LOS PRINCIPALES EPISODIOS ECONOMICOS DEL SIGLO XX
La historia económica del Siglo XX termina muy lejos de donde empezó, con el creciente protagonismo del Extremo Oriente, cuya importancia en los movimientos económicos internacionales había sido marginal hasta ahora.
Todo comienza con el despegue de cuatro pequeños países del Este de Asia de fulgurante desarrollo: Hong Kong, Taiwan, Singapur y Corea del Sur a los que más tarde se suman Malasia, Tailandia e Indonesia. Todos ellos componen lo que durante años se ha conocido como los Tigres Asiáticos, a los que finalmente se ha unido un auténtico dragón, China. El modelo japonés, sustancialmente distinto en tiempo y forma, ya lo hemos analizado anteriormente.
Tras la finalización de la II Guerra Mundial se pensaba que los países en vías de desarrollo no tenían otra opción para conseguir una industria que propiciar la sustitución de importaciones y fabricarse a sí mismos esos bienes manufacturados.
Los tigres asiáticos descubrieron otra vía completamente distinta a la que auguraban los expertos y demostraron que se podía llegar a la industrialización por medio de las exportaciones de bienes manufacturados y, curiosamente, hacia las naciones adelantadas.
Estos países no sólo se integraron en el mercado de las manufacturas sino también en el del capital, hasta convertirse en el principal destino de los flujos económicos. Solo en 1995 recibieron la nada despreciable cantidad de 108.000 millones de dólares del exterior, la mitad en inversiones directas.
Nadie podrá negar que dieron un buen uso a este dinero, que no sólo sirvió para su desarrollo, sino también para el de los colindantes. La inversión extranjera –que en un 70% procedía de los países del propio entorno– dio lugar a un espectacular cambio estructural de sus economías y su cuota en las exportaciones mundiales pasó en veinticinco años del 11.5% al 23,1%. Para dar una idea de lo que esto significa, hay que señalar que la de EE UU es del 12,8%.
Nada les impidió adquirir en Norteamérica y Europa la tecnología más moderna y en dos generaciones pasaron a encontrarse entre las economía más competitivas del Globo, incluidos aquellos que como Tailandia o Malasia se incorporaron a este modelo de desarrollo con cierto retraso.
Japón había demostrado años antes que se podía crecer casi al 10% y los que vinieron después no se quedaron atrás. Taiwan, con un crecimiento anual del 8.7% alcanzó una renta per capita de 7.500 dólares en 1989, cuando en China continental era aproximadamente de 350.
Las dos Coreas habían comenzado los 60 con precariedades parecidas. Pero cuando la del Sur dejó su política de sustitución de importaciones logró igualar los precios internacionales y creció al 8,4% anual, cuatro veces más que sus colegas comunistas del Norte, así que pronto una y otra apenas tenían parecido alguno.
Las claves
¿Cuál es la clave de semejante desarrollo? En realidad no hay una clave concreta, sino muchas distintas, ya que el enfoque desarrollístico varió tanto que en unos casos se produjo con un intervencionismo casi total de la economía y en otros con la ausencia más absoluta del Estado. No obstante, se puede asegurar que parte del acierto llegó por la disciplina macroeconómica de unos y otros, la orientación hacia el exterior y la formación de los recursos humanos, en todos los casos con formulaciones muy pragmáticas y muy poco o nada ideológicas.
A pesar de lo que pueda parecer, lo cierto es que el éxito no se consiguió a expensas de la justicia social y la distribución de la renta comenzó a igualarse rápidamente país tras país cuando alcanzaron un cierto nivel de desarrollo. Tal resultado no fue una mera consecuencia del acceso a los mercados, ya que la acción de los gobiernos fue crucial para lograr una rápida acumulación y para el aumento de las exportaciones, sobre todo al principio, cuando la competitividad derivaba de la abundancia de trabajo.
