Errores de perspectiva
La mejor costera de bocartes del siglo XXI al final no ha