‘EL ADMINISTRADOR TIENE QUE TENER CARÁCTER Y MUCHA PACIENCIA’

P. El Colegio que preside acaba de renovar su imagen. ¿También está cambiando por dentro?
R.- Sí, por supuesto. La profesión de administrador de fincas está ganando mayor identidad y el colectivo está más unido que antes.

P. ¿Cuáles son los retos?
R.- En estos primeros años nos hemos centrado en dar un vuelco al Colegio para situar a Cantabria en el mapa y, gracias a mucho trabajo, hemos conseguido que se celebrara por primera vez en la región el Congreso Nacional de Administradores de Fincas, que logró reunir a 700 personas y consiguió más de 1.200.000 impactos en redes sociales, algo sorprendente. Mi sueño, en esta segunda legislatura a la que me presento, es la formación y, por supuesto, que se consolide la colegiación obligatoria.

P. ¿Cuántos profesionales de la administración de fincas están colegiados en Cantabria?
R.- 200 en Cantabria y 15.000 en España, pero hay quien apunta que ejercen un 30% más. El problema es que la sociedad piensa que todo administrador de fincas está colegiado y eso no es cierto. A través de Consumo nos llegan reclamaciones que no podemos atender con nuestro régimen sancionador porque son personas que no están colegiadas. Algunos nos dan muy mala fama, porque no están bien preparados. La sociedad debe saber que no todos los administradores de fincas son iguales.

P. ¿Qué formación ha de tener?
R.- Jurídica, contable, técnica y sociológica. Todo ello lo puede adquirir en el propio Colegio. Suelen ser licenciados en Económicas, Derecho o alguna rama técnica, como la de aparejador, por lo que cada uno requiere una formación complementaria y, sobre todo, conocimientos sociológicos, porque el 50% de esta profesión consiste en tratar con personas y familias.

P. ¿Y qué cualidades debe tener que no se estudien en las facultades o en el propio Colegio?
R.- Mucha paciencia y carácter, porque debe ser el garante de la mayoría silenciosa. El camino fácil es hacer caso al que más grita, tenga o no la razón. El difícil es no darle la razón al más vehemente, que aspira a hacer de su comunidad su propiedad. Afortunadamente, la mayoría de la gente es buena y solidaria. Recientemente, he visto como un grupo de vecinas le hacían la compra y la comida a otra que había caído en una grave depresión al perder de golpe a dos de sus familiares. Y el ahora tan novedoso Bla Bla Car es muy viejo entre los vecinos de urbanizaciones que comparten coche para llevar a los niños a las actividades. Cuando la convivencia es pacifica salen mejor las cosas.

P. Sin embargo, no se respira tan buen rollo en esas interminables reuniones junto al ascensor a última hora de la tarde…
R.- Esas juntas deben ser breves y nunca celebrarse en el garaje o en el portal. Precisamente, una de las medidas que proponemos es que se programen a una hora más temprana, para que pueda ir más gente y las decisiones sean más representativas. A esas horas solo benefician a los comerciantes y al que trabaja a turno partido pero no a muchos otros, como los profesionales liberales o las amas de casa. Es necesario modificar el artículo del Estatuto de los Trabajadores que habla sobre los permisos retribuidos para que asistir a estas juntas sea entendido como una obligación ciudadana.

P. Hay comunidades que se consideran capaces de autogestionarse. ¿Qué les diría?
R. Primero, que el coste de un administrador no es nada caro para las ventajas que pueden obtener. Además, para el vecino que ha de ocuparse conlleva mucha responsabilidad, sobre todo, desde que hay que declarar toda la información sobre operaciones con terceros que superen los 3.005 euros. En las comunidades existe mucha economía sumergida y Hacienda es consciente de ello porque mueven un volumen de negocio de más de 35 millones de euros.
Convertirse en administrador no es una cuestión baladí, hay que cumplir con todas las obligaciones de la Ley de Protección de Datos y con la normativa relacionada con la vivienda, que cada vez es más exhaustiva. Eso en el aspecto técnico, porque lo más importante es garantizar una buena convivencia, especialmente, cuando hay algún vecino moroso o que hace una obra inadecuada.

