Desarrollo humano (José Villaverde Castro)

En el mundo de la economía, crecimiento, desarrollo y progreso son términos que, con bastante frecuencia, se emplean como sinónimos, ya que comparten algunas características importantes. No son, sin embargo, estrictamente equivalentes y de ahí que, en las múltiples clasificaciones que existen al respecto, el ranking de países y regiones difiera a menudo, a veces incluso de forma sustancial, según cual sea el indicador utilizado. Si en mi columna del mes pasado hacía referencia al Índice de Progreso Social elaborado por la Comisión Europea, en esta ocasión quiero referirme al Índice de Desarrollo Humano (IDH), construido por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Como es fácil imaginar, el IDH es un indicador que, a diferencia del PIB, que sólo mide aspectos económicos, evalúa el progreso de los países en áreas clave para la ciudadanía, tales como la salud, la educación y el nivel de vida. Se trata, por tanto, de un indicador holístico, que ha evolucionado con el paso del tiempo y que tiene la pretensión de ofrecer una visión integral y global del desarrollo. En este sentido, el índice se basa en los tres componentes antes mencionados (cada uno de los cuales pesa un tercio en el índice total), componentes que se sustentan, a su vez, en distintas variables. Así, por ejemplo, el relativo a la salud se centra en la esperanza de vida al nacer, para lo que se fija en la atención médica, en el tipo de nutrición recibida y en la prevención de enfermedades. Por su parte, el componente de educación se focaliza en los años promedio y esperados de escolarización de las personas, con la vista puesta en el acceso a la educación, a su calidad y a la posibilidad de acceder a una educación superior. Y, por último, el componente de nivel de vida, el que a priori es más próximo al PIB convencional, se mide mediante el ingreso nacional bruto por habitante ajustado por paridad de poder adquisitivo (RIB), dirigiendo su atención a la pobreza, el acceso a los recursos básicos y la igualdad de oportunidades.

La reciente publicación del informe sobre el IDH para el año 2023 permite analizar, con profusión de datos, la evolución del mismo y sus rasgos más relevantes. En este sentido, quizás el más destacado de todos sea que, después del descenso registrado en los años 2020 y 2021, el IDH ha recuperado su tradicional tendencia alcista, alcanzando en 2023 su máximo histórico. Dicho esto, que se aprecia con claridad en la Figura 1, no es posible ocultar otros dos rasgos bastante menos favorables. El primero, que se observa también en la mencionada figura, es que, pese a su recuperación, el valor internacional del IDH se sigue manteniendo por debajo de la tendencia anterior a 2019. El segundo, que se muestra en la Figura 2, es que la desigualdad entre países no ha hecho más que aumentar desde el año 2020; este resultado es la consecuencia de que, mientras que los países ricos, los miembros de la OCDE, se han recuperado de la caída sufrida en 2020 o 2021, no ha ocurrido lo mismo con los países menos adelantados, donde sólo la mitad de ellos (el 49%) han logrado alcanzar los niveles previos. 

Teniendo en cuenta que el IDH puede tomar valores comprendidos entre un máximo de 1 y un mínimo de 0, el PNUD clasifica a los países en cuatro grupos. El primero es el que logra un valor del índice muy alto (mayor que 0,8), el segundo el que tiene un valor alto (el IDH está comprendido entre 0,7 y 0,8), el tercero aglutina a los países con un valor medio (IDH entre 0,55 y 0,7), y el cuarto, y último, está formado por países con un valor del IDH bajo (menos de 0,55).  

Son 69 los países que anotan un IDH muy alto, y están encabezados por Suiza y Noruega; España ocupa la posición vigésimo séptima, ligeramente por encima de Francia e Italia, y no demasiado alejada de la correspondiente a los Estados Unidos. Entre los países con un IDH alto, que son 33, y entre los que sólo hay tres europeos (Bulgaria, Albania y Ucrania), destacan los casos de China y Brasil, mientras que entre los de IDH medio (42) sobresale la India, y entre los 49 con un índice bajo destaca Pakistán; por su parte, Somalia y Sudan del Sur son los países con los valores del IDH más reducidos.

En relación con nuestro país, el IDH muestra, asimismo, varias peculiaridades de interés (ver cuadro adjunto), aparte de la ya mencionada. En lo que se refiere al valor del último año disponible (2022), merece la pena subrayar que sobrepasamos la media de los países con IDH muy alto en el componente salud (la esperanza de vida al nacer) y una parte del componente educación (los años de escolarización esperados), pero estamos por debajo de la misma en la otra variable del componente educación (los años medios de escolarización) y en el de calidad de vida (la renta interior bruta por habitante). Al ampliar un poco la perspectiva temporal observamos, además, otros rasgos interesantes. El primero de ellos es que, al igual que ocurre con la mayoría de los países analizados por el PNUD, el IDH español no ha hecho más que aumentar con el paso del tiempo; la única excepción a esta trayectoria la constituye, asimismo, lo ocurrido en el año 2020. El segundo de los rasgos a destacar es que, pese a los avances logrados en el valor del índice, la posición de España en el ranking no ha sufrido alteraciones sustanciales; de hecho, el puesto 27 ocupado en 2022 es el mismo que ocupó en 2015. El tercer rasgo que hay que mencionar es que, por subperiodos, el crecimiento del IDH español se ha ido ralentizando con el paso del tiempo, algo que, a mi juicio, no es preocupante pues, al igual que ocurre con las marcas deportivas, cuanto más elevado es el índice (la marca) de partida, más difícil se torna mejorarlo.

Para concluir, y a modo de ideas a mantener, creo que conviene destacar tres. Que el IDH es un indicador más representativo del progreso económico y social que el PIB por habitante; que, pese a todos los reveses sufridos por la humanidad, el IDH mantiene una tendencia alcista; y que España puede considerarse, en este respecto, un país privilegiado.

José Villaverde Castro
Catedrático de Fundamentos del
Análisis Económico.

Universidad de Cantabria

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