Una satisfacción poco comprensible
El Gobierno de Mariano Rajoy ha vendido como una victoria la entrada de Guindos como vicepresidente del Banco Central Europeo, un puesto cuya relevancia política e internacional es muy inferior a la de ser el ministro más importante de España, aunque a Guindos le compense porque estaba deseoso de dejar de una vez este cargo. Pero más que una victoria es una mínima reparación, porque España, a pesar de ser uno de los principales países de la Unión, está prácticamente desaparecida de sus instituciones desde 2012. Polonia, con mucho menos peso económico y mucho más escéptica con la Unión está mucho más representada.
En los últimos cinco años, España ha perdido la vicepresidencia de la Comisión Europea que tenía Joaquín Almunia, que además ostentaba la decisiva cartera de Competencia. Cuando Rajoy esperaba salvar no los dos cargos, pero sí al menos uno, el presidente Jean-Claude Juncker solo le dio a Miguel Arias Cañete la cartera de Energía, con lo que no tiene categoría de comisario sino que está un escalón por debajo.
España ha perdido la mayor parte de los puestos de responsabilidad internacional que tenía
No era el único desaire. Nada más llegar Rajoy al Gobierno, y cuando ya estaba prácticamente pactada la entrada en la cúpula del BCE de José Manuel Campa, un alto cargo de Zapatero, para sustituir a otro español, José Manuel González Páramo, Rajoy sustituyó al candidato por un hombre más cercano, Antonio Sáiz de Vicuña, con un perfil poco adecuado, y el resultado de la votación fue demoledor en su contra, de forma que el puesto fue para un luxemburgués.
El propio Guindos protagonizó otro fiasco en 2015, al presentarse a la presidencia del Eurogrupo, que perdió por goleada (12-7) con el holandés Jeroen Dijsselbloem. Un año después José Viñals dejó de ser el número tres del FMI y, por el camino, no fraguó la candidatura española para presidir el mecanismo de rescate (Mede). Para completar la retirada, David Vegara acabó abandonando el cargo de subdirector gerente de esa entidad.
Además, Barcelona quedó fuera de la carrera por la Agencia del Medicamento, lo que hubiese supuesto la llegada de casi 1.000 altos funcionarios, quizá por la crisis institucional provocada por el desafío independentista.
La desaparición de España en las instituciones europeas durante estos años es más evidente si se compara con los cargos ocupados anteriormente. Enrique Barón, José María Gil-Robles y Josep Borrell fueron presidentes del Parlamento Europeo; Manuel Marín, Abel Matutes, Marcelino Oreja, Loyola de Palacio, Pedro Solbes y Joaquín Almunia fueron comisarios; Gil Carlos Rodríguez Iglesias estuvo al frente del Tribunal de Justicia; Pasqual Maragall fue presidente del Comité de las Regiones; Carlos Ferrer fue presidente del Comité Económico y Social Europeo y Juan Manuel Fabra, presidente del Tribunal de Cuentas.
Por si fuera poco, el país tampoco tiene una representación significativa en otros organismos extracomunitarios, cuando llegó a tener la dirección del Fondo Monetario Internacional, con Rodrigo Rato, que abandonó sin explicar los motivos. En resumen, que tenemos la menor representación internacional en muchas décadas, lo cual no es para sentirse tan satisfecho como se siente Rajoy.