Una alianza inesperada
Por Alberto Ibáñez
Hay realidades imposibles de ocultar, como la progresiva integración de buena parte de nuestro litoral oriental en el Gran Bilbao, como consecuencia de la edificación masiva que invitó a sus habitantes a colonizar la costa cántabra. La interrupción de ese flujo permanente de personas durante el estado de alarma creó tanta ansiedad en Vizcaya que fueron muchos los que se saltaron subrepticiamente el confinamiento y al minuto de levantar la restricción, en la medianoche del 19 de junio, las luces de los coches que cruzaban la frontera hacia Cantabria ya formaban una serpiente interminable. El País Vasco necesitaba la apertura como el respirar; Urkullu quería esos dos días de adelanto de la normalidad sobre el resto de país, para reivindicarse ante las inminentes elecciones de su comunidad… Y Cantabria también. Estos residentes a tiempo parcial son vitales para la economía de la zona y Revilla empujaba tanto o más que Urkullu.
Nadie recuerda ya la abierta hostilidad hacia lo vasco de los alcaldes de toda la mitad oriental de la región hasta mediados de los años 80, cuando, además, se produjo un conflicto inesperado al pedir el pleno de Villaverde la integración formal en la comunidad vecina. Todo el oriente de la región, salvo las grandes villas, era un territorio profundamente conservador, donde había poca industria, muchas explotaciones agrarias y un estilo de vida muy tradicional. Todo eso lo cambió la promoción intensiva de viviendas destinadas al mercado vasco, y provocó que los regidores municipales (bastantes de los cuales participaban directa o indirectamente del negocio) cambiaran radicalmente de actitud. Algunos incluso aprovecharon para hacerse ricos. El dinero corrió a raudales y los planes urbanísticos se convirtieron en un mero escollo, que esos regidores conseguían salvar con bastante desenfado, unos asesores hábiles y la colaboración tácita de los funcionarios, que optaban por mirar hacia otro lado.
Salvo por las afecciones al paisaje (algo que importaba poco a la mayoría de los alcaldes de entonces) este proceso parecía el colmo de la perfección. Se podía tener un municipio rico sin ninguna actividad que no fuese la de vender propiedades, y todo el mundo tenía motivos para estar contento: El que vendía unas fincas ganaderas, que nunca imaginó el valor que podían tener; el intermediario que conseguía su recalificación; el promotor, que también se forraba; los compradores vascos, que adquirían un pequeño paraíso cercano a su residencia habitual a un precio muy razonable, y los ayuntamientos, que ingresaban grandes cantidades por tasas y desmesuraban sus plantillas como si aquel maná que producía el rápido consumo del suelo fuese a durar para siempre. Todo aquello acabó cuando los jueces se pusieron de acuerdo para iniciar una catarata de sentencias de derribo; apareció un Gobierno regional un poco menos colaborador con esa burbuja especulativa que corrompía la política y la llenaba de tránsfugas, y llegó el juez Acayro a Castro Urdiales.
El fenómeno se paró en seco, pero Cantabria y Vizcaya ya habían quedado unidas por un cinturón de cemento irrevocable que desdibuja cada vez más la frontera, y por una autovía gratuita (hacia San Sebastián es de pago). Incluso Revilla, que hizo tan contundentes pronunciamientos sobre el anterior lehendakari, ha acabado por aceptar esa nueva realidad. Tanto que desconcertó a los colaboradores más directos, que no sabían cómo plantearle la necesidad estratégica de un acercamiento al Gobierno vasco para pedir su apoyo al tren de altas prestaciones, la única forma de que Madrid lo acepte. Revilla no solo recogió la idea sino que se convirtió en el más entusiasta paladín de la colaboración entre ambas comunidades y ahora ha puesto toda la carne en el asador. Las insistentes apariciones del presidente cántabro en los medios de comunicación vascos durante las últimas semanas, ha pasado desapercibida en Cantabria pero ha tenido un gran calado en Euskadi, sobre todo entre los vizcaínos, que ya tienen la vida repartida entre las dos comunidades.
El confinamiento ha puesto de relieve hasta qué punto se complementan las dos comunidades y el avance del teletrabajo permite aventurar que no pocas segundas residencias de vascos se convertirán en primeras sin tardar demasiado. Una buena noticia para los ayuntamientos que se ven obligados a prestar servicios para muchísimos más vecinos de los censados. Ellos saben que el único factor de incertidumbre de esta relación (la aparición a medio plazo de listas electorales provascas en esos municipios), va a estar controlado mientras se mantengan las relaciones de buena vecindad con el PNV, que ahora está en deuda con Revilla.
Alberto Ibáñez