáticamente mediante un puente-grúa y un pulpo.
El horno de combustión es un gran recipiente de acero, recubierto interiormente con material refractario y exteriormente por aislantes. Gracias a los inyectores de aire se produce la combustión completa de los residuos. Por la parte superior salen los gases que genera el proceso, con destino a la caldera y al sistema de limpieza y por la inferior las escorias o productos que no pueden ser quemados, como el vidrio, la cerámica o los metales, que hayan podido escapar a la selección previa de las basuras.
El mecanismo de incineración ideado para la planta permite cumplir con la normativa legal que exige la permanencia de los gases al menos dos segundos en una cámara de postcombustión a una temperatura superior a los 850o y en presencia de más de un 6% de oxígeno, para garantizar la destrucción de agentes tan tóxicos como las dioxinas y los furanos, y de otros productos volátiles.
Los gases salen del horno a más de 850o y se enfrían poco después al pasar entre los tubos de la caldera, por los cuales circula agua que, al contacto con el calor, se transforma en vapor a alta temperatura y presión.
El vapor generado en la caldera se envía a una turbina de generación eléctrica de 9,9 megavatios de potencia, que podrá abastecer las necesidades de la planta y enviar a la red un excedente suficiente para abastecer las necesidades de una pequeña ciudad.
A la salida de la turbina, el vapor es condensado por medio de aire y enviado de nuevo a la caldera. Con esta recuperación del calor que en una primera fase no es aprovechado, se optimiza el rendimiento de la planta, ya que retorna al origen del ciclo líquido-vapor-líquido al que está sometido el agua.

Depuración de los gases

Los gases de combustión son limpiados de elementos contaminantes en cuatro procesos distintos. Al atravesar los ciclones pierden las partículas sólidas de mayor tamaño. Inmediatamente después, pasan a un absorbedor semihúmedo, un gran silo donde la corriente de gases ha de atravesar una cortina formada por una lechada de cal lanzada a presión y que provoca la neutralización de los gases ácidos, que quedan convertidos en productos secos e inertes.
Tanto a la entrada como a la salida del silo se colocarán inyectores de carbón activo y cal seca molida. Al pasar los gases por esta segunda cortina quedan absorbidos los metales pesados (mercurio y cadmio, principalmente) y los compuestos orgánicos volátiles, como dioxinas o furanos, que quedan incrustados en los múltiples poros del carbón activo.
Por último, la corriente de gases pasa por una batería de filtros de mangas, fabricados de una fibra textil especial, que eliminan los últimos metales pesados, el polvo y otros componentes orgánicos que aún pudieran contener.
La incineración producirá 450 kilos de escorias por hora, que irán destinados al vertedero de inertes, y 850 kilos de cenizas, que serán depositadas en el vertedero de seguridad, al que también se llevarán los 575 kilos de residuos que se decantarán cada hora en los sistemas de limpieza de gases.
Aunque estas cantidades puedan parecer relevantes, apenas van a significar el 10% de los residuos que entren en la planta de recuperación energética y una pequeña fracción de lo que se vierte hoy en día. Eso multiplicará la vida útil del vertedero de Meruelo, convertido en un vertedero de cola, es decir, el lugar donde se deposita todo aquello que no ha encontrado un aprovechamiento en los procesos previos. Una forma de disminuir las basuras y sacarles alguna utilidad, aunque el proceso no va a rebajar la factura que pagamos los cántabros por deshacernos de los residuos.
La empresa concesionaria cobrará un canon por el proceso –además de obtener un rendimiento energético–, de forma que el coste del tratamiento, que ahora está en 2.800 pesetas por tonelada, se situará en torno a las 3.000. Una cuantía que se repercute a los ayuntamientos y estos al ciudadano a través de las tasas.

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