Los últimos retoques del Centro Botín

Los obreros ya han encementado el suelo donde se encontraban las casetas de obra y extienden la tierra de los jardines que completan la habilitación de ese espacio de trabajo donde ya no quedan muestras de toda la actividad anterior. Son los últimos pasos del Centro Botín, una obra que se ha dilatado dos años largos más de lo previsto y que podrá empezar a usarse a partir de las Navidades, aunque la Fundación sigue negándose a facilitar una fecha de apertura. Lo único que se puede dar por seguro es que, al contrario de lo que ocurre con otras obras, no habrá un tiempo muerto entre la finalización y su puesta en servicio. En cuanto pueda usarse, se usará, aunque eso no se lo pondrá fácil a quienes pretenden darle a su apertura todo el boato que merece la obra.
El interior está prácticamente acabado. En las inmensas salas de exposiciones las paredes están vacías pero todas las luces resplandecen como si hubiese ya algo que mostrar y en el exterior, una vez concluido el pachinko, ese entramado de escaleras y pasarelas que separa los dos volúmenes en que se divide el edificio, se están colocando las piezas finales de la fachada, que tantos problemas de colocación dieron. Las 280.000 placas cerámicas semiesféricas no fueron adosadas directamente a la cubierta sino que se construyó otra sobrecubierta metálica a la que finalmente han sido atornilladas. Una envoltura blanquecina que ha resultado tan compleja como costosa de instalar pero que le ha dado el aspecto de piel de sapo que pretendía el arquitecto genovés Renzo Piano en su diseño.
Tanto los bajos diáfanos como las piezas de cerámica de la cubierta están pensados para minimizar el impacto del edificio en el lugar, dejando que el paseante siga teniendo la Bahía a la altura de los ojos y que en el resto del edificio sea cómplice de los juegos de luces y de reflejos que produce la lámina de agua y sus ondulaciones.

Protagonismo del exterior

En los edificios, Renzo Piano se vio obligado a reducir los volúmenes, por la presión popular, y decidió ceder el protagonismo de los interiores al privilegiado lugar donde se ubican. Optó por grandes cristaleras (cada una de ellas, de cinco metros de longitud) que cerrasen tanto las fachadas orientadas hacia los Jardines de Pereda como las que dan al mar. Eso le proporciona al visitante la sensación de estar dentro de uno o de otro, en función de dónde dirija su mirada.
Las exposiciones y los talleres tendrán que competir con este poderoso factor paisajístico que se cuela en el interior y no será fácil. En el caso de las salas de exposiciones, ha sido necesario tamizar la fuerte luz de la mañana con unas celosías.
Algo parecido ocurre con el auditorio del edificio del oeste, el espacio interior con más personalidad, en el que se desarrollarán muchos de los actos con los que la Fundación quiere integrar el Centro en la vida de la ciudad. En su intento de no ser elitista y atraer a un público muy variado, el diseño ha incluido algunas salas y terrazas sólo para estar, ya sea para leer el periódico o para contemplar la bahía, sin restricciones de acceso.
Eso no supone que todo el interior vaya a ser tan accesible. Para moverse habrá unas tarjetas de proximidad –el sistema que controla las entradas y movimientos ha sido realizado por la empresa cántabra Setelsa descartando procedimientos que comportan medidas biométricas– y en ellas estará integrado el uso de los ascensores, de manera que solo un usuario con autorización pueda moverse de una planta a otra.

Interiores cuidados

Ambos edificios son enormes contenedores metálicos, pero los revestimientos se han cuidado mucho de evitar que lo parezcan, tanto por el recubrimiento de las fachadas como por el solado de todos los espacios con tarima de madera de roble francés.
También se han cuidado los interiores. Otra empresa cántabra, Hisbalit ha fabricado los mosaicos que revisten los baños públicos, los del personal y la cafetería. La propia empresa realizó la instalación y utilizó para adherirlos un novedoso cordón de termopolímero aditivado, que elimina cualquier riesgo de desprendimiento de piezas.
Los últimos trabajos se centran en el ajardinamiento de los 9.000 metros cuadrados que se encuentran en el perímetro del edificio oeste, una vez introducidas las canalizaciones de abastecimiento y telecomunicaciones, y la colocación de las piezas de los remates y sus encuentros con los muros cortina y las fachadas ciegas.

Ajustes

La obra no era de gran complejidad técnica pero ha tenido que superar muchos más avatares de los que nadie pudo prever. Desde el comienzo, el proyecto se encontró con la oposición de un grupo de ciudadanos, que rechazaba la ubicación, en mitad del muelle de Albareda y en la perpendicular del Banco Santander. Un eje conductor que quedaba reforzado por una pasarela que dividía ambos volúmenes y partía frente a la fachada de la entidad. La polémica creada por quienes abiertamente rechazaban el uso de un espacio público para una entidad privada unida a la de quienes pensaban que el edificio podía servir para relanzar otro lugar de la ciudad si tuviese un emplazamiento menos céntrico no llegó a torcer la intención de las autoridades locales ni de la Fundación Botín, que tuvieron que superar, incluso, una batalla judicial.
No obstante, cambiaron bastantes cosas con respecto al proyecto original. Por una parte, el Centro Botín fue desplazado a la derecha, para no forzar el traslado de la Grúa de Piedra, que consiguió salvar su emplazamiento histórico. Por otra, se modificó la propia forma del edificio. El arquitecto italiano, premio Pritzker demostró su absoluta falta de soberbia agradeciendo las sugerencias que escuchó en Santander en los actos en los que participó, y el propio Emilio Botín, presidente entonces de la Fundación, aseguró que gracias a la polémica se había mejorado el proyecto. El presidente del Santander siempre fue capaz de convertir los problemas en oportunidades.
Piano hizo un edificio más envolvente e integrado en el entorno. Se olvidó de la pasarela en forma de flecha lanzada sobre la bahía y se ajustó al eje que marca el Mercado del Este y no la sede del Santander.
El proyecto ya incluía la remodelación de los Jardines de Pereda, pero no el soterramiento del vial que iba a separarlos del Centro. Una ruptura de la continuidad que dejaba aislado el edificio, que corría de esta manera los mismos riesgos de aislamiento que ha tenido siempre la Estación Marítima. Botín decidió volver a echar mano de los fondos de la Fundación y financiar todo el coste del soterramiento de ese vial, ya que el Ayuntamiento dijo no poder acompañarle en la financiación.
La obra fue rápida y con una solución arquitectónica brillante. Gracias a esa inversión, el Centro Botín pasaba a formar parte de los Jardines de Pereda, que a su vez alcanzaban por primera vez el mar. La inauguración del soterramiento resolvió un problema técnico y la posterior remodelación de los Jardines le dio a los santanderinos una nueva perspectiva de un entorno que ya creían conocer muy bien.
Además de expurgar el arbolado para dar más luz al parque y de rejuvenecerlo, la nueva imagen de los Jardines, diseñada por el paisajista Fernando Caruncho, estuvo marcada por un cambio de orientación en el trazado de los caminos y en una pavimentación renovada. Los senderos que antes partían radialmente de la glorieta central, donde se encuentra el monumento a Pereda, discurren ahora de forma paralela al Paseo de Pereda, con la intención de que la perspectiva visual sea la de un espacio continuo entre la ciudad, los jardines, el edificio del Centro Botín y el mar.
Para potenciar esa sensación de aproximación a la bahía, tanto los senderos de los jardines como el entorno más cercano al Centro se han construido en un hormigón pulido de color azul con pátinas y veladuras en diversos tonos, un efecto logrado gracias a los aditivos de sulfato de cobre y hierro, que le dan profundidad y un aspecto envejecido. El pavimento ha sido fabricado por la empresa Coquisa y ejecutado por Derbetton.

Sobrecostes

Todo estaba preparado para que el Centro pudiese ser inaugurado poco tiempo después de estas actuaciones complementarias, coincidiendo con el Mundial de Vela de Santander, en el verano de 2014. Pero con lo que no contaba nadie, ni siquiera la Fundación, es con los problemas de ejecución que iba a encontrar la obra desde el primer día. Quizá por la escasa definición de los planos de Renzo Piano, que prefiere dejar las soluciones concretas a los proveedores y a los jefes de obra, toda la estructura metálica tenía errores en las medidas y, una vez en Santander, no quedaba otra solución que desecharla por completo, con la pérdida de tiempo que eso suponía, o adaptarla, lo que también comportaba un trabajo ímprobo. Se optó por esta última solución, pero no sería el último problema.
El desprendimiento de parte del recubrimiento cerámico en uno de los edificios diseñados por Calatrava en la Ciudad de las Ciencias de Valencia supuso otro contratiempo. Nadie quería una circunstancia parecida en el Centro Botín y, mucho menos que nadie la Fundación, que empezó a dar más importancia a la calidad que al tiempo, y optó por olvidase de las fechas.
En lugar de adherir las 270.000 piezas de cerámica directamente sobre la estructura del edificio, se optó por construir otra envolvente metálica y atornillarlas una a una a este portante. Un trabajo que se dilató aún más por los problemas planteados por la empresa contratada inicialmente para la cubierta, que dejó la obra y hubo de ser sustituida por otra.
Todas estas circunstancias acabaron por suponer un sobrecoste de alrededor de veinte millones de euros sobre la cuantía inicialmente prevista.
El desfase de tiempo y las desviaciones económicas encadenaron otro problema muy serio: la UTE que se adjudicó la obra (OHL y Ascan) con un precio cerrado de 50 millones de euros, no parecía dispuesta a mantener su compromiso con semejante sobrecostes y forzaron a la Fundación a negociar, lo que semiparalizó la obra durante algún tiempo. Los problemas nunca vienen solos y, en ese espacio de tiempo, falleció Emilio Botín, y la nueva presidenta del Banco, su hija Ana se vio obligada a recortar el dividendo de las acciones en un 66%. Dado que prácticamente todos los ingresos de la Fundación proceden de su cartera de títulos del Banco, su situación económica, antes muy holgada, empezó a resentirse muy seriamente. Con unos ingresos reducidos a la tercera parte y unos gastos disparados por la construcción del edificio, la Fundación se veía obligada a defender cuanto pudiese el contrato original. Finalmente, ambas partes llegaron a un acuerdo, y la obra se reanudó con más bríos, lo que no ha evitado llegar a la meta con dos años largos de retraso.
Una espera que no ha impedido que el Centro haya tenido ya vida propia, a través de múltiples actividades que se han desarrollado en los espacios exteriores que estaban concluidos o en la sede de la Fundación. Y es que la actividad pretende ser muy variada y no estar únicamente condicionada al edificio, aunque sus responsables son conscientes de que el Centro va a funcionar como un icono, y que será a partir de su inauguración cuando dé realce a todo lo que ocurra a su alrededor.

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