Elecciones, ¿para qué?
Cuando uno es joven confía en las ideas, cuando es maduro, en los hechos. Por eso, cuando el presidente de los empresarios cántabros, Lorenzo Vidal de la Peña insiste en encargar un Plan de Desarrollo para Cantabria es inevitable recordar los cinco, seis o diez que ya hemos conocido anteriormente y que nos iban a conducir hacia las puertas de un futuro al que, al parecer, no sabemos llegar por nuestra cuenta. Algunos de esos planes decían cosas coherentes, otros solemnes tonterías, porque eran un mero copia y pega de los que se habían hecho para otras comunidades, y la mayoría se limitaban a exponer esos lugares comunes que se nos ocurren a todos sin tener que pagar a ningún experto. Quizá alguno de ellos fuera interesante pero nunca se aplicaron. Como el arca perdida que tantos esfuerzos le costó recuperar a Indiana Jones, debieron de quedar en el fondo de un inmenso almacén donde acumulan polvo desde entonces sin que nadie se haya dignado a echarles ni siquiera una ojeada.
¿Por qué, entonces, tanto empeño en hacer esos planes? Probablemente por una inercia que viene de comienzos del siglo pasado, cuando se suponía que los estados (sobre todo los comunistas) podían obtener unos objetivos cuantificables controlando la asignación de recursos, como hacían la URSS o el mismo Franco. Pero en una economía liberalizada, suponer que un Gobierno puede cambiar el modelo productivo es ilusorio, y mucho menos en uno o dos mandatos.
Aún en la hipótesis de que se consiguiese, nadie garantiza que el destino sea el acertado, en un mundo tan volátil. A Rajoy, que se sepa, nadie le ha pedido un cambio de modelo económico ni él mismo lo ha planteado, porque el PP sabe que la economía fluye por donde quiere y como quiere. Zapatero, de otra escuela, sí se empeñó en intentarlo, al tratar de anticipar en el país un modelo industrial del siglo XXI, y acabamos pagándolo. Con Miguel Sebastián de ministro de Industria, trató de conseguir que las marcas de automoción impulsasen en sus plantas españolas el coche eléctrico, convencido de que sería la estrella del mercado en el año 2020 (la intuición no era del todo errónea) y que quien llegase primero se coronaría como el gran constructor mundial por varias décadas, pero las marcas de coches están más cómodas en el mercado que conocen desde hace mucho (y por eso Tesla les ha tomado la delantera), así que no le hicieron mucho caso. El Gobierno tuvo mucho más éxito con la industria eólica, y acabó por conseguir el liderazgo mundial del sector, pero casi todo se vino abajo cuando España no pudo seguir pagando las primas a la aerogeneración que estaban alimentando esa nueva conquista de América, a costa de provocar un gran agujero en la economía nacional.
Eso demuestra que incluso los pocos planes que tienen éxito puede que deriven en problemas más graves que los que pretendían resolver. La planificación cada vez es más difícil y eso lo sabe cualquier empresario privado. Hace unas pocas semanas, la propietaria de una gran empresa española de la comunicación reconocía en Santander que ella solía hacer planes a cinco años; cuando vio que las circunstancias cambiaban demasiado rápido para que resultasen prácticos, pasó a hacerlos a dos y ahora prácticamente se ve obligada a actuar en función de los acontecimientos diarios.
Vidal de la Peña tiene buenas ideas en otros terrenos, como la de vincularnos más estrechamente a la economía vasca, pero esa estrategia ya ha sido asumida por el PRC, al que critica. Curiosamente, ha sido el ministro Íñigo de la Serna el que, sin haber pedido siquiera el proyecto del tren de cercanías Santander-Bilbao que maneja el Gobierno cántabro, para conocerlo a fondo, ha enviado a la prensa un furibundo comunicado en el que poco menos que lo tacha de ocurrencia estúpida. Las críticas del presidente de la CEOE cántabra al Gobierno autónomo por su supuesta inacción resultarían más ecuánimes si hubiese exigido otro tanto al anterior (con Ignacio Diego llegamos a rozar los 60.000 parados) o de haber recordado al ministro de Fomento lo imprescindible que es esa conexión con el País Vasco. Por eso parece sobreactuada su petición de que se anticipen unas elecciones regionales que, por otra parte, no cambiarían nada, ya que darían como resultado que el PRC consiguiera bastantes más escaños, en detrimento del PP, el PSOE y hasta Podemos, inmersos en unas crisis internas de las que no saben cómo salir. Para bien o para mal, todo seguiría igual. Entonces, ¿cuál sería el objetivo real?
Alberto Ibáñez