Editorial

Sin más pólvora en la recámara, con un 25% de la economía sumergida y el 75% restante directamente hundida, el partido se le está haciendo demasiado largo a Rajoy, cuando apenas lleva un tercio de la legislatura, y empieza a estar harto del árbitro. Cayó rendido a los pies de quienes le convencieron de que el ajuste daría resultados inmediatos y, después de comprobar que lo único inmediato era el sufrimiento general, empieza a pensar que Keynes podía tener algo de razón. También lo ha intuido Ignacio Diego, que ha decidido reactivar las obras públicas municipales con un remedo del Plan E, tan denostado, y tirando de la chequera de quien le suceda. Es la cuadratura del círculo, hacer obras sin pagar nada y además recibir los impuestos que generan (IVA, sociedades, etc).
¿No habíamos quedado en que no se podía gastar lo que no se tenía? Pues olvídense, porque ahora entramos en otra fase, la vuelta de las facturas en los cajones, para que se entretenga abriéndolos el que venga después. En unos pocos meses ya le hemos dejado una herencia importante: el crédito del BEI, el que se pidió para pagar a los proveedores y el de las obras en los ayuntamientos. La guinda la pondrá el contrato de 660 millones de euros de Valdecilla a pagar en 20 años. A este paso, Diego les dejará también los presupuestos hechos, porque para el caso, lo mismo les va a dar.

Así de paradójica es la historia, por lo que cualquiera que entra en un gobierno debiera ser más consciente de que probablemente tendrá que hacer mucho de lo que no pensaba y bastante de lo que no estaba dispuesto a hacer. En el caso de Diego, los acontecimientos no solo le obligan a hacer todo aquello que criticaba, sino que empiezan a desbordarle, mientras que para los regionalistas y socialistas la situación es relativamente cómoda. Apenas han de hacer otra cosa que esperar, entre otros motivos porque no tienen mejores soluciones, ni ellos ni nadie. Así que prefieren seguir con el barro hasta las rodillas, en la oposición, que hostigar al Gobierno haciéndole caer y que el barro les llegue hasta el pecho.
Los socialistas, al menos, le han dado al PP una oportunidad de pacto de Estado, que ha rechazado desdeñosamente y probablemente acabará por lamentar su falta de reflejos, cuando comprenda que los problemas le sobrepasan, que el drama social supera al que dio lugar a los Pactos de la Moncloa y que, de paso, podría evitarse algunos escollos, como los recursos que van a pararle la obra de Valdecilla.

Acabamos de llegar a media legislatura y la situación es tan desesperada que cualquier optimismo hace aguas. Quizá la única alegría sea la convicción de que peor no podemos estar y, por tanto, sólo cabe remontar. Lo único seguro es que no podemos vivir dos años más de lo mismo, de ausencia de gobierno, de mirar al pasado, de inseguridad jurídica, de reproches airados a cualquiera que ose poner en cuestión las verdades oficiales. Quizá no fuera sostenible lo que teníamos, pero lo que es auténticamente insostenible es lo que tenemos ahora, la nada más absoluta, que va dando zarpazos al poco suelo firme que pisábamos y nos deja como única opción la huida hacia adelante. En dos años ha pasado a la historia el I+D+i, la ley de dependencia, Comillas, el Plan Eólico, las subvenciones, las obras públicas… Probablemente, hasta el Racing. Y lo paradójico es que ahora tenemos mucha más deuda pública que entonces. Un bagaje desolador, menos para el Gobierno, que se atribuye el haber salvado la autonomía, “que estaba en peligro”. El único problema del que no éramos conscientes, pero es muy reconfortante saber que, al menos ese, se ha disipado. Uff.

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