Escupir al cielo

Hace algo más de una década, la Unión Europea intentó defender su sector textil de la invasión de prendas chinas estableciendo unas barreras de entrada un poco burdas pero aparentemente eficaces: no iba a admitir en frontera ningún camisa por debajo de cuatro euros o pantalón de menos de cinco, al entender que por debajo de esos precios (fabricación y transporte) no era posible producirlos, ni siquiera en China, y se trataba de una política subrepticia de dumping destinada a hundir a las empresas europeas para quedarse con su mercado. La medida no llegó a aplicarse, porque China respondió amenazando con bloquear las importaciones de vino y aceite comunitario por la misma razón, recordando algo que los europeos solemos olvidar, que la Política Agraria Comunitaria subvenciona a los productores locales en aproximadamente un 50%.

Esta contradicción (siempre pensamos que los que distorsionan el mercado son los otros) nos va a perseguir siempre. Aunque aún nos parezcan caros, los precios de todos los productos agrarios europeos están dopados por las subvenciones, porque la Unión Europea siempre tuvo como primer objetivo mantener las rentas de su sector agrario, ante la seria amenaza de desaparición por la competencia de terceros países y por la huida de las nuevas generaciones a otros trabajos mejor remunerados y menos fatigosos.

Así hemos llegado al reciente –que no último– episodio de la guerra de aranceles, que suele acabar pagando el sector agrario. Los fabricantes de coches europeos han advertido que si se les impide seguir produciendo vehículos con motores de combustión, en los que son muy eficientes, no tendrán posibilidad alguna de competir con los fabricantes chinos en el campo de los eléctricos, donde no existe ese diferencial tecnológico. Como consecuencia, la mayor industria de Europa, la automoción, con miles de empresas subsidiarias, desaparecerá.

Alguien trata de defender el coche eléctrico europeo y quien lo paga son los criadores de cerdos, así de complejo es poner aranceles

Consciente de la gravedad del problema, la UE ha decidido establecer un arancel del 38% a los vehículos eléctricos chinos que se importen, y no precisamente para recaudar o por un sesgo ideológico antiliberal, porque EE UU, que pasa por ser el adalid mundial de ese liberalismo económico, ha impuesto un arancel del 100% a estos coches asiáticos. Unos y otros lo hacen, como siempre, para defenderse. 

China ha vuelto a responder como un resorte al anunciar una investigación antidumping sobre las importaciones de carne de cerdo y sus subproductos procedentes de la Unión Europea. Si finalmente establecen una sanción o las restringen, a nadie le afectaría tanto como a los criadores españoles, que venden en China casi 1.300 millones de euros al año. España es, de largo, el principal suministrador de cerdo del país asiático, tras haber conseguido copar más del 20% de sus importaciones.

Si se materializa esta represalia (algo que no ocurrirá antes de un año, que es el plazo dado por el Gobierno chino para la investigación) sería el segundo golpe dramático al campo español que llega desde Pekín en los últimos tiempos. La aparición de la viruela ovina en España, en septiembre de 2022, ya provocó que ese país, el principal comprador de nuestra lana, bloquease las importaciones. España ha conseguido liberarse de la enfermedad pero el gigante asiático sigue sin reabrir sus fronteras y eso provoca que enormes cantidades de lana se acumulen en almacenes de nuestro país, sin encontrar salida y con unos precios hundidos. 

Hay que tener en cuenta que, de las 14.000 toneladas de lana que España venía exportado, más de 5.000 iban a China. A este problema se le suma una caída de la demanda mundial desde que la industria de la moda está apostando por las fibras sintéticas y el algodón. Eso permite entender que los industriales chinos del sector textil no estén presionando a su país para que vuelve a abrir las fronteras a la lana española.

China no tiene un especial interés en los conflictos comerciales, porque su principal objetivo es exportar, y tampoco lo tiene la Unión Europea. Todos necesitan preservar el actual status quo, pero debemos ser conscientes de que el comercio internacional se basa en un equilibrio inestable muy complejo en el que basta un cambio tecnológico en un sector (la llegada del coche eléctrico) para desestabilizar otros, y el pagano –en este caso los criadores de cerdos– ni siquiera tienen la más mínima relación con el origen del problema.

Nunca fue más evidente el ejemplo de la mariposa que mueve sus alas a un extremo del Pacífico y acaba causando un vendaval en la otra punta (esta vez, en el Atlántico, pero no podemos olvidar que tanto en Europa como en EE UU hemos creado una economía subsidiada en muchos sectores, y nadie está en condiciones de tirar la primera piedra a los productores de otros países, porque corremos el mismo riesgo que corren quienes escupen al cielo de que nos caiga encima.

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