Las ‘memorias’ inéditas de Hormaechea
El expresidente achacaba todos sus males al supuesto odio de Fraga y Cascos
Juan Hormaechea pasó media vida trabajando de abogado pero única y exclusivamente para sí mismo. Todo el poder que ejerció desde el Ayuntamiento de Santander o desde el Gobierno regional es equivalente a la impotencia que sintió ante los tribunales. Desde que fue apartado del Gobierno por una moción de censura a finales de 1990 se sintió víctima de una conspiración política-judicial. Hormaechea estaba convencido de que su presencia molestaba extraordinariamente al presidente de Alianza Popular, Manuel Fraga, al secretario general de este partido, Francisco Álvarez Cascos y a la diputada por Cantabria, Isabel Tocino, que hicieron todo lo posible por apartarle de la política, primero a través de la moción de censura y más tarde con la supuesta complicidad de algunos jueces.
El expresidente escribió unas teóricas memorias que nunca encontraron editor, en las que no puso ningún interés en hablar de su vida. Todo su afán y su relato se centra en desmontar las acusaciones que le retiraron de la vida política: la adjudicación irregular de los carteles de obra, la obstaculización para que el constructor Manuel Rotella pudiera levantar un centro comercial en la Plaza de las Cachavas y las páginas pagadas con dinero público en El Diario Montañés en las que insultaba a sus rivales políticos.
La historia que relata Hormaechea no tiene un principio y un final. Todo es un ir y volver cansino, un alegato permanente y repetitivo en el que trata de demostrar que se le condenó por asuntos muy menores (los anuncios contra los rivales costaron poco más de 12.000 euros) o por la existencia de una conspiración en su contra, como el caso Rotella. Lo llamativo es que la atribuye al PP, que supuestamente se iba a beneficiar de la construcción de un edificio de hasta once plantas en la Plaza de Machichaco, aunque no especifica cómo, por no oponerse desde el Ayuntamiento de Santander, a la venta que le hacía la Autoridad Portuaria a Rotella y hacerlo después tan débilmente que al primer contratiempo abandonó la batalla legal. Una maniobra que documenta explicando una y otra vez la desidia con la que actuó el Ayuntamiento, cuando tenía el derecho de reversión sobre ese espacio tan valioso. No obstante, parece un poco complicado que Rotella, habiendo sido alcalde de Torrelavega por el PSOE y más tarde uno de los militantes y benefactores más conocidos del PRC, pudiera ser tan favorecido por el PP que gobernaba la capital santanderina.
En la mente de Hormaechea se juntan un puñado de manos ejecutoras, como las de los jueces Claudio Movilla (presidente del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria) o Mario García Oliva, otro de los componentes del tribunal que le juzgó por primera vez. También la del presidente del TSJ, Sánchez Pego o de Julián Sánchez Melgar, que le juzgó por segunda vez.
Todo empezó con la OTAN
Él estaba convencido de que todo lo que le ocurrió tiene un origen bastante más alejado en el tiempo que la supuesta inquina de estos jueces y atribuye la razón última a su enfrentamiento con Fraga poco antes del referéndum sobre la salida de la OTAN. He aquí la explicación que da Hormaechea en estas memorias inéditas:
“…Aún aparentemente en contra de sus intereses electorales, consideró Felipe González que en plena guerra fría y aunque hubiéramos entrado en la OTAN con calzador, no podía sin más sacar a España de dicha organización; porque si ciertamente no había sido precisa nuestra entrada, tal salida en plena guerra fría hubiera abierto un debate vidriosísimo, por lo que propuso (…) un referéndum para zanjar nuestra permanencia o salida de dicha OTAN.
Y como era evidente que la izquierda había de votar masivamente en contra y solo la derecha podía votar a favor, consideró Fraga que, si fracasaba, sería la tumba política de Felipe González y, sin escrúpulo alguno ni atención a los intereses del mundo occidental, hizo una feroz campaña para que la derecha se abstuviera y la izquierda le hiciera perder a González.
Pero como yo no era afiliado al Partido Popular ni he tenido nunca un concepto tan “sublime” del partidismo… no pude permanecer impávido ante lo que considero una traición al mundo occidental y a los Estados Unidos. Y después de pedirle (a Fraga) que cambiara su postura (…) pedí en unas declaraciones el voto en favor de nuestra permanencia en la OTAN, declaraciones que la televisión nacional reprodujo hasta la saciedad durante días y días (…) Y, sin que me lo eche al hombro como vanagloria, pocas dudas tengo de que los sectores moderados y consecuentes de la derecha reflexionaron, rechazando la villanía de abstenerse, como les pedía Fraga. No lo hicieron y apoyaron nuestra permanencia en la OTAN, acabando con sus planes (de Fraga) de hundir a Felipe González, planes que por el contrario le desprestigiaron internacionalmente (al propio Fraga), porque ninguna duda me cabe de que en tales niveles se le consideró descalificado para dirigir una nación occidental.
Y entiendo que por esta causa y ante su fracaso, terminó dimitiendo como presidente del Partido Popular, de tal manera que su oportunismo se volvió contra él como un boomerang. Y tampoco tengo la menor duda, porque de ello me informaron personas allegadas al tal Fraga y él mismo en un acto de apoyo a la lengua castellana, que mi intervención le suscitó un odio cartaginés contra mí. Odio que llegó al ultraparoxismo por causa de que a su protegida Tocino no la apoyé cuando se presentó por Cantabria en las elecciones generales de 1989. Y, al perderlas (Tocino) y quedar descalificada para gobernar España, también se frustraron las esperanzas de Fraga de hacerlo en comandita y por persona interpuesta” (Fraga había pensado designar a Isabel Tocino como su sucesora al frente del PP).
A Fraga, Hormaechea no solo no lo considera una de las cabezas políticas más importantes del país en ese momento sino que le achaca una “absoluta incomprensión de los procesos históricos”, ya que, de haber perdido Felipe González el referéndum de la OTAN y haber dejado el poder, presume que hubiese aparecido un escenario mucho peor para el PP:
“¿Qué hubiera sucedido en España si la izquierda hubiera ganado el referéndum y Felipe González hubiera tenido que proceder en consecuencia? ¿no es evidente que tanto si hubiera dimitido como si no, hubiera girado muy a la izquierda el Gobierno de nuestro país? ¿Y qué hubiera pintado Fraga si se hubiera producido tal debacle, acaso pensaba que su estrategia de cuando peor mejor iba a dejar el gobierno en sus manos ¿No resulta (…) que su esquema respondía a la creencia de que estábamos en la época de crisis de Alfonso XIII y que para arreglar el desaguisado le iban a llamar a él como “la eminencia” que lo solucionaría todo?”
Fruto de esta miopía política que atribuye a Fraga fue también, en su opinión, el arrollador triunfo de los socialistas en 1982, al forzar a Adolfo Suárez a desplazarse al centro izquierda, en lugar de pactar con él para hacer una derecha más sólida, lo que también deparó un frustrante resultado para el propio Fraga. También le considera inspirador del sistema electoral (junto a los comunistas, que en este caso tenían intereses comunes) que da una representación lo bastante alta a las minorías como para hacer muy difíciles en España las mayorías absolutas, algo que Hormaechea siempre llevó muy mal.
Es curioso que prácticamente en la misma página en que Hormaechea reprocha la “extraordinaria soberbia” de Fraga, haga alarde de la suya propia de forma indirecta, puesto que reconoce que todo su enfado con Isabel Tocino y el recrecimiento, por ello, del odio que Fraga ya le profesaba, fue consecuencia de que nadie en el PP le avisara de que ella encabezaría la lista cántabra al Congreso en 1989. “Siendo presidente de la comunidad, me enteré de ello por los periódicos”, confiesa.
Recuerda que tanto Areilza como Osorio le habían pedido el placet en elecciones anteriores. “La Tocino fue designada por Fraga sin consultarme, lo cual es una muestra de despotismo y dependencia de la tal señora” y recoge una cita de las memorias de Fabián Estapé en las que afirma que, cuando los principales líderes del PP acudieron a Fraga para consultarle el candidato idóneo para su sucesión, puso todo el énfasis en Isabel Tocino, con el argumento de que sería la mejor baza electoral “porque lo que más tiran son dos buenas piernas”.
El fracaso de Isabel Tocino en Cantabria, derrotada por Matilde Fernández cuando todo parecía suponer que el PSOE ya no podría revalidar sus dos triunfos anteriores en la región, acarreó aún más odio por parte de la dirección nacional del PP hacia Hormaechea (se entiende que por no haberla ayudado) y Cascos no dudó en expresárselo en directo. A partir de ese momento, el expresidente cántabro asegura que sufrió una campaña de acoso por parte del PP que desembocó en la moción de censura.
Entre medio se produjo una extraña polémica, que él atribuye a Cascos y Fraga, que buscaban argumentos para deteriorar su imagen dentro del partido, el supuesto bulo de que “Hormaechea pretendía llevar Cantabria al País Vasco”. Se trataba de una frase que Hormaechea pronunció en la UIMP que, según asegura, se distorsionó por completo para acabar etiquetándolo como un peligroso secesionista.
No menciona, en cambio, el episodio que realmente fue determinante en la moción de censura, sus exabruptos de madrugada con respecto a Aznar, Isabel Tocino y Fraga durante un puente de Todos los Santos en el pub El Proyector, del Sardinero. Unos hechos que fueron recogidos con todo detalle en El Diario Montañés y que causaron una convulsión nacional. Tanta que Aznar se vio obligado a cortar inmediatamente con Hormaechea, obligando a sus huestes locales a plantear una moción de censura a su propio líder y, lo que Hormaechea cree más incomprensible, a cederle el poder a un socialista, Jaime Blanco.
En realidad, no era la primera vez que Hormaechea protagonizaba un escándalo nocturno, aunque sí fue de las últimas. Tanto durante su mandato como alcalde como sus cuatro primeros años como presidente regional fue un asiduo de la noche, y a menudo en unas condiciones poco adecuadas para quien ostentaba un cargo institucional semejante. Sus confidencias a esas horas eran las de un poeta incomprendido (se sentía como tal), amante de las mujeres y de los animales, y acosado por la vulgaridad de una región que no comprendía su carácter cosmopolita. Pero también podía mostrarse agresivo, lo que dio lugar a muchos otros incidentes nunca relatados. Tampoco él tiene interés en recogerlos en su libro.
Ni siquiera hace una especial referencia a su vuelta al poder… gracias al Partido Popular, después de prometer tajantemente José María Aznar en una entrevista televisada que “nunca cambiaría dignidad por votos”, cuando le preguntaron si podría volver a apoyar el PP al presidente cántabro tras los graves insultos que le propinó.
La derecha se recompuso, en un pacto alcanzado en el Hotel Landa, de Burgos, en el que intervino como mediador Martín Villa, como si nada hubiera ocurrido. Hormaechea prometió que disolvería el partido que había creado entre medias, la UPCA, algo que nunca hizo, y firmaba un documento de reingreso en el PP con apenas tres cláusulas, una de las cuales era para precisar que se le eximía a él del pago de la cuota mensual de afiliado.
La reboda tampoco duraría mucho, porque a los pocos meses se rompía el Gobierno y dimitían los consejeros procedentes del núcleo duro del PP contra los que carga con dureza en su libro.
Contra todo y contra todos
Desesperado por las respuestas desestimatorias de los juzgados a sus reiteradas denuncias, a pesar de que en ocasiones demostraba actuaciones muy discutibles, como la venta a Rotella de la plaza de Machichaco por parte del presidente nacional de Puertos del Estado, Fernando Palao, sin consultar ningún órgano ni hacer valoraciones previas, o la dejadez del Ayuntamiento de Santander, que ni siquiera comprobó las dimensiones erróneas que el constructor puso a la finca, ni ajustó su reclamación de plazas de aparcamiento a la aportación de subsuelo que hacía la ciudad al proyecto, Hormaechea acabó por presentar una querella criminal contra todo y contra todos: Movilla, el fiscal Conde Pumpido, los jueces García Oliva, Tolosa, Navarro Sanchís, Sánchez Pego y García Ancos, el alcalde Gonzalo Piñeiro y el presidente regional, Martínez Sieso, entre otros. Pero de nuevo se encontró con la misma respuesta. El magistrado Marchena, de la Sala II del Tribunal Supremo ni siquiera se la admitió a trámite.
Hormaechea también intentó echar abajo la adjudicación de la planta incineradora de basuras de Meruelo, en las últimas semanas del Gobierno de Gestión, realizada una rapidez inusitada, antes incluso de que se encontrara un emplazamiento para ella. Aunque señala al entonces presidente local del PP, José Luis Vallines, y al consejero de Medio Ambiente, José Luis Gil, como los agentes activos de una operación que suponía un contrato de 67.500 millones de pesetas en treinta años, vuelve a señalar a Alvarez Cascos como el auténtico responsable último. En una visita que Cascos le hizo cuando volvió a la presidencia, el político asturiano perdió los nervios al reprocharle Hormaechea el elevadísimo coste que tiene esa adjudicación para la comunidad autónoma cada año, y entre gritos (Hormaechea se los atribuye únicamente a su interlocutor) le dijo que “el dinero de los partidos viaja por las alcantarillas”.
También dedica un capítulo al saneamiento de Santander, con los mismos protagonistas una obra que la secretaria de Estado Cristina Narbona había prometido incluir entre las de “interés general” y que por tanto sería financiada por el Estado, igual que lo han sido los saneamientos del Besaya o del Asón. Según Hormaechea, el PP cántabro hizo todo lo posible por evitarlo, para poder adjudicar los trabajos, y eso supuso que la comunidad autónoma acabara pagando algo que hubiese debido pagar el Estado.