El agujero negro de Internet
Las primeras nociones de economía nos llegaron a muchos españoles a través de un libro de Enrique Fuentes Quintana y Juan Velarde que se utilizó a finales del franquismo para aquella asignatura de Formación del Espíritu Nacional que supuestamente debía adoctrinarnos a los bachilleres en el amor al régimen vigente y que, como tantas iniciativas semejantes, consiguió lo contrario de lo que pretendía. De todos aquellos manuales solo se salvaba el de Velarde y Fuentes, que tenía un fin mucho más ambicioso, explicar el mundo en el que vivimos, sin ningún sectarismo. Allí aparecía una paradoja, de esas que tanto gustan a los economistas británicos, destinada a dejar muy claro la forma en que la economía se ensancha por el mero hecho de mover el dinero.
Fuentes se convertiría más tarde en vicepresidente del Gobierno con Adolfo Suárez y en el auténtico arquitecto de la economía española de la Transición, al propiciar los Pactos de la Moncloa y modernizar el país. Es difícil olvidar su imponente figura en sus veraneos en Santander y sus cursos de la UIMP, pero en la memoria siempre me quedó el ejemplo clásico que utilizaba en aquel libro de iniciación a la economía para explicar el efecto multiplicador del dinero, quizá porque rompía una regla física básica, esa que dice que la energía ni se crea ni se destruye. El dinero está más cerca de la teoría de la relatividad, donde todo depende del espacio/tiempo, que de la física de Newton. Multiplica su valor cuanto más se mueve, como explica su relato:
Dos muchachos que acudían a la feria de un pueblo a una legua de distancia coincidieron en el camino. Uno llevaba un barril de cerveza al hombro con la intención de venderlo en la fiesta. El otro iba con una moneda para gastarla en el festejo y pasárselo bien. Optaron por caminar juntos y, como el calor apretaba, al cabo de un trecho el propietario de la moneda le propuso al de la cerveza que le vendiese una pinta. El cervecero aprovechó para hacer su primer servicio y el joven le pagó con la moneda que llevaba. Como el barril seguía pesando mucho, al cabo de un tiempo le propuso al muchacho devolverle la moneda si lo acarreaba un rato, para poder descansar.
Las compras de proximidad creaban riqueza alrededor. Internet actúa como un agujero negro. Ese dinero nunca volverá al circuito local, que se descapitaliza sin que seamos conscientes
El barril cambió de hombro y, tras recorrer el tramo pactado, el joven recuperó la moneda. Siguieron el camino, y el calor le impulsó a solicitar otra jarra, que el cervecero le vendió gustoso a cambio de que la moneda volviese a cambiar de manos.
El camino fue lo bastante largo como para que la operación se repitiese varias veces y al llegar al pueblo en fiestas no quedaba ni una gota de cerveza en la barrica. Con una sola moneda, uno de los jóvenes había adquirido un barril entero de cerveza y el otro un porte de varios kilómetros. Una especie de milagro de los panes y los peces, que demuestra hasta qué punto la circulación multiplica el dinero. El que se queda parado no produce nada (ahora, ni siquiera genera intereses) pero cuando se mueve tiene una capacidad insospechada de generar riqueza, algo que las políticas de austeridad de los últimos años no han tenido en cuenta.
Tampoco lo tienen en cuenta las nuevas generaciones de consumidores cuando realizan la mayor parte de sus compras por Internet. Mientras el dinero se mueve en el circuito local, salta de un bolsillo a otro, porque lo que uno gasta en el comercio de su vecino, éste lo empleará en pagar a un empleado, a sus suministradores o en sufragar sus necesidades, de forma que la famosa moneda de la cerveza correrá de mano en mano generando riqueza.
Las grandes multinacionales de los hipermercados y supermercados ya empezaron a cambiar esta dinámica, porque sacaban buena parte de ese dinero del circuito local, para llevárselo lejos, allí donde se encuentran sus sedes, lo que antes o después provocaría una concentración de riqueza en las grandes ciudades, pero ese proceso se ha acelerado extraordinariamente con Internet, que actúa como un agujero negro estelar. Con cada compra, ese dinero se va a algún punto del globo difícil de identificar, en algunos casos donde está la sede de Amazon o Alibay, en otros, donde están sus proveedores, pero siempre muy lejos del entorno local.
Todo lo que captura esa enorme aspiradora nunca retornará al circuito local, como ocurría con el comercio de proximidad, y en vez de generar riqueza en el entorno, generará pobreza. Podrá beneficiar a una multinacional o a un fabricante chino, pero la fracción de esos pagos que pueda volver al ámbito local es infinitesimal.
El comprador de Internet no repara en ello, o si lo hace piensa que el efecto de su acción no será tan grave y, en cualquier caso, que no le afectará a él. Pero sí resulta grave cuando esa forma de comprar se generaliza, porque nuestra capacidad endógena de generar recursos no permite reemplazar todos los que se escapan por ese sumidero. Y sí que le afectará, porque los que le vendían antes en su calle o en su ciudad cerrarán, despedirán a sus trabajadores y dejarán de comprar a otros, entre los que pueden estar aquellos que le dan trabajo a él.
Lo queramos ver o no, lo podamos evitar o no, es un camino hacia la ruina que estamos aceptando de manera insensible, igual que la rana metida en un puchero donde el agua se calienta poco a poco morirá cocida en lugar de escapar de un salto, porque no es capaz de percibir el progresivo cambio de temperatura. Nos estamos cociendo insensiblemente delante de la pantalla del ordenador o el móvil, que nos ha hipnotizado lo bastante como para suponer que la moneda que sale de nuestro bolsillo por el cable de red volverá a entrar por la ventana. Pues no.