La interacción con empresas extranjeras ha sido otra de las claves, aunque es evidente que se han dado experiencias muy distintas, desde la implantación de plantas propias en estos países al aprovechamiento de las ya existentes para productos intensivos en mano de obra, como la confección o los juguetes, hasta el aprovisionamiento de productos de alto nivel tecnológico o el ensamblado de semimanufacturas.
Mientras explotaban la mano de obra barata, las multinacionales proporcionaban mercado, capital y tecnología. Con todo ello contribuyeron decisivamente a un desarrollo sostenido.
El pasado bélico
Quizá resulte difícil entender que el siglo haya concluido con esta vorágine de crecimiento desatado en unos países para los que el siglo XX ha estado marcado, sobre todo, por las guerras. Pero puede que eso también haya tenido algo que ver en el resultado final. Durante décadas, EE UU puso especial énfasis en mostrar en esta zona de Asia las ventajas del capitalismo, tanto para abrir un nuevo mercado a sus exportaciones como para frenar el avance del comunismo. La presencia del ejército americano en Indochina y los grandes gastos que realizó durante toda una década de guerra, supuso contratas de aprovisionamiento muy importantes para algunas empresas locales y muchas concesiones comerciales.
Paradójicamente, una vez que fracasó el comunismo –las cosas son así– los EE UU empezaron a ver a sus antiguos amigos como competidores, y a sentirse incomodados por el hecho de que cada vez están menos sometidos a su tutela.
En estos países, tras la guerra se había decidido no practicar una política de autarquía ni de sustitución de importaciones, como se hacía, por ejemplo, en Sudamérica y en cambio buscaron la exportación y vincularse a los mercados y capitales extranjeros. Algo que tiene su mérito para quienes no disponían de petróleo ni riquezas naturales, sólo gente dispuesta a trabajar o, sin eufemismos, dispuesta a ser explotada.
Y las paradojas de la economía demostraron que resultaba más eficiente partir de cero que ser un antiguo país industrializado. Tanto Japón como los llamados tigres compararon en los EE UU y en Europa las tecnologías más recientes sin tener que desprenderse de la anterior y en dos generaciones estaban en situación de ser competitivos, incluso en las altas tecnologías.
Temor
En los años 90, las perspectivas de Extremo Oriente pasaban por la integración de los mercados internacionales, la transición de varios países de economía centralizada a economías de mercado y la conversión de sociedades rurales en urbanas. Todo eso ha ido ocurriendo, pero también se ha producido una reorientación de la fuerza de trabajo, un envejecimiento de la población y la degradación del medio ambiente.
Los tigres asiáticos ya han dejado de ser vistos como unos voluntariosos suministradores de Occidente, y se han convertido en un competidor temido, pero no todas nuestras desgracias proceden de allí. Es cierto que generan las 2/3 partes de las exportaciones de bienes manufacturados que salen de los países no desarrollados y que las importaciones de los países de la OCDE están aumentando a tasas muy altas, pero eso no es suficiente para explicar fenómenos como la desindustrialización o el desempleo en Occidente cuando los tigres, a excepción de Japón, Taiwan y Singapur, tienen déficit comercial, o sea que su impacto sobre el resto del mundo se produce en términos de competencia pero también de apertura de mercados.
La aparición de China
La deslocalización empresarial, y sobre todo la aparición de China como una potencia industrial es un fenómeno demasiado reciente para poder hacer un juicio histórico, pero sus colosales dimensiones económicas y demográficas invitan a pensar que tendrá una repercusión muy superior a la que ya han tenido las restantes economías de la zona. China lleva cuatro años creciendo a una tasa cercana al 9%, lo que significa que su bajísima renta tradicional muy pronto entrará en los niveles de una modesta sociedad de consumo, y sus ingentes dimensiones pueden desbaratar el equilibrio de los mercados. Los ejemplos más inmediatos están en la subida de los precios del petróleo y del acero como consecuencia del aumento de la demanda china.