Las ventajas de Cantabria
Por Alberto Ibáñez
En los casi treinta años de vida de esta revista hemos conocido momentos difíciles pero nunca de tanta incertidumbre. Basta con que este mes, que empieza muy mal en lo sanitario, evolucione aún peor (y hay muchas posibilidades) para que se vayan al traste todas las esperanzas de recuperación económica a corto plazo y las dosis de ilusión que inyecta el verano se convertirán en una frustración general, muy difícil de gestionar.
La tentación es suponer que el Gobierno –o los gobiernos– no aciertan ni cuando rectifican, pero la realidad es demasiado compleja para despacharla con tanta rotundidad. Cantabria ha tenido en junio el doble de turistas que todas las islas Canarias juntas y casi tantos como Baleares. Ha conseguido preservar la continuidad de la fábrica de Nissan en Los Corrales, cuando las de Barcelona se van a cerrar; de la planta de SEG en Treto, mientras va a desaparecer la de Alemania; tiene una de las tasas de Covid más bajas de España; es una de las regiones en las que menos ha caído el PIB y Viesgo, en lugar de ir a parar a un fondo especulativo, ha caído en unas manos fiables. ¿Es mérito del Gobierno regional que lo ha hecho mejor que otros o, simplemente, hemos tenido suerte?
Con unos medios de comunicación al servicio de los partidos que han creado un escenario permanente de héroes y villanos, de cualquiera de estas circunstancias anteriores podría hacerse un mundo, pero hay que reconocer que en la mayoría de los casos ha influido la suerte.
Estamos algo mejor que el resto porque nuestros visitantes son nacionales, y no por elección sino por tradición. Nos hubiese gustado tener más extranjeros pero nunca lo hemos conseguido, ni siquiera después de subvencionar un montón de vuelos internacionales en Parayas. Y eso ahora se ha convertido en una ventaja inesperada porque, de lo contrario, en el último trimestre el PIB hubiese caído un 18%, como en el resto del país, y no un 13%.
Tampoco es seguro que hayamos realizado la mejor gestión sanitaria posible pero partíamos de un sistema público más sólido que el de otras comunidades y ha habido menor presión sobre los recursos, lo que puede justificar la diferencia. Esa ventaja sanitaria es aún más valiosa, porque la capacidad de mantener los contagios muy por debajo de la media nacional se va a convertir –de hecho, ya lo está siendo– en un factor económico muy importante para la región.
En septiembre, una parte de quienes poseen segundas residencias y han pasado aquí sus vacaciones van a utilizar todos los medios a su alcance para no retornar a sus comunidades de origen, donde se sienten menos seguros. No es un pronóstico arriesgado, porque ya pasó durante el confinamiento, cuando era legalmente imposible. Ahora que desaparece ese componente clandestino, se va a reproducir amplificado y extenderá la temporada turística más que nunca.
Dentro del enorme dramatismo y la incertidumbre que ha traído esta pandemia, hay que reconocer las ventajas circunstanciales de Cantabria, que tampoco conviene exagerar, porque a su vez es absolutamente dependiente de la buena marcha de la economía nacional e internacional, y parece ocioso recordar que nos afecta más lo que ocurra en Alemania y Francia, nuestros principales compradores en el exterior, que lo que pase en muchas regiones cercanas.
Repartidas las cartas, es cierto que hay que saber jugarlas, y el Gobierno regional se está limitando a correr por detrás de los acontecimientos repartiendo subvenciones (hay otros que ni siquiera eso). Pero hay algo en lo que sí se ha dado prisa, al crear un clúster de sanidad. España acaba de lanzar un contrato histórico de 2.500 millones para el suministro de todo el material sanitario que debe servir como stock ante la posibilidad de un rebrote masivo del virus y, después de los fiascos de marzo y abril, se han puesto condiciones tan severas para concurrir que prácticamente hacen imposible el acceso de cualquier empresa local. Pasamos de las manos del primer charlatán que aparece por la puerta a cerrársela a todos, por desconfianza, cuando hay soluciones de sobra (y se han tomado algunas) para evitar que esos contratos que pueden sostener decenas de miles de empleos se vayan a multinacionales de otros países. Resultaría intolerable volver a importar productos que deberíamos hacer aquí con toda facilidad, como guantes, batas, mascarillas, kits de extracción o geles. Ya que estamos obligados a gastarlo, que al menos sirva para reactivar la economía.