Diez años que cambiaron el comercio santanderino

El hipermercado Eroski abría sus puertas el martes 18 de octubre de 1994. Era el primer establecimiento del nuevo centro comercial Valle Real, que surgía sobre la marisma camarguesa de Alday después de sólo trece meses de construcción. Todo hacía presagiar que tendría que repartirse los clientes con su competidor, el hegemónico Pryca, levantado algunos años antes en Peñacastillo, un referente de éxito no sólo para Cantabria sino para todo el país. Nada más lejos de la realidad: el antiguo Pryca ha aumentado la superficie de venta y en un radio de veinticinco kilómetros han aparecido tres grandes áreas comerciales más.
A lo largo de la década se han modificado muchos conceptos sobre los formatos comerciales pero, además, ha cambiado la sociología de las compras bastante más que en todo el siglo anterior.
En realidad, el proceso de cambio se había iniciado bastante antes, con Pryca, que no sólo introdujo los hipermercados a la región, sino que hizo una evolución de este formato recién importado de Francia. En lugar de vender como si fuera un almacén (al estilo de los actuales supermercados de descuento duro), se adoptaban los modos de una gran tienda, con los productos bien ordenados y fuera de sus embalajes. Esta concesión a la clientela pudo ser motivada por la especial idiosincrasia de la ciudad o, simplemente, porque el modelo de los hipermercados estaba aún horneándose. El público respondió, y de qué manera. El sofisticado Pryca santanderino se convirtió en un modelo a seguir, aunque nunca fue sencillo seguir su estela, ya que se convirtió en el segundo centro con mayores ventas de todo el grupo.
Pryca representó un trago duro de digerir para los comerciantes locales pero no para todos. A pesar de lo que puede suponerse, la mayoría del comercio de Santander no se había resentido, puesto que el hipermercado se centraba casi exclusivamente en el segmento de la alimentación. Textil, calzado, restauración y, no digamos, ocio, veían aún muy lejos el problema. Aparentemente, no iba con ellos, pero las cosas cambiaron al abrirse en 1995 la galería comercial de Valle Real, con casi un centenar de tiendas de todo tipo donde el hipermercado –alimentación– aunque ejerce el papel de locomotora sólo representa una tercera parte de las ventas. Las cifras lo dicen todo: El centro comercial, en la actualidad propiedad al 50% de la portuguesa Sonae Sierra (que controla la gestión) y la holandesa ING Reale Estate, ha tenido en los nueve primeros meses del año 4,7 millones de visitantes y las tiendas que aloja facturaron 51,1 millones de euros.

Una enorme aspiradora

Los 45.000 metros cuadrados con que nació Valle Real, equivalentes a la superficie comercial de varias calles del centro de Santander juntas, se convertían en un polo de atracción para los compradores demasiado importante para no tenerlo en cuenta y algunos comerciantes de la capital trataron de reaccionar abriendo establecimientos en la misma casa del enemigo. Una estrategia que en la mayor parte de los casos no ha dado el resultado apetecido, ya que las condiciones de un centro comercial se adaptan con más naturalidad a la organización disciplinada de las franquicias que al deseo de independencia de los comerciantes particulares.
Como una inmensa aspiradora, Valle Real parecía absorber todos los compradores que desaparecían de la ciudad cualquier sábado por la tarde, con la ayuda, eso sí, de los propios comerciantes urbanos, poco predispuestos a dilatar su horario de apertura para reaccionar frente a la nueva competencia. Ni los hipermercados ni las franquicias que llegaron a bordo del enorme portaaviones que es un centro comercial tenían reparo alguno en abrir todas las horas posibles y en llegar tan lejos en su horario como fuera legalmente posible.
El efecto fue demoledor: En muy poco tiempo cayeron gigantes tradicionales como Ribalaygua o Laínz y las calles de Santander se llenaron de locales con carteles de alquiler. Pero, por desanimante que pareciese la situación para el comercio local, era sólo el comienzo.

Más a repartir

Los cálculos de los expertos sobre los hipermercados que podían convivir en Cantabria empezaban a doblarse como las servilletas de papel. En ese momento se estimaba que sólo podían operar dos en la región, pero pronto se pasó a suponer que un establecimiento de este tipo puede sobrevivir en un entorno de 150.000 habitantes y así hasta llegar a dar por sentado que le bastan apenas 80.000. Vale como modelo el abierto en Castro Urdiales.
La implantación de un nuevo híper en Torrelavega pareció un problema menor para un sector que en ese momento estaba enfrascado en una defensa numantina contra la temida llegada de El Corte Inglés a Santander que, además, lo hacía por partida doble, con un nuevo formato que integraba los tradicionales almacenes y un hipermercado Hipercor. El Corte Inglés suponía nada menos que 65.000 metros de superficie comercial añadida, pero su mayor amenaza era su capacidad para retirar del mercado urbano a los consumidores de mayor poder adquisitivo, que aún se mantenían fieles a los comercios del centro. Si alguien había salido indemne hasta ese momento, no lo estaría por mucho tiempo.
La posterior apertura de otro área comercial en El Alisal –con su inevitable hipermercado– supuso una vuelta de tuerca más, a través de la avalancha de medianas superficies –Decathlon, Aki, Boulanger, PC City–, auténticos depredadores de las tiendas tradicionales de deportes, electrodomésticos o ferretería.
Para completar el nuevo panorama, el pionero Pryca de Peñacastillo, reconvertido en Carrefour, era capaz de apurar al máximo su espacio para crear en torno a sí un área comercial y de ocio y el propio Valle Real procedía a una ampliación en 1999 para alcanzar los 60.000 m2 de área comercial.

Cambio sociológico

En tan pocos años, los nuevos modelos comerciales han cambiado de una forma tan radical los hábitos de los compradores que pocos jóvenes se reconocen hoy en expresiones tradicionalmente equivalentes como ir de compras o ir al centro. Su idea de comprar casi nunca pasa por acudir a las calles principales o ver escaparates. Podía haber sido peor, de no reaparecer en la ciudad, con inusitada fuerza, los supermercados, que unos años antes se daban por casi muertos, y sin la ayuda de las franquicias. Las mismas que estuvieron a punto de acabar con el comercio urbano desde el extrarradio han pasado a revitalizar el centro, eso sí, quedándose con los mejores locales de los que abandonan sus viejos rivales. Una solución y un problema, dado que al estar dispuestas a pagar precios más altos, ponen el suelo comercial de primera línea a precios inalcanzables para sus competidores santanderinos. Eso provoca su retirada a segundas filas o que muchos propietarios de locales opten por irse a casa y cobrar la renta en lugar de explotarlos por sí mismos.
No era tan difícil prever algunas de estas consecuencias en 1995 cuando se abrió Valle Real, pero probablemente nadie supuso que iban a llegar tan lejos: La ciudad se quedaría sin un solo cine, los mejores locales pasarían a manos de las franquicias, las cafeterías abandonarían el centro, los compradores se moverían sólo en función de las plazas de aparcamiento…
Tras estos diez años, una cosa ha quedado clara: el extrarradio ha vencido en el terreno comercial y existen muy pocas posibilidades de que esto cambie mientras el centro no pueda disponer de aparcamiento abundante y gratuito. Como eso plantea un problema físico casi imposible de resolver, el ritmo de su digna pero inevitable decadencia dependerá de que sus competidores extraurbanos se vean obligados o no a cobrar por el aparcamiento que ahora ofrecen gratis, una eventualidad no tan improbable.

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