La mejora de la selección doméstica de residuos, clave para el futuro de Amica
La basura que llega mezclada con los envases supone un sobrecoste de mil euros diarios para la planta de selección de Candina
El Centro de Recuperación y Reciclaje de Candina, gestionado por Amica, está en crisis por el cambio en el comportamiento ante el reciclaje de los cántabros: tanto la basura que llega mezclada como la falta de aportación de envases al contenedor amarillo suponen unos mil euros diarios en pérdidas. En ocasiones, estos ‘impropios’ llegan a representar más del 30% de lo que reciben y eso ha colocado en una situación financiera muy compleja a esta asociación sin ánimo de lucro que trabaja para MARE, la empresa pública para la gestión medioambiental del Gobierno de Cantabria.
Amica inauguró su Centro de Recuperación y Reciclaje de Candina en 1999, antes incluso de que se instalaran los contenedores de reciclaje en la región. Fue fruto de un proyecto cofinanciado por la Unión Europea y el Gobierno de Cantabria que tenía por objetivo precisamente el tratamiento de los residuos depositados en el contenedor amarillo: envases de plástico, latas y briks.
En estos casi 25 años de funcionamiento al servicio de la empresa pública MARE, empresa pública para la gestión medioambiental del Gobierno de Cantabria, la planta ha tratado más de 63.000 toneladas de envases, pero en los últimos dos años ha entrado en una situación crítica, ya que no solo los cántabros cada vez reciclan menos, sino que además aproximadamente el 30% de lo que trata cada día –en ocasiones, hasta el 40%– son impropios, residuos que nunca deberían haber llegado a sus instalaciones. Se trata de basura que debe depositarse en el contenedor gris de restos, y que le está generando unos costes extras que ponen en peligro el empleo de las 68 personas con discapacidad que trabajan en este centro y a la propia asociación.
Tomás Castillo, gerente de Amica, aprecia que “aunque históricamente, Cantabria ha sido una de las comunidades que menos ha reciclado, lo que está ocurriendo en los últimos dos años no tiene precedentes”.
Los motivos que pueden estar detrás de esta pérdida de la conciencia ciudadana de reciclaje son varios. El más notorio, el desapego que ha producido el conflicto de basuras de Santander, que comenzó hace más de dos años, y que ha provocado un hastío en los ciudadanos con todo lo relacionado con la recolección de basuras y el reciclaje. Algo que afecta sobremanera a la planta, ya que el 60% de lo que reciben procede de los contenedores amarillos de la capital.
También influye muy negativamente el deterioro de los contenedores de Camargo, un municipio que hace años fue Premio Nacional por su labor de reciclaje y que, sin embargo, se ha convertido en otro foco problemático en la recogida de basuras y reciclaje: Una gran parte de sus contenedores están estropeados y sin tapas, por lo que muchos ciudadanos depositan la basura indiscriminadamente en cualquiera de ellos. Castillo espera que esta situación se revierta pronto, ya que el alcalde del municipio, Diego Movellán, se ha comprometido a renovarlos.
A estas circunstancias se añade un bulo que ha resultado demoledor en esta pérdida de la conciencia de reciclaje, ya que ha ido calando en la sociedad regional. Asegura que el contenido de todos los contenedores acaba mezclándose, sin llegar a reciclarse. Esto se ha convertido en la justificación de muchos ciudadanos para no separar sus residuos. “No sé de dónde ha salido este bulo y por qué la gente lo cree, pero no es cierto, y cualquiera que desee acudir a nuestro centro de recuperación podrá comprobar cómo lo separamos”, asegura.
Gastos adicionales
Todos los residuos de los contenedores amarillos repartidos por el arco de la Bahía de Santander y la parte oriental de Cantabria llegan a la planta de Candina. El resto de los contenedores de la comunidad se gestionan en el Centro de Recuperación y Reciclaje de El Mazo, en Torrelavega, también gestionada por MARE.
Nada más llegar al centro, los operarios retiran manualmente los voluminosos. Después, una máquina separa los residuos en función del material con el que están fabricados: metal o plástico, que a su vez ha de seleccionarse según cinco tipologías: PET, PVC, plástico mezcla, de alta densidad y plástico film.
Por último, se hace un control de calidad manual que permite que la planta alcance un 90% de eficiencia, es decir, que el menos ese porcentaje de los envases que llegan a ella se reciclen.
Más del 30% de los residuos que llegan a la planta son impropios
Los materiales separados se prensan y organizan en balas y se entregan a Ecoembes, que los vende a recuperadores autorizados para convertirlos en granza (una especia de granos de arroz que son la materia prima del plástico). De esta forma se puede dar una vida casi infinita a estos materiales, que sirven para fabricar nuevos envases.
La venta de estos reciclados es, por otra parte, una de las vías que tienen los organismos públicos para compensar parte de los costes de recogida, clasificación y procesamiento de los residuos domésticos.
Amica está contratada por la empresa pública MARE para realizar esta gestión de envases y plásticos y cobra en función de las cantidades que recupera. Esto quiere decir que toda la basura impropia que la planta se ve obligada a tratar, porque llega mezclada con el material del contenedor amarillo, no solo no le genera ingresos, sino que le provocan un gasto que no están contemplados en el contrato de la empresa. Al incrementar innecesariamente el volumen de los residuos y mixtificarlos, la selección se hace mucho más compleja, costosa e insalubre.
