Esitorial

¿De verdad bastará con que Mariano Rajoy tome posesión y lance una batería de medidas drásticas para que todo cambie? Es posible, pero el peligro es quedarse sin munición si eso no funciona. Las reformas siempre son buenas, pero sus efectos no son inmediatos, demasiado tiempo para una crisis que obliga a la propia Merkel a rectificarse cada 24 horas. Si los mercados existen como ente colectivo, ese ente se ha vuelto tan neurótico que en lugar de necesitar economistas necesita psiquiatras. Por eso no funciona ninguna suposición. Que se lo digan a Cristóbal Montoro, gurú económico del PP y probable ministro, que se atrevió a asegurar que el mismo 21 de noviembre se aliviaría la presión sobre España como resultado de la victoria de Rajoy.
Dado que los expertos tienen el mismo índice de aciertos que los videntes, es mejor que nos hagamos a la idea de sufrir con heroísmo hasta que el temporal amaine cuando le dé la gana. Pero algo habrá que ayudar y lo más urgente es derribar de una vez el muro de lamentaciones que está impidiendo pasar a la acción. Una vez el PP ha ganado por goleada todo lo que se podía ganar, no puede seguir con el discurso del fatalismo. Es verdad que en Cantabria no sobra el dinero, pero no estamos en quiebra. A la mañana siguiente del 20-N, ya teníamos un proyecto de Presupuestos (ese que solo 48 horas antes era imposible de confeccionar) y, además, con el mismo dinero que el año anterior, lo que no es poco en estos tiempos. No podemos perder un segundo más después de un otoño catastrófico para el empleo.
Desgraciadamente, los Presupuestos indican que hay muy pocas nuevas bajo el sol. Salvo mínimas concesiones, como la de quitar el gravamen sobre las bolsas de plástico, que ingresaba la ridícula cantidad de 69.000 euros, el PP renuncia a la teoría de que bajando los impuestos se impulsa la economía y al final se recauda más, porque los ha subido un 3%. Se opta, como en los dos últimos años, por ajustar más los gastos, pero llegados al hueso no queda mucho de dónde rascar y Diego tampoco se atreve con otro tabú heredado, el de que hay consejerías intocables, sin tener en cuenta que la conservación de unas conquistas sociales no vale para justificar que en las orlas de algunas carreras se vean más profesores que alumnos.

Después de la absoluta parálisis de los nueve últimos meses, una política de más de lo mismo no es como para emocionarse. No cabe duda de que, si toda la obra nueva que vamos a afrontar suma 1,3 millones de euros, ahorraremos. Pero, como las victorias del rey Pirro, puede que no salga muy a cuenta. Ni hay obras ni se ha licitado nada desde hace un año, lo que significa que no las habrá en mucho tiempo y, para cuando lleguen, es posible que no queden empresas para ejecutarlas. No se puede fiar el futuro exclusivamente a la construcción, porque el país ha completado las infraestructuras y el gigantismo del cemento era enfermizo, pero nadie conseguirá cambiar la tendencia del paro, que es lo más urgente, mientras no se produzca una mínima recuperación de ese sector.
Tampoco se ha hecho un esfuerzo suficiente en el apoyo a nuevas iniciativas empresariales. Basta con que triunfe una de cada diez para proporcionar trabajo a los promotores de las otras nueve y en la mayor parte de las ocasiones necesitan cantidades muy modestas. Como en los bombardeos masivos, en política no queda otra que jugar a la estadística. No siempre acompaña el éxito pero la única certeza es que si no apostamos por nada, no acertaremos nunca; si espoleamos a los candidatos a emprendedores, alguno acabará por encontrar el hueco de esta región en el reparto futuro de la riqueza. De lo contrario, corremos el riesgo de encontrarlos todos ocupados por los chinos o por los mercados esos que nos golpean como a un boxeador grogui sin la deferencia de mostrarnos siquiera su cara.

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