El factor cántabro
Miguel Ángel Revilla recuerda permanentemente el servicio leal de Cantabria a la nación contraponiendo esta bonhomía desinteresada a los intereses de otros, en cuyas adhesiones únicamente importa lo que se recibe. En realidad, esa es la España que hemos construido en estos últimos años, un país en el que todos nos sentimos agraviados. Unos por no tener el AVE y otros porque solo lo ven pasar a toda velocidad, como el Mr. Marshall de Berlanga. Los más ricos porque creen contribuir injustamente para sostener a las regiones pobres; las regiones pobres, porque lo son, y los restantes porque le atribuyen al país todos los males y a su comunidad todas las virtudes. Entre tantos agraviados, el caso de Cantabria era insólito, y ya no es. El propio Revilla se ha apuntado al carro de los que reclaman compensaciones antes de votar, aunque su mano izquierda no quiere ver lo que hace la derecha y con ella pida generosidad para que Sánchez pueda formar gobierno de una vez.
En esa curiosa virtud del presidente cántabro de estar en misa y repicando hay algo de pasiego. Quizá sea la propia esencia cántabra, que ha dado tantos personajes públicos como no cabría suponer en una región pequeña, y es muy de lamentar que estemos perdiendo una generación que ha tenido un protagonismo destacado en la llegada de la democracia y en la articulación institucional del país. Personajes de la estirpe de Alfonso Osorio, Jerónimo Arozamena o Eduardo García de Enterría, que fueron decisivos para la arquitectura jurídica y política de la Transición y que han fallecido en los últimos años. Solo en unas pocas semanas hemos perdido a otros tres cántabros que han dejado huella, el exsecretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba; el vicesecretario general del PRC, Rafael de la Sierra, y al más polémico de los fiscales generales, Eduardo Fungairiño.
Todos ellos formaron una pléyade que demuestra que los cántabros siempre –y no solo ahora– tuvieron que salir de la región para poder tener una carrera profesional y que muchos de ellos ocuparon puestos clave de la nación, más de los que correspondería a un comunidad que apenas aporta el 1,2% de la población del país. Si cuando, a finales de la pasada década, Rubalcaba hubiese alcanzado la presidencia del Gobierno, a la que aspiraba como líder del PSOE, se hubiese juntado una triada poco habitual, porque también eran cántabros el primer banquero del país (Emilio Botín) y el arzobispo de la diócesis más poderosa, la de Madrid (Carlos Osoro). Además del poder, hubiésemos sumado los dos supuestos contrapoderes, o los tres, de no haber muerto unos años antes Jesús de Polanco, presidente del Grupo Prisa.
Es muy difícil encontrar en una comunidad pequeña y periférica una constelación semejante de personas que hayan contribuido tanto a modernizar el país, desde el campo jurídico a la banca, desde los medios de comunicación a la lucha contra el terrorismo e, incluso, a la renovación de la Iglesia. Y probablemente no se vuelva a dar. Cantabria ha sido generosa en exportar inteligencia y ahora necesita imperiosamente recuperarla. Lo que hacemos desde nuestro Círculo Empresarial Cantabria Económica para revincular a la región a empresarios y ejecutivos que triunfan en el extranjero (algo que ahora también ha empezado a hacer la CEOE) es el primer paso para recuperar un patrimonio intangible que es tan importante o más que los tangibles. Se trata de contar con los que están fuera porque, en un mundo globalizado, suponer que nosotros mismos forjamos nuestro destino como comunidad es ingenuo.
Miguel Angel Revilla y su Gobierno han tenido y tienen mucha responsabilidad sobre lo que pase en Cantabria, pero ni él ni otros que vinieran pueden cambiar las tendencias generales, igual que nadie puede conseguir reverdecer las viejas glorias de pueblos castellanos cuajados de grandes edificios que las recuerdan. La historia tiene más sujetos pasivos que activos y tenemos que congratularnos de que tantos cántabros, entre ellos los que han fallecido en estas semanas, hayan tenido papeles tan principales en la modernización del país. No podemos desaprovechar los muchos otros que siguen dispersos por el mundo, dispuestos como están a echar una mano a su región de origen si alguien se lo pide.
Alberto Ibáñez