Llámalo victoria, para ahorrarnos más problemas
Ahora, las historias las escriben los periódicos. Los historiadores tardan demasiado en hacerlo para el hombre de la calle, que es el que vota, y el hombre de la calle británico ha empezado el año relativamente tranquilo porque 24 horas antes los periódicos de su país titularon ‘victoria’ lo que a todas luces es un desastre. Otra caso es que el pacto del Brexit sea un inmenso bálsamo para ellos y para nosotros, porque la perspectiva de un desacuerdo era inmensamente peor. En España, con el mismo acuerdo, hubiesen titulado ‘humillación’ (para nuestro país, claro), para acabar de arrastrarnos por el suelo, porque aquí en lugar de tener el espíritu victoriano tenemos el poso amargo de los tres siglos largos que vivimos en crisis sucesivas.
Nosotros vamos a perder mucho, porque Gran Bretaña es el primer emisor de turistas a nuestro país (casi veinte millones) y uno de los principales compradores de viviendas, lo que en ambos casos se verá perturbado, como poco. Ellos perderán bastante más, porque nadie se ha atrevido por ahora a entrar a regular el intercambio de los servicios entre Reino Unido y la UE (el 80% de los que se realizan) porque es aún más complicado que desarmar arancelariamente el paso de los miles de toneladas de mercancías que necesita a diario una isla para sobrevivir.
Dudaba Emilio Lamo de Espinosa, presidente del Instituto Elcano, en Santander hace ya varios años que se pudiesen renegociar todos los tratados de la UE con Gran Bretaña, porque ocupan 80.000 páginas y haría falta una legión de abogados a un lado y otro. Para los británico, además, era únicamente la mitad del trabajo, porque tendrán que negociar nuevos acuerdos con cada uno de los casi 200 países que están en la Organización Mundial de Comercio, una tarea que los socios de la Unión nos ahorramos. Efectivamente, se ha buscado una solución más sencilla, dejar la mayoría de las cosas como están, aunque sea temporal. Imaginemos cómo se encarecería la vida en Gran Bretaña (probablemente la nuestra también, aunque en menor medida) si todos los productos que enviamos a las islas se encareciesen un 22%, como ocurriría con los coches, porque en muchos casos no encontrarían otro proveedor alternativo.
La prensa británica ha saludado le negociación como una victoria del país, quizá porque la perspectiva del desacuerdo era un desastre todavía mayor
Desgraciadamente para los que suelen encontrar soluciones fáciles para problemas difíciles, la realidad está tejida con tantos hilos que mover cualquiera de ellos solo sirve para garantizarse una maraña de imposible manejo. Que se lo digan a Trump, cada vez que ha intentado tocar aspectos que afectaban a su propia administración.
El Brexit es precisamente eso, un embrollo elevado a la enésima potencia, causado precisamente por quienes querían que las cosas fuesen más sencillas, ‘como antes’. Cameron, en lugar de hacer un planteamiento reflexivo de los costes y dependencias que podía conllevar la desconexión, se comportó como cualquier apostador de taberna: A que si convoco un referéndum lo gano. Pues lo perdió, aunque fuese por bien poco.
Esos poquísimos votos se podían haber conseguido sin demasiados esfuerzos, pero una de las sorpresas que se llevaba quien visitaba Londres durante la campaña electoral es que por ninguna parte había carteles en favor de seguir en la UE (tampoco en contra). Ni siquiera las grandes multinacionales, que se jugaban tanto si sus sedes se convertían en extracomunitarias, pusieron la carne en el asador e invirtieron lo más mínimo en la campaña por la permanencia, lo que puede sorprendernos en España, donde pensamos que los bancos y energéticas nos manipulan y llevan a todos al redil. Allí nadie parecía jugarse nada, y así salió.
Tenemos que felicitarnos, en cualquier caso, del desenlace. Lo negociadores comunitarios han sido lo bastante exigentes como para defender los intereses de la UE frente a un oponente tan poderoso y bregado como Gran Bretaña, lo que supone un aviso a navegantes para cualquier otro país de la Unión que, con un gobierno populista, tenga la intención de plantear un reto parecido. Ya saben que, en el mejor de los casos, va a ser un inmenso dolor de cabeza y en el peor (el escenario real lo iremos sabiendo a medida que transcurran los meses y los años) una vuelta a un pasado más incómodo y más pobre para todos. Por lo pronto, Gran Bretaña ya prepara una oferta de empleo para contratar a 52.000 aduaneros. ¿De verdad, alguien quiere volver a ese incordio, por muy nacionalista que sea?
Alberto Ibáñez