La sucesión de Revilla

Hay algunas casualidades que quizá no lo son tanto, como que cada diez años el sindicato mayoritario entre los médicos cántabros plantee una movilización para asegurarse una subida salarial a añadir a la contemplada en los Presupuestos o que coaliciones municipales que parecían perfectamente estables hasta ese momento se desestabilicen todas a la vez.

Este fenómeno, que está cambiando las alcaldías de media decena de ayuntamientos cántabros tiene una explicación relativamente sencilla: la ley impide las remociones de cargos en los ayuntamientos durante el primer año de mandato. A partir de ahí, libertad total. Esta y no otra es la única razón de este contagio masivo y simultáneo de inestabilidad provocado en algunos casos por las mismas personas que hace solo un año hacían campaña electoral defendiendo el éxito de su gestión en coalición con los mismos a los que ahora consideran un dechado de ineptitud.

Este tipo de movimientos en las alcaldías solían estar más relacionados con el poder regional que con el municipal. Quien ha sido alcalde de San Felices de Buelna durante décadas por el PRC y con mayorías sin par en toda España, el exciclista José Antonio González Linares, reconocía en su despedida de la política que cuando llegó Ignacio Diego a la presidencia de la comunidad autónoma le ofreció el cargo que quisiera en su gobierno a cambio de pasarse al PP. González Linares resistió la tentación, pero muchos alcaldes saben que su continuidad depende de las obras que hagan y eso depende, a su vez, de su relación con quien gobierna en Peña Herbosa.

Tanto los alcaldes del PRC como los del PSOE se encuentran desde hace un año ante esa tentación de arrimarse al sol que más calienta para que su gestión luzca más. Por lo general, la fuerte vinculación ideológica de los alcaldes socialistas hace que resistan mejor los cantos de sirena que pueda lanzarles el PP, pero muchos de los alcaldes regionalistas no tendrían demasiados problemas en estar bajo otras siglas si eso significa seguir gobernando. Ahora bien, María José Saenz de Buruaga no puede echar las redes como las echaba Diego, a pesar del pacto antitransfuguismo firmado por los grandes partidos, y la razón es obvia: no puede declararle la guerra al PRC, cuya abstención la convirtió en presidenta y la está dejando gobernar con total placidez. Tocarle los alcaldes desataría una crisis impredecible, aunque no es fácil que Vox secundase una moción de censura presentada por PRC o por PSOE para descabalgarla de la presidencia.

Desde hace meses, las críticas internas crecen en el PRC

Eso no significa que Revilla pueda dormir tranquilo, ni mucho menos, porque el problema no viene de los alcaldes, como otras veces, aunque también estén en el ajo. Por primera vez en cuarenta años, el malestar interno del PRC se palpa. Pasar a la oposición es duro, porque se pierden decenas de cargos públicos, pero el efecto no se nota de inmediato. Es con el transcurso de los meses cuando el descontento cataliza y cualquier antiguo cargo regionalista ya no se contiene al exteriorizar las críticas al hasta ahora intocable fundador y secretario general, por no haber resuelto la sucesión mientras estaba en el poder.

Creen que, de haberlo hecho, hubiesen tenido tiempo suficiente para asentar un nuevo líder, evitado perder parte de los votos que se dejaron en los últimos comicios regionales. La teoría es razonable pero cuesta imaginar que un sucesor de Revilla, fuese quien fuese, y por mucho tiempo de delfinato del que hubiese disfrutado, llegase a conservar los votos de Miguel Ángel Revilla, cuya marca personal sigue siendo mucho más potente que la del PRC. Es bastante probable que, de haberse presentado a las europeas como tal, y tratándose de una única circunscripción nacional, Revilla hubiese superado en europarlamentarios a desconocidos como Alvise.

Si el propio Revilla no fuese plenamente consciente de que esa transferencia de votos no está garantizada, hace tiempo que habría resuelto la sucesión, pero ahora no solo tiene un problema sino dos: no hay un candidato que vaya a ser unánimemente aceptado por el partido y con suficiente tirón electoral, y tendrá que llevar a cabo la sucesión fuera del poder, lo cual añade otros dos factores enormemente negativos: el sucesor no dispondrá de la visibilidad inigualable de estar el Gobierno y tampoco contará con la anestesia interna que proporciona el poder contentar a los perdedores con mejores puestos o quitárselos a los que se atrevan con las críticas.

Los alcaldes forman parte de otro sistema planetario, ya que su cargo no depende del partido –o así lo creen ellos– y por ese motivo son incontrolables. Es un problema que afecta a todas las formaciones, pero sobremanera a las que pierden el poder. Así que sabemos por donde ha empezado este movimiento de sillones municipales pero no sabemos dónde va a acabar. Quizá en un corrimiento de las placas tectónicas de la estructura política cántabra, que no está preparada para asimilar el cambio de líder regionalista después de un mandato tan largo y personalista. Quien cree que el PRC ha consolidado un espacio político propio en el centro no es consciente de que la enorme polarización política de España hace cada vez más estrecho este espacio y no recuerda lo que ocurrió con otras formaciones de éxito, como Coalición Galega, Unión Mallorquina o Unión Valenciana, ya desaparecidas.

El personalismo no es una anomalía de Cantabria y está acabando con los partidos. Trump es su propio partido; Macrón, directamente se inventó uno para sí mismo, como Berlusconi, y líderes como Boris Jonhson nunca hubiesen surgido en las férreas estructuras políticas de la segunda mitad del siglo XX. Lo realmente sorprendente es que quienes mejor se han adaptado a la política del siglo  XXI, en la que las figuras populares se crean en las redes sociales, son personajes nacidos mucho antes de que nadie imaginase lo que iba a ser internet.

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