Las máquinas no están preparadas para tratar algo que no sean plásticos o envases, por lo que se generan olores muy desagradables y gérmenes que sufren los trabajadores de la planta. Además del empeoramiento de las condiciones de trabajo, el mayor tiempo invertido por tonelada recuperada se convierte en pérdidas para la sociedad gestora, con otra consecuencia inesperada: llevar cada tonelada de esa basura a un vertedero le obliga a pagar cerca de 100 euros y otra tasa por su incineración.
Todo esto se está convirtiendo en una espada de Damocles para la asociación: Amica recibe unos 15.000 kilos diarios procedentes de los contenedores amarillos, de los que en torno a 4.000 son impropios. Deshacerse de ellos le supone un coste de más de 400 euros cada jornada. Al añadir la mano de obra y el deterioro de las máquinas, las pérdidas se elevan a 1.000 euros diarios. “La ciudadanía no solamente aporta cada vez menos envases, lo que nos permite reciclar menos, reduce nuestros ingresos y dispara los gastos. Es un problema muy importante que ha situado a la planta en una situación crítica”, se lamenta Tomás Castillo.
En ese sentido, avanza que está en negociaciones con el nuevo equipo de MARE para actualizar el contrato y que resulte más justo. “En MARE son conscientes de que hay que tomar medidas y revisar el contrato y la forma de financiación de la planta, porque entienden que no es un sistema adecuado. Creo que en pocos meses tendremos arbitradas las soluciones para que la planta vuelva a ser sostenible”, adelanta el gerente de Amica.
Responsabilidad de todos
La Administración tiene un papel importante, tanto a la hora de concienciar a los ciudadanos y educarlos en el reciclaje (MARE realiza campañas cada año) como en la organización de los contenedores y coordinación de las recogidas.
En ese sentido, Castillo hace un llamamiento a los ayuntamientos para que las recogidas de todo tipo de contenedores se realicen puntualmente, evitando que se acumulen residuos en torno a los llenos y que los ciudadanos acaben depositando sus desperdicios en aquellos donde encuentran espacio.
De igual modo, considera necesario reorganizar la distribución. “La proporción actual de los contenedores no concuerda con lo que se produce en los hogares. Cada día, la bolsa de resto [las destinadas a orgánico, principalmente] va siendo más pequeña y, en cambio, la de envases y plásticos es más voluminosa. Por eso tiene sentido que cada vez haya más contenedores amarillos y menos de resto”.
No obstante, apunta que es la ciudadanía la que ha de revertir la situación que se está produciendo en la planta de recuperación de Amica. “Si no hay colaboración ciudadana, ningún sistema funciona”, subraya Castillo. “Hay un relajamiento colectivo. Antes se reciclaba con más interés y Cantabria necesita hacer una reflexión sobre lo que está pasando”, agrega.
El director de Amica considera normal cometer fallos a la hora de reciclar, ya que algunos productos generan dudas, como los envases de madera o corcho utilizados para la distribución de frutas, hortalizas y otros alimentos o el papel de aluminio. Todos ellos deben ir al contenedor amarillo. Las cápsulas de café, por el contrario, no deben depositarse en este contenedor, ya que requieren de un tratamiento distinto. Pero ninguna de estas dudas y errores puede llegar a justificar el altísimo porcentaje de basura que les llega a diario.
El gerente de Amica destaca que durante la temporada turística mejora la calidad del reciclaje: se recoge más, pero el porcentaje de basura disminuye sensiblemente, lo que indica que quienes vienen de otras comunidades y países tienen mejores costumbres. Por ello, Castillo hace un llamamiento a los cántabros: “Tenemos una responsabilidad con el medio ambiente de reciclar los materiales que utilizamos todos los días”.
Cuando estos envases se depositan en el contenedor de resto (orgánicos, en su mayoría), van al vertedero, donde se incineran, un proceso que genera algo de energía pero también contamina.
No reciclar también cuesta dinero y no solo es un problema para Amica. Le cuesta también a los ayuntamientos (tasas por vertidos) y a los ciudadanos, que al comprar los productos envasados pagan por un reciclado que no se realiza.
Desde la aprobación hace un año del impuesto especial sobre los envases de plástico no reutilizables, los fabricantes de plásticos han de abonar un canon –repercutido en los clientes– para que esos productos vuelvan al contenedor amarillo y se reciclen. “La gente tiene que saber que ya han pagado por este reciclaje en plantas como la nuestra, por lo que si va al vertedero, pagan dos veces”, resalta Castillo.
Tampoco puede olvidarse la labor social que supone que 68 personas con discapacidad tengan un empleo en esta planta de reciclaje. Tomás Castillo destaca que “hay que ser conscientes de que esta planta les proporciona un empleo a personas que, quizá, no tendrían otra oportunidad de trabajo. Por lo tanto, cualquier ciudadano que recicle no solamente está obteniendo el beneficio de recuperar los envases, sino también el de crear oportunidades de empleo para su vecino, que también es muy importante”.
María Quintana