Preparados para mojarse
El mundo no se paró en los años 50 y 60 cuando tanto EE UU como Rusia tenían puesto el dedo encima del botón nuclear, dispuestos a apretarlo ante la mera sospecha de que el otro lo hubiera hecho antes. Tampoco se paró con dos guerras mundiales que acabaron con decenas de millones de personas. En cambio, lo ha parado un bichito imperceptible del que solo tenemos claro el nombre que le hemos puesto, poco más.
Una de las cadenas de TV que tenía programada una película de virus asesinos allá por el mes de marzo le quitó ese mismo día la etiqueta de ciencia-ficción al percibir que la realidad ha entrado en un territorio distinto; quizá por eso tres periódicos hipercríticos con la escena política han incorporado a la vez a sus webs el horóscopo. Cualquier cosa ya resulta creíble.
La duda es si esta nueva realidad tan incómoda ha llegado para quedarse o es una estación de paso. Los gobernantes se han escudado en los expertos para no exponerse y dejar que la ciencia ilumine la respuesta, pero ha dado igual. Hay científicos que auguran que el virus pronto será un mal recuerdo, otros que anuncian rebrotes en otoño y los que advierten de nuevas oleadas cada año, con lo que no podemos sacar conclusiones y nadie se fía mucho de las desescaladas. Sin una referencia clara, es razonable que los presidentes de las comunidades apremien al nacional para que sus respectivas zonas empiecen a recuperar la normalidad, pero antes debieran responsabilizarse de los efectos que pueda tener esa decisión. Con la economía paralizada, el consumo energético indica que podemos estar perdiendo alrededor de una cuarta parte de la actividad, lo cual es muy grave, pero cualquier retroceso tendrá un coste económico mucho mayor, porque cundiría el desánimo, recrecerían los temores y se reprogramarían las desescaladas para hacerlas mucho más lentas.
Si fuerzan los tiempos, los presidentes autonómicos, que hasta ahora se han librado de cualquier desgaste, incluso aquellos que tienen en sus comunidades más de doble de infectados que la media, van a empezar a verse obligados a dar explicaciones de lo que ocurra, sobre todo los que más insistan en el salto de fase. El paraguas del Gobierno de la nación ya no les cubrirá y se encontrarán con una realidad bastante más incómoda que la actual, la de gestionar una comunidad que aparezca etiquetada en negro Covid cuanto otras ya estén viendo la luz de la normalidad. Una imagen fatídica para la campaña turística del verano, para la venta de los productos locales y para atraer inversores.
Nadie puede estar seguro de qué se venderá más o menos en esta nueva época pero sí hay una cosa cierta: el mundo comprará seguridad. Ese va a ser el valor más importante y puede que tener pueblos con alta calidad de vida en los que no ha habido contagios sea más importante que fabricar microchips. Cantabria ofrece ventajas objetivas en este terreno, con una tasa de infecciones y de mortandad muy inferior a la media y con dos de cada tres municipios sin ningún fallecido. La precipitación no debe poner en riesgo este argumento que será poderoso en los nuevos tiempos, como se verá pronto.
A los riesgos sanitarios y a los económicos hay que añadirle los políticos. La crispación en España va por barrios y depende muy claramente de la debilidad política de cada gobierno. En Cantabria, con una coalición sólida, PRC y PSOE no han tenido especiales dificultades para contar con el apoyo del PP y de Ciudadanos en esta crisis, pero incluso en estas condiciones, su continuidad es más endeble que allí donde hay partidos hegemónicos. ¿Resistiría el Gobierno cántabro tres meses las enormes presiones que se producirían de haber ocurrido en su territorio una desgracia como la del vertedero vizcaíno? Con toda seguridad, no. En cambio, el PNV puede convocar elecciones, con los cuerpos de los sepultados sin aparecer, y volver a ganarlas, incluso por más diferencia. La oposición allí no saca nada con enredar. Y lo mismo ocurre en Madrid o en Cataluña, donde el porcentaje de muertos por Covid es tres y dos veces más alto que la media nacional.
El mismo problema da lugar a realidades políticas muy distintas. Se va a comprobar con la desescalada, cuando la responsabilidad se fraccione por comunidades. Lo mejor que podrían hacer sus presidentes es permanecer todo el tiempo que puedan bajo el paraguas nacional y asumir los menores riesgos posibles. Cualquiera que tomen, en estas condiciones, será excesivo.
Alberto Ibáñez