La trastienda de una obra con muchas incidencias
Quizá porque el promotor era Emilio Botín, quizá porque en un momento de gravísima crisis de la construcción era bueno conseguir una cartera de obra aunque las condiciones no fuesen demasiado rentables, tanto Juan Miguel Villar Mir como Santiago Díazrecibieron encantados la adjudicación de una obra de prestigio, como la del Centro Botín, y mucho más si el proyectista era el arquitecto italiano Renzo Piano. Pero ni el proyecto de Piano estaba muy definido,ni era fácil ajustarse a los continuos cambios. El problema también lo acabaron pagando, en cascada, todas las empresas suministradoras.
Sin contar con la incómoda necesidad de superar los recursos y las demandas que plantearon los colectivos que se oponían al proyecto por su ubicación en suelo público, hubo que reajustar todas las estructuras metálicas que llegaron desde un taller manchego; hubo que hacer frente a un cambio de criterio en las cubiertas, para que no ocurriese lo mismo que le había pasado a Calatrava en Valencia; hubo que prescindir de la compañía holandesa que estaba haciendo estos cerramientos y buscar otra; hubo que atornillar una a una las 270.000 piezas de cerámica que en un principio iban a ir pegadas, se soterró un vial que no estaba previsto…
Con este cúmulo de circunstancias, la obra no solo no llegó a estar lista para el 50 aniversario de la Fundación Botín, como se pretendía (Villar Mir, en un exceso de optimismo anunció en el acto de colocación de la primera piedra que estaría seis meses antes) sino que llegó a pararse casi medio año, cuando las constructoras se plantaron exigiendo una renegociación del precio pactado, que se había excedido en 25 millones de euros, sin contar el importe del vial. Un sobrecoste que la Fundación no parece dispuesta a aceptar, porque, a su vez, contrapone los retrasos sobre la fecha de entrega prevista, y que previsiblemente acabará en los tribunales.
Esta tensión interna solo se dejó entrever durante los actos de inauguración en la clamorosa ausencia de los presidentes de las dos constructoras adjudicatarias, Juan Miguel Villar Mir y Santiago Díaz. Tampoco estuvieron presentes algunos otros empresarios de compañías subcontratistas, que acabaron viéndose afectados por estas incidencias, que una vez inaugurado el edificio parecen menores.
Los problemas también se trasladaron al ámbito político, especialmente al Ayuntamiento de Santander que había puesto mucha carne en el asador para que pudiera hacerse el Centro donde se ha hecho. Por eso, cuando la obra del vial subterráneo empezó a entrar en la misma deriva temporal y de desencuentros entre las partes, el entonces alcalde Íñigo de la Serna tuvo que intervenir ante todas ellas con enorme contundencia para exigirles que el vial estuviese abierto, como había prometido públicamente, para las fiestas de Santiago, y lo consiguió. A veces la política, a pesar de su mala fama, le pone las pilas a la iniciativa privada.