P. ¿Es más difícil convencer a los vecinos de una urbanización nueva o a los de un viejo edificio?
R. Es mucho más complicado en pisos antiguos, por una cuestión emocional. De hecho, cuando llega gente joven a estas viviendas no acaban de creerse cómo se hacen las cosas. Tengo un ejemplo brutal de un edificio de Santander con casi 20 portales que llevaba 41 años autogestionándose. Fue contratar a un administrador y el primer año se ahorraron 75.000 euros y recuperaron otros 35.000 de morosidad, además de 20.000 de actualización de cuotas que no se estaban girando.

P. El ahorro será, sin duda, el argumento preferido para la mayoría…
R.- Sí, y lo va a ser más porque tras la polémica por el gasto en las comunidades con calefacción central se van a instalar repartidores de costes en los edificios que tengan un sistema centralizado. Europa ya ha hecho varias llamadas de atención a España para evitar el derroche de energía en las viviendas y cada radiador deberá tener una válvula termostástica y un repartidor de costes para que cada uno pague por lo que gasta. El administrador de fincas será el que reciba esa medición y el que emita recibos individualizados a los vecinos.

P. Es inevitable preguntarle por la serie ‘Aquí no hay quien viva’, que lleva a un extremo satírico lo que no debe ser una comunidad de vecinos. ¿Se ha encontrado con muchos presidentes como el Sr. Cuesta?
R.- (Ríe). Es un claro ejemplo de lo que supone no tener administrador. De una comunidad en la que manda el pescadero o un vecino que aspira a convertirse en presidente sólo para imponer su voluntad. En el Congreso Nacional que organizamos en Santander hubo una charla abierta a los presidentes de las comunidades en torno a lo que debe ser un presidente y lo que no debe ser. Es importante que se sepa que es un vecino más y no alguien a cuya casa se puede ir a las doce de la noche porque la televisión se ve mal. En los próximos meses, me he propuesto que demos charlas por los barrios.

P. Y los vecinos. ¿Tienen claro que es un administrador de fincas y qué pueden exigirle?
R.- No. Deben saber que es un profesional liberal contratado, pero no un asalariado ni un empleado. La comunidad es el cliente. He escuchado muchas veces a presidentes decirle al administrador: “Tú haces lo que yo te digo porque para eso te pago”. Y eso no es así. Mi lema es que hay que tener amor por el administrador –dice enlazando sus manos para emular el saludo asiático que ha hecho suyo tras la colaboración con la Fundación Vicente Ferrer–.

P. ¿Cómo fueron sus inicios profesionales?
R.- Soy abogado y comencé haciendo la pasantía en el despacho de Miguel Burgada, donde también trabajaba una administradora de fincas. Desde el principio me gustó el trato con presidentes y vecinos, así que cuando me hizo una oferta por su cartera de clientes no la pude rechazar y empecé a compaginar esa labor con el despacho que había abierto junto a Martín Silván. Por la mañana iba a un sitio y por la tarde a otro pero, desde entonces, toda mi carrera giró en torno a la propiedad horizontal.

P. Hablemos un poco de usted. ¿Siempre quiso ser abogado?
R.- ¡Qué va! Siempre fui por Ciencias y acabé en Barcelona estudiando Ingeniería Informática. Suspendí todas, porque la mayoría de las asignaturas eran en catalán. ¡Fui una víctima de la inmersión lingüística en el año 1983! (ríe). Sin embargo, ya era muy activo y tenía ganas de representar a la gente, así que me convertí junto a un compañero en el defensor de los castellano-parlantes. Después, acabe estudiando Derecho en Oviedo, donde conocí a mi mujer, que también es abogada, aunque nunca nos vimos en la Facultad porque íbamos a distintos turnos. Soy padre de dos hijas, de 17 y 14 años, tenista al 100% y amante del surf, que conocí cuando era joven en mis veraneos en Suances, aunque ya no lo practico.

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