Editorial

Polanco, que empezó vendiendo libros de puerta en puerta, demostró no sólo ser capaz de forjar su destino, sino de entender el negocio periodístico mucho mejor que nadie hasta ese momento. Todas las empresas son parecidas y tienen como objetivo ganar dinero, pero las periodísticas son muy especiales, algo que casi nadie quiere comprender. Polanco sí lo percibió e hizo de la independencia de su redacción un valor en sí mismo. Quienes suponen que simplemente se limitó a alinearla con el PSOE es casi seguro que, puestos a escoger una estrategia ganadora, hubiesen optado por la proximidad a quien gobierna, que suele ser lo rentable. Pero cuando salió El País, en 1976, ni gobernaba la izquierda ni había expectativas de que lo hiciese a cierto plazo.

Polanco dejó en manos de la redacción la línea editorial, lo cual no quiere decir que estuviese al margen de sus decisiones, pero comprobó que la fortaleza del negocio y la independencia se amparaban mutuamente. En España, país de alineamientos facturados, cuesta pensar que las cosas sean así, pero hay muchos periódicos europeos y norteamericanos que lo han demostrado y, son, precisamente, los de más prestigio.
Polanco pactó con Cebrián una redacción independiente, pero una empresa fuerte. Lo contrario de lo que se llevaba en una época en que la mayoría de los medios de comunicación estaban en manos del Estado o de la Iglesia, con unas cuentas de resultados muy pobres, cuando no ruinosas, y las redacciones eran tan dependientes que muchos periodistas compaginaban su actividad con trabajos en oficinas públicas.

La independencia de los medios durante la Transición fue un salvavidas para la democracia. Gracias a ellos, los españoles aprendimos a desenvolvernos en un sistema político que la inmensa mayoría desconocía y del que sólo había oído opiniones negativas. Esa labor didáctica no ha sido suficientemente valorada y en ella tuvo un papel decisivo el protagonismo de las redacciones frente a los editores y, muy en concreto, El País. Algo que empieza a echarse en falta ahora, cuando los grupos multinegocio están ganando terreno a las redacciones y cuando algunos libelistas convertidos en empresa han descubierto un filón de oro llevando la falta de escrúpulos al extremo, crecidos ante el temor de los jueces a verse en el punto de mira de los lenguaraces. Pero nadie ha dicho que lo amarillo no venda. Simplemente, es otro negocio.
Polanco creó el mayor grupo de comunicación que existe en castellano, como la familia Botín ha creado la mayor financiera que habla castellano del mundo. Y ambos crecieron en paralelo, haciendo de España un país distinto del que había, más moderno y desprendido de los complejos que arrastraba desde hacía siglos. Quizá ese cambio de actitud sobre nosotros mismos sea lo más relevante de lo mucho que ha ocurrido en estos últimos treinta años. Y aunque el mérito sea colectivo, hay un puñado de personas que han tenido más responsabilidad en esta transformación, varios de ellos de Cantabria o con sus ancestros en la región. Sería un orgullo para cualquier otro lugar del mundo más agradecido.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora