Bajen el diapasón
Ha pasado lo que tenía que pasar cuando alguien se empeña en hacer el mismo experimento muchas veces con los mismos ingredientes utilizados de la misma manera y pretende conseguir un resultado distinto. Y ahora ya no caben más imposturas maximalistas de las que los partidos utilizan para conseguir el voto. Ya hemos probado demasiadas veces en estos cuatro años así que, o se bajan del burro o habría que pedir un arbitraje: un gobierno de gestión en proporción a la representación de cada fuerza política, con el compromiso de que se mantenga al menos dos años. Ya se hizo en Cantabria en 1990 y no salió mal, aunque al celebrarse las elecciones solo seis meses después, todo volvió a descarrilar. Y es que interrupciones tan cortas (como ha ocurrido con el 155 en Cataluña) no son suficientes para cambiar los estados de ánimo de toda una sociedad.
La excesiva exposición pública de los líderes y la llegada de la información instantánea y las redes sociales está creado una política tan artificial que los países se vuelven ingobernables. Todos se ven obligados a congraciarse permanentemente con su electorado y a rendir cuentas diarias, cuando antes se limitaban a hacerlo cada cuatro años. De esta forma, solo sobreviven los populistas y los antisistema, que pueden decir una cosa un día y la contraria al siguiente, siempre que sea grandilocuente, jocosa o insultante.
Su electorado nunca se resiente, por muy contradictorios que resulten. ¿Se plantea algún elector de ERC, JxCat o la CUP qué pintan sus listas al Parlamento español si no quieren estar en España? Pero no nos engañemos, que tampoco sobra coherencia en los demás, empezando por los medios de comunicación: ¿Han dado alguna explicación aquellos que acusaron de intolerable electoralismo la retransmisión de la exhumación de Franco y dos días después ellos mismos la emitían desde sus webs? Después de que la última EPA revele que de los de los 69.400 nuevos puestos de trabajo creados en el último trimestre, 34.200 fueron en alguna Administración Pública, ¿se ha atrevido alguien a criticar que todas las comunidades estén sacando nuevas ofertas de empleo? Y no vale el argumento de que a consecuencia de la crisis sus plantillas habían quedado desmanteladas (más o menos, lo que ha pasado en las empresas privadas), porque todas ellas tienen más personal ahora que en 2008. Incluso la Administración central, la menos proclive a las contrataciones, cuenta ahora con 40.000 empleados más.
Si en las inundaciones lo que más escasea es el agua potable, en la sociedad de la información cada vez es más improbable la verdad. Se da por descontado que en política no existe y nadie tiene ya el más mínimo interés en leerse los programas electorales. Hasta puede que sean todos parecidos, o que no existan, pero eso es lo de menos. El voto se ha vuelto emocional y bastante más ideológico que en otros países, a pesar de que el ministro franquista Gonzalo Fernández de la Mora augurase el ocaso de las ideologías en España hace ahora 50 años.
Con márgenes de voto muy estrechos y con partidos nacidos para servir como bisagra que han renunciado a su función, los bloques han forzado la reideologización de la sociedad para tratar de conservar a sus electores, convirtiendo los pactos en un asunto atroz que estigmatiza de por vida a quien los prueba. Así que sin mayorías, sin pactos, con demagogos que no pagan ningún precio por ello y con un empeoramiento económico que se nota en la calle cuando aún no nos habíamos recuperado de la crisis anterior, parecemos empeñados en lanzarnos al abismo. Esperemos que el instinto de supervivencia nos salve en el último momento, porque esto no da más de sí.
Ni hay inversiones públicas ni hay proyectos ni hay ilusión. En cambio, sobra desasosiego y eso se paga. En cada proceso electoral se nota una retracción del consumo, porque la ciudadanía necesita un entorno previsible, y este no lo es. La espera se está haciendo interminable y sus señorías deberían hacer un primer pacto por nosotros: pasadas las elecciones y como única solución para evitar otras, deben rebajar el nivel de enfrentamiento. Con un clima social más vivible, se podrá alcanzar algún tipo de acuerdo. Si no bajan el diapasón de sus polémicas y mantienen a la opinión pública en este estado de excitación, no habrá salida posible.
Alberto Ibáñez