La frontera sanitaria

Ser frontera marítima de la Unión Europea, como en el caso de Santander, impone ciertas obligaciones. Entre ellas el control sanitario de productos que provengan de terceros países. Puede tratarse de una sencilla maceta o de miles de toneladas de productos agrarios, de trofeos de caza o de animales de compañía que viajan con sus dueños. La introducción en un país comunitario de cualquiera de ellos debe superar los controles sanitarios que desde 1993 se exigen en todos los puestos fronterizos de la Unión Europea. Se trata de impedir la entrada de productos que pongan en peligro la salud pública, la sanidad animal o la estabilidad del medio vegetal, mediante la introducción de agentes nocivos para humanos, animales o plantas, incluidas nuevas especies que puedan poner en peligro el ecosistema.
Para prevenir mejor este riesgo, la normativa comunitaria prohíbe la importación de terceros países de especies arbóreas vivas (coníferas, castaño, roble, frutales, etc.) así como de cortezas de árbol, porque pueden ser portadoras de plagas que no existen en los paises europeos. Por la misma razón se prohíbe la importación de plantas de vid –vehículo de plagas tan temibles como la filoxera–, o de patatas de siembra, que son fácilmente parasitables.
El hecho de que el puerto de Santander sea esencialmente granelero simplifica las tareas de inspección puesto que los productos vegetales que mayor riesgo sanitario entrañan (frutas, planta viva, flor cortada) suelen transportarse en contenedores.
La importación de especies animales es otro de los tráficos que más problemas sanitarios plantea, pero esa importación no se puede realizar a través de Santander ya que no es uno de los Puertos específicamente autorizados por la Unión Europea.

Un nuevo PIF

Desde el pasado mes de noviembre, el Puerto de Santander cuenta en Raos con un nuevo Puesto de Inspección Fronteriza (PIF) financiado por la Autoridad Portuaria, que ha invertido en su construcción cerca de 430.000 euros.
En esta puerta de entrada a la Europa comunitaria del tráfico procedente de terceros países se inspeccionan los productos de alimentación destinados al consumo humano, los productos vegetales y los productos de origen animal o destinados a la alimentación animal. También se emiten los certificados fitosanitarios que se exigen para la exportación de determinados productos.
El nuevo Puesto de Inspección cuenta con una superficie de 330 m2 repartidos entre la zona administrativa y de atención al público, despachos para los inspectores, tres salas de inspección, seis cámaras de congelación/refrigeración, dos almacenes para muestras y rechazos y dos muelles de descarga dotados de rampa hidráulica. Su equipamiento ha corrido a cargo de la Delegación del Gobierno, de la que depende orgánicamente a través de las áreas de Sanidad y de Agricultura y Pesca.
La construcción del nuevo PIF responde a las exigencias comunitarias, cuyos inspectores habían puesto de manifiesto en sus visitas a Santander la inadecuación de las anteriores instalaciones. El antiguo PIF del Puerto –existe otro con muy poca actividad en el aeropuerto de Parayas–, se encontraba instalado en un pequeño local cedido por la Autoridad Portuaria, alejado de los muelles de descarga de los barcos y de difícil acceso para los camiones, que debían salir del recinto portuario para acudir al puesto de inspección, vulnerando lo establecido en la normativa comunitaria. Tampoco poseía instalaciones frigoríficas ni de congelación, y no contaba con espacio para almacenar las muestras o partidas rechazadas.

Un puerto granelero

Por el Puerto de Santander, que alcanzó en el 2001 una cifra récord en el tráfico agrario (el 26,4% del movimiento total de mercancías), arriban cada año miles de toneladas de productos destinados al consumo humano o animal provenientes de terceros países, como la pulpa de remolacha polaca, el harina y las habas de soja argentinas, el trigo de EE UU, el harina de palmiste de Malasia o la de pescado procedente de Perú y Marruecos, uno de los tráficos más controlados tras la aparición del mal de las vacas locas. A los tradicionales controles bacteriológicos se añade, desde hace algún tiempo, un análisis específico para comprobar que no haya proteínas de origen animal en el harina de pescado.
Otro control novedoso es que se realiza sobre los propios palets en los que se exportan mercancías a países no comunitarios. Las maderas de baja calidad de que están hechos pueden ser también portadoras de plagas, por lo que cada vez son más los países que exigen un tratamiento de desinfección antes de darles entrada en su territorio. Los certificados emitidos por el PIF son la garantía de que esa madera, a la que hasta hace poco no se prestaba ninguna atención, cumple también los requisitos sanitarios.
Pero la actividad del Puesto de Inspección no se limita a controlar la salubridad de los grandes flujos comerciales. En su gestión hay también lugar para situaciones mucho más personales como las plantas de medicina naturista enviadas a un emigrante africano por su familia, o el herbario traído desde Brasil por un grupo de alumnos de Biología y que tuvo que ser devuelto por carecer de certificado sanitario. Lo que sí escapa a su control son las pequeñas plantas que en ocasiones los viajeros ocultan en su equipaje, y que crean situaciones de riesgo sobre las que alerta el técnico que se ocupa de las inspecciones fitosanitarias, Mar Ruiz: “Muchas veces han llegado plagas a España o a la Comunidad Europea en las plantitas que la gente se trae en su equipaje. Eso no lo inspecciona nadie –advierte Ruiz– y puede resultar mucho más peligroso de lo que la gente cree”.

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