Ocupación y paro: disparidades regionales (José Villaverde Castro)
Es de sobra conocido que España es un país de grandes contrastes. Las diferencias entre comunidades autónomas y, a menudo, incluso dentro de una misma comunidad, por pequeña que sea, son muy pronunciadas, con independencia del ámbito de análisis que se considere. Si la atención la fijamos en la esfera económica, veremos que, aunque no seamos el país con las disparidades de renta más altas, sí nos encontramos entre quienes las tienen más elevadas; de ahí, precisamente, la importancia que tiene la política regional en nuestro caso, aunque, dados los resultados cosechados hasta ahora, la misma no parezca ser demasiado exitosa.
Siendo esto muy preocupante, lo cierto es que el problema queda un poco aminorado cuando las diferencias de renta se consideran en términos de poder de compra, aunque, para ser honestos, tampoco demasiado. Donde, a mi juicio, las disparidades regionales son más sangrantes es en materia laboral, y en particular en el comportamiento de la ocupación y, sobre todo, del paro. La reciente publicación de la Encuesta de Población Activa (EPA) correspondiente al tercer trimestre del año en curso, nos ofrece una buena excusa para abordar esta cuestión y ver la gravedad de la misma.
En líneas generales, el comportamiento del mercado de trabajo español a lo largo de los doce meses que median entre los terceros trimestres de 2022 y 2023 ha sido muy positivo, pues la creación de empleo ha sido bastante intensa (720.000 personas), lo mismo, bien que en menor medida (125.000), que la caída del paro; la diferencia entre ambas cifras la explica, como es lógico, el crecimiento de la población activa. Es a la hora de examinar el comportamiento por comunidades autónomas, sin embargo, que empiezan a aflorar diferencias muy significativas entre unas y otras y en relación con ambas magnitudes.
Siguiendo con el mismo periodo de análisis que a escala nacional, las EPA relativas a los trimestres mencionados permiten apreciar las enormes diferencias que existen por territorios. Así, por ejemplo, mientras que la Comunidad Valenciana y Madrid se erigieron como las comunidades más expansivas en materia de empleo, con aportaciones respectivas de 130 y 119,3 miles de ocupados, Castilla y León y la ciudad de Melilla perdieron empleo en cifras en torno a los 2,5 y 2,2 miles de personas. En términos relativos, que son más relevantes, la figura adjunta muestra que, mientras que el conjunto nacional anotó un incremento de la ocupación del 3,5%, hubo dos comunidades con registros por encima del 5% y cuatro con valores por debajo del 2%; si cabe, y lo decimos con cautela porque la escasa cuantía de las cifras absolutas hacen menos relevante los cambios relativos, el hecho más llamativo es que las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla hayan tenido conductas completamente opuestas, con un aumento cercano al 7% en el caso de la primera y una caída de similar intensidad en la segunda.
Si la magnitud de las disparidades en la evolución del empleo por regiones es lo suficientemente elevada como para despertar el interés y la preocupación de los responsables políticos y sociales, ésta es todavía más acusada cuando se refiere al desempleo. En este sentido, y amén de que la evolución del paro por territorios haya sido muy desigual, tanto en términos absolutos como relativos, me parece oportuno subrayar cuatro características que sobresalen en el cuadro. La primera de ellas es que, en ambos casos, ha habido algunos territorios (10) que han visto disminuir sus cifras de parados mientras que otros (9) han experimentado el comportamiento opuesto. La segunda es que, en términos relativos, la magnitud del cambio registrado ha ido desde una caída máxima del 17% en el caso de Castilla-La Mancha hasta un aumento, también máximo, del 22% en La Rioja. La tercera es que, habiendo crecido el número de activos en todos los territorios, la tasa de paro ha descendido, lógicamente, donde lo hizo el volumen absoluto de parados, pero también en algunas comunidades (Andalucía y Baleares) en las que éste había aumentado; los cambios más extremos se han producido, por el lado positivo, en Castilla-La Mancha y, por el negativo, en La Rioja. La cuarta característica, y probablemente la más destacada de todas, es que las tasas de paro, con una media nacional del 11,8%, varían desde el mínimo balear del 5,7% hasta el máximo andaluz del 18,7%, lo que supone que en este último caso la tasa de desempleo es nada menos que tres veces superior a la vigente en el primero. Un problema muy grave que sólo se podrá solucionar capacitando mejor a la población y ofreciendo, de verdad, las mismas oportunidades de desarrollo a todos los territorios.
Para concluir, me parece oportuno reseñar que, en el caso de Cantabria, el panorama laboral presenta, en comparación con el español, luces y sombras. Las sombras se refieren a que, aunque la creación de empleo alcanzó la nada despreciable cifra de 5.600 puestos de trabajo, la aportación al conjunto nacional fue escasamente significativa, no sólo por el reducido peso específico de la comunidad sino, sobre todo, porque el crecimiento relativo fue tan solo del 2,2%, algo más de un tercio inferior al registrado en España. Las luces, por el contrario, vienen del lado del paro, y tanto porque la tasa correspondiente es de las más bajas del país (7,5% frente al 11,8% mencionado) sino, también, porque a lo largo del año analizado ha disminuido bastante más que la media nacional (13% frente al 6,6%).
José Villaverde Castro
es catedrático de Fundamentos
del Análisis Económico.
Universidad de Cantabria