Editorial
Podemos acusa al Gobierno del PRC-PSOE de forzarles a mojarse cada vez que tiene entre manos alguna patata caliente, como la financiación del Racing, y les exige que asuman el precio político de sus decisiones. Un argumento impecable de no ser porque en ese mismo momento, en lugar de pronunciarse a favor o en contra, le pasa la pelota a sus afiliados y simpatizantes, para que decidan por Internet la posición que adopte el partido.
Es fácil sostener que el Racing no debe recibir dinero público cuando se está en la oposición, porque las reiteradas ayudas para mantenerlo vivo han fomentado los chanchullos, pero es muy difícil hacerlo desde el Gobierno y acabar con un equipo histórico, con las ilusiones de miles de seguidores y con un estandarte de la región. Así que, probablemente, cualquiera de nosotros se sentiría tentado, como quienes están ahora en el Ejecutivo, a hacer las cuentas de otra manera: si le doy un millón al año durante una década para que pague a Hacienda, y casi la mitad me retorna por la corresponsabilidad fiscal, además del efecto publicitario de las camisetas sobre el Año Jubilar, o el que la propia existencia del Racing tiene sobre el consumo… Y, como ellos, acabaríamos por ceder.
El consejero de Industria manifestaba rotundo en el Círculo Empresarial de Cantabria Económica que, mientras él esté, el Gobierno nunca más volverá a ser empresario, ‘porque lo hace mal’. Pero, ¿volverá a implicarse con aportaciones financieras? Nadie puede ser tan rotundo, porque la realidad indica que la propia opinión pública es muy cambiante. ¿Dejaremos caer Sniace, con 560 empleos imprescindibles para Torrealvega por no aportar 7 millones de euros? ¿Tenemos alguna posibilidad de crear esos mismos empleos, más todos los inducidos, si invertimos esa misma cuantía en subvencionar otras iniciativas? Obviamente, no. ¿Dejaremos hundirse Tinamenor, vital para la comarca del Nansa por no facilitarle un crédito de 3,7 millones? ¿O a Talleres Martínez, por poco más de un millón? ¿Mantendrán la negativa rotunda los partidos cuando los trabajadores se manifiesten a su puerta y cuando sientan la presión de toda una comarca en el cogote? Seguro que tampoco, porque la presión de la calle es bastante más difícil de torear de lo que suponen quienes hablan desde el tendido y cualquier político sabe que cerrando Sniace o el Racing no pasará a la historia como el héroe que se resistió a comprometer el dinero público sino como un villano. No tardaremos en comprobar que la misma opinión pública airada que aplaudió que los políticos se sentasen en el banquillo por el crédito de Cantur al Racing ahora pasará a exigirlo y el Gobierno de turno aceptará, para no nadar contra corriente.
Ha ocurrido tantas veces que debía abochornarnos repetirlo, porque nos retrata en nuestras contradicciones. Sacamos la artillería del dinero público para resolver una exigencia pública; cuando pasa algún tiempo juzgamos esa actuación con la máxima severidad y, sin embargo, a la más mínima oportunidad volvemos a repetirla. Así que convendría sacar algunas conclusiones: Los gobiernos actúan forzados por los acontecimientos. Los resultados suelen ser mediocres, pero no tan malos que no justifiquen el volverlo a intentar y, en cualquier caso, no pueden permitirse el quedarse como meros espectadores mientras todo se derrumba.
Habrá que ser más indulgente con los errores, sobre todo si, como vemos, muchos de ellos son producto de una presión social. Ante una sociedad que quiere una cosa y su contraria (que se apoye a las grandes empresas en crisis pero que no se emplee dinero público) lo único sencillo es la estrategia de Podemos: que vote la gente en cada caso y decida. Como no ni es legal ni se podría convocar un referéndum cada mes, habrá que aceptar como inevitable esta dinámica perpetua de pecado bienintencionado-penitencia-nuevo pecado.
Será cuestión de volver a tirar de talonario otra vez.