Un cementerio que mira al mar

Del viejo cementerio de Comillas se ha hablado siempre como una referencia estética y una visita obligada en la ruta de la arquitectura modernista con la que se identifica a la villa. Pero, bajo esa dimensión monumental, se ocultaba el hecho de que desde hace muchos años había dejado de cumplir satisfactoriamente la función para la que había sido creado. El frenesí constructor que agitó a la localidad comillana no había reparado en que, además de adosados para los vivos, también eran preciso construir un nuevo emplazamiento para los nichos y columbarios, que ya no cabían en el artístico recinto funerario.
Esta fue una de las primeras tareas que se impuso Mª Teresa Noceda cuando llegó a la alcaldía en 2003, aunque no se presentaba fácil. Había que buscar una ubicación que tuviese un consenso generalizado y financiar un proyecto que estuviese a la altura de la calidad estética del histórico cementerio comillano.

Tradición marinera

Aunque se barajaron varias opciones, el lugar finalmente elegido fue el que mejor conectaba con la tradición marinera de Comillas. El mar debía continuar siendo un referente visual en el nuevo cementerio, como ocurre en otras localidades del Cantábrico con recintos funerarios que forman parte de su patrimonio monumental, como el de La Ballena, en Castro Urdiales, o el de la villa asturiana de Luarca.
Un terreno de unos 15.000 metros cuadrados en la carretera a Trasvía, en el entorno del antiguo seminario, cumplía con ese objetivo y la Fundación Comillas contribuyó a hacer posible el proyecto, tal y como se había diseñado, con la cesión gratuita de una pequeña parcela de terreno.
Mimetizado con ese entorno natural, los arquitectos Eduardo Cabanas, Pedro Fernández Lastra y Eduardo Ruiz de la Riva han levantado un cementerio de inspiración minimalista y amplios espacios, que cede el protagonismo al paisaje marino que desde allí se divisa. La sencilla geometría del recinto funerario se ordena respecto a dos ejes, uno paralelo a la costa, en el que se sitúan los servicios exteriores, y otro perpendicular al mar.
En el área de enterramientos, alrededor de un patio claustral se sitúan los nichos (en cuatro alturas) y columbarios, además de una pradera para los panteones y el osario. También se ha dispuesto una zona donde esparcir las cenizas.
El cementerio tiene capacidad para 240 nichos, 308 columbarios, 60 enterramientos en diez panteones, 48 en fosas de tres niveles y 136 en fosas de cuatro niveles. En total, 792 enterramientos, suficientes para asegurar al menos 25 años de servicio, si se cumplen las proyecciones demográficas de la villa. Comillas cuenta con 2.500 habitantes, aunque con una media de edad avanzada, y la tasa de mortalidad se sitúa en unos 20 fallecimientos al año.
El área de servicios está integrada por un oratorio, un espacio destinado a almacén y un moderno tanatorio, una de las necesidades más sentidas por la población comillana, que evitará tener que recurrir a las instalaciones, algo obsoletas, de la Residencia de Ancianos de la villa.
El nuevo tanatorio tiene vocación de cubrir las necesidades de toda la zona. La gestión ha sido encomendada a Funeraria Torrelavega, un grupo empresarial creado en 1992 que presta servicios en hospitales y residencias y cuya entrada en este campo no se a limitar a Comillas, ya que tiene previsto concursar a la gestión de tanatorios en otros puntos de la región.

Un proyecto aplazado

La construcción del cementerio municipal ha exigido una inversión de dos millones de euros por parte del Ayuntamiento, a los que hay que añadir los 300.000 euros aportados por el Gobierno cántabro a través de la Dirección General de Cooperación Local. Un esfuerzo inversor suficiente para poner en pie el recinto que la villa demandaba desde hace al menos quince años, pero que no ha alcanzado para completar la estética que los responsables del municipio comillano quieren dar al nuevo complejo funerario. La crisis económica les ha obligado a aparcar proyectos para conseguir que el nuevo cementerio tenga también una consideración monumental, como el encargo de sus puertas a Cristina Iglesias, la artista donostiarra autora de la llamativa entrada a la ampliación del Museo del Prado, o la adquisición de una obra del escultor gallego Francisco Leiro.
Estos añadidos artísticos serán la forma de responder al reto que marca la altura monumental del viejo cementerio, con su conocido ‘Angel’, nacido en el taller del escultor Josep Llimona, o los panteones diseñados por Lluís Domenech. Un propósito que deberá esperara que las arcas municipales puedan financiar la adquisición de unas obras que convertirían a ampliar la ya notable relación de lugares de interés de Comillas.

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