‘El calor de un libro nunca te lo dará una tableta’

Entrar al taller que Isabel Francés abrió hace ya 13 años en la santanderina calle del Carmen es como trasladarse de un salto a otra época. Hay máquinas antiguas por todas partes, ninguna de ellas eléctrica. Son cizallas y prensas para encuadernar libros de forma manual. Y, aunque no esconde la presencia de dos enormes guillotinas, se apresura a aclarar que solo las usa si un ejemplar está realmente deteriorado ya que cortar un libro ‘va en contra de sus principios’. Para reparar los daños prefiere utilizar el ingenio, y no sólo el mental, también un artilugio medieval bautizado con este nombre que corta las hojas a cuchilla, pero una a una y con mucho más cuidado.
En este pequeño rincón escondido frente a la Iglesia de los Carmelitas no existen las prisas diarias e impera la paciencia, una característica que Isabel admite tener para encuadernar pero no para otras labores cotidianas, como conducir por Santander. Y es que su ritmo al volante es más acelerado que el local, seguramente porque antes de trasladarse a Cantabria, con 24 años, había vivido en Barcelona, su ciudad natal, y en Madrid, donde casualmente conoció el mundo de la encuadernación artística y decidió convertirlo en su camino profesional.
Aunque pertenece a una arraigada familia de abogados, no se arrepiente de haber abandonado la carrera de Derecho porque nunca le gustaron las leyes y porque lo suyo con la encuadernación fue un auténtico flechazo. No obstante, el balance que hace de las dos décadas que lleva en este oficio no es tan positivo como le gustaría porque cree que la gente no da a su trabajo el valor que se merece. De hecho, ha sustituido los encargos de particulares por el mundo de la enseñanza, ya que no podía cuantificar en dinero las muchas horas que invertía y lo que dejaba de sí misma en cada reencuadernación.

Encargos especiales

De los veinte años que lleva como encuadernadora artística en Santander, Isabel recuerda con especial cariño los trabajos que ha presentado a distintos concursos nacionales, porque son los que le han permitido utilizar técnicas innovadoras: “Ha sido la forma de forzarme a investigar”, dice.
Ella es la creadora de una complicada técnica de encuadernación llamada ‘piel con piel’ que consiste en ir encajando trozos en las tapas del libro, como si se tratara de un puzzle, hasta que éste queda completamente forrado.
La pena es que no ha podido trasladar estas técnicas a los encargos particulares ya que nadie estaría dispuesto a pagar lo que realmente cuestan estos trabajos: “Recuerdo que una vez le cobré a un cliente 14.000 pesetas por encuadernar un libro de Pablo Neruda en pergamino, rotulado a mano con plumilla y tinta sepia… y me llevó tantas horas que acabé perdiendo dinero”, relata.
Tanto era el tiempo y el esfuerzo que invertía en encuadernar cada libro (estuvo más de un año con uno sobre un club de golf por encargo de un ciudadano francés) que el trabajo dejó de resultarle rentable: “Si querían pagar 15 por una encuadernación mía, yo estaba dispuesta a pagar 50 por quedarme con ella”, explica. Y a ello se une la responsabilidad que asume al hacerse cargo de obras cuyo valor sentimental suele ser más alto que el económico.
Salvo que tenga alguna costura especial que merezca la pena conservar, cuando un libro cae en sus manos su primera labor es deshacerlo. Después, restaura una a una las páginas que se encuentren deterioradas y luego vuelve a coserlo a mano y redondea el lomo para que pueda recibir las tapas ya que, al fin y al cabo, el objetivo de la encuadernación es protegerlo. Para confeccionar las cubiertas suele utilizar piel de cabra curtida, que decora con materiales y accesorios de todo tipo, como tela o cristal.

Talleres

A su llegada a Cantabria, Isabel se estableció en un pequeño local de la calle Burgos hasta que pudo abrir este bello y evocador taller de Santa Lucía. Al principio se anunció en la prensa y se pateó las calles para dar a conocer su trabajo entre las instituciones y los libreros locales pero no obtuvo la respuesta que esperaba: “No me sentí bienvenida; en las librerías no me querían recibir o me tenían horas esperando y en las instituciones nunca me dieron subvenciones ni me dejaron impartir formación, a pesar de que el taller y la maquinaria la ponía yo”.
Así que, ante sus dificultades para llegar a fin de mes, dejó de encuadernar para otros y buscó una salida en la docencia. Siempre le había gustado enseñar y cree que oficios artísticos como el suyo necesitan profesionales que se ocupen de transmitir las técnicas para que no se pierdan: “Cuando yo aprendía, los profesores eran muy celosos de sus conocimientos pero yo he decidido enseñar todo lo que sé y lo que he investigado durante este tiempo”, dice.
Esa actividad le permite cubrir gastos y, como es una persona muy activa, compagina las clases con sus estudios de música (saxo y piano) y de decoración de interiores.
No descarta otras salidas profesionales pero nunca abandonará la encuadernación artística porque sabe que, aunque la tecnología lo esté cambiando todo, los amantes de la lectura no van a ceder: “Nunca habrá nada mejor que tener un libro encuadernado en piel entre las manos. Ese calor nunca se va a conseguir con una tableta”, sentencia.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora   

Bloqueador de anuncios detectado

Por favor, considere ayudarnos desactivando su bloqueador de anuncios