‘No puedes esconderte detrás de un mostrador’
P.- ¿Cómo se convirtió en florista?
R.- Empecé como repartidor de flores. Nunca pensé dedicarme a ello pero nada más acabar la mili, a los veinte años, me puse a trabajar en Rebolledo. Creí que solo iban a ser unos meses pero estuve allí 17 años porque el mundo de las flores me pareció interesante, polivalente y muy variado. Te permite participar en la vida de una persona desde que nace hasta que muere y acompañarla en los momentos más importantes de su vida: cumpleaños, bodas… Los griegos ya hablaban de la comunicación no verbal de las flores y es cierto que sirven para canalizar sensaciones y sentimientos hacia otras personas.
P.- ¿Lo que sabe de flores se lo ha dado el estudio o los años de experiencia?
R.- Por circunstancias familiares hasta los 10 años viví en Boo de Piélagos, pero mi padre jamás nos dejó acercarnos al ganado o a las tareas del campo. Luego dejé de estudiar a los 14 años y estuve haciendo otras muchas cosas. Desde entonces hasta pasados los cuarenta he estudiado por las noches administración, decoración y todo lo relacionado con la jardinería y la floristería.
P.- ¿Cómo decidió establecerse por su cuenta?
R.- Mi etapa en Rebolledo fue muy positiva y tuve muchas facilidades para el aprendizaje, pero quería ampliar mi mercado y hace 18 años que me ocupo de mi propio negocio de decoración floral. Los comienzos fueron durísimos, de derramar lágrimas y de pensar en dónde me había metido… Por entonces, a la Guerra de Bosnia se sumaba otra guerra, la que librábamos los comerciantes por las obras que levantaron las calles del centro de Santander y que nos hundían los negocios. Así que me tuve que hipotecar hasta arriba y aguantar, porque tenía una familia que dependía de mí. Poco a poco, con mucho sufrimiento, salimos adelante. Si no pierdes el optimismo y el sentido común y vas por la vida con ilusión, siempre hay un después.
P.- ¿Sus hijos van a continuar el negocio familiar?
R.- Aunque aquí siempre tendrán su empresa, ambos tienen una clara vocación artística. El mayor, Pablo, es cineasta y guionista y el pequeño, Daniel Ka [el nombre artístico] además de haber estudiado música y telecomunicaciones y de haber debutado como productor teatral, se metió en el mundo de la magia con solo diez años y se ha movido por todo el mundo. Lo bueno de tener mi propio negocio es que me ha dado mayor libertad para acompañarle en sus viajes.
P.- ¿Ha cambiado mucho el oficio?
R.- Ha cambiado a mejor, porque los comerciantes se han puesto las pilas y están más preocupados por hacer las cosas bien y echarle imaginación. Los clientes también están más preocupados por conocer aquello en lo que se gastan el dinero y se han vuelto más exigentes. Antes se fiaban de tu criterio pero ahora vienen con ideas propias porque han viajado, se informan, leen revistas de decoración… Por eso hay que seguir formándose continuamente, no sólo saber hacer cosas básicas como un ramo, también conocer el por qué de cada flor y dejarse llevar por la creatividad.
P.- ¿Es un sector con mucha competencia?
R.- La competencia no es mala siempre que el negocio esté legalizado. El problema es el intrusismo ya que ahora, con la crisis, todo el mundo sabe hacer de todo, también de florista. La ventaja es que estamos unidos. Hace 18 años, yo mismo pedí ayuda a la Fecac, una federación de comerciantes ya desaparecida, para crear la Asociación de Floristas de Cantabria, que aún pervive y en la que participan prácticamente todos los profesionales de la comunidad. Además de informar y asesorar a los asociados, organizan exposiciones para demostrar la creatividad de los floristas e imparten cursos a precios asequibles.
P.- ¿Cuál es el punto fuerte de Floristería ‘Ciriaco’?
R.- En bodas y congresos estamos muy bien considerados, pero también hacemos mucho escaparatismo, así como jardines y terrazas. No tenemos una gran zona de exposición, pero sí muchos clientes. Y eso es lo que de verdad importa, la confianza que depositan en nosotros y que nos exige no defraudarles.
P.- Pero habrá un secreto para haber sobrevivido al paso del tiempo…
R.- Diversificar y ser creativos. Los tenderos han pasado a la historia y el mostrador sólo debe ser un punto de apoyo, no puedes esconderte tras él. Tampoco puede faltar nunca atención y la amabilidad del personal, entre quien entre. Cuántas veces habremos oído decir eso de ‘yo en esa tienda no entro’. Además, nunca sabes la historia que hay detrás de una persona. Una vez entró una chica a pedir unas flores y resulta que era la encargada de decorar un barco espectacular que estaba atracado en la Bahía y que era propiedad, nada menos que de un jeque árabe.
P.- ¿Recuerda alguna anécdota graciosa que le haya ocurrido en estos años?
R.- Me viene a la cabeza alguna divertida de mis inicios como repartidor. No tenía ni idea de lo que era una flor y una señora inglesa me pidió aspidistras y le mandé a una farmacia que estaba situada unos metros más adelante porque pensaba que quería aspirinas y no hablaba bien nuestro idioma (ríe). No es lo único episodio vergonzoso que me ha pasado. Cuando apenas llevaba unos días en el trabajo, fui a entregar unas plantas y una señora me preguntó si la flor de los cactus era natural. Le dije que sí y su marido se enfadó mucho conmigo porque eran artificiales. No le mentí, es que no lo sabía.
P.- ¿Cuál ha sido el encargo más curioso que ha recibido?
R.- Una vez entró a la tienda una señora y nos pidió que le envolviéramos una flor azul clarita dentro de una caja también azul, con un papel y un lazo del mismo color. En el interior había guardado ropa interior azul, con una bata y un camisón a juego porque era una especie de ajuar para cuando le llegara el día de la muerte.
P.- ¿Han tenido clientes de esos que mandan ‘ramitos de violeta sin tarjeta’?
R.- (Ríe). Uno se gastó un dineral. Vino porque quería enviarle una flor a una chica y, al día siguiente regresó para que le mandáramos un ramo. Después, encargó un ramo todos los días durante tres semanas. Y así estuvo enviándole flores al trabajo un año entero. Lo más curioso es que, cuando aquello acabó, vinieron de la oficina de la chica para que siguiéramos enviándoles las flores cada semana porque lo echaban en falta.
P.- ¿El negocio de las flores depende mucho de modas?
R.- Las flores se ponen de moda por épocas pero lo que marca las tendencias son las revistas. Mucha gente quiere tener el ramo que ha lucido una princesa o las flores del salón de una cantante. Pero, nosotros también les proponemos novedades. Antes se llevaban los candelabros y las estructuras metálicas y ahora las aguas, los geles o las plumas, en ocasiones combinados con luces LED situadas dentro de copas y recipientes y manejados con ayuda de un mando a distancia para crear efectos espectaculares en congresos o en bodas.
P.- ¿De qué proyecto floral se siente más orgulloso?
R.- Nada más abrir la tienda, un cliente nos encargó un gran evento en el Palacio de la Magdalena. Lo recuerdo con mucho cariño porque fue nada más empezar, pero ha habido muchos trabajos especiales: los conciertos de Ennio Morricone o de Bruce Springteen, la celebración del Centenario del Diario Montañés, los conciertos de Navidad organizados por E.on en la Catedral de Santander, las cenas del Concurso de Escaparates de la Cámara de Comercio, los trabajos para Caja Cantabria… Siempre he sido muy lanzado y, afortunadamente, nos ha salido todo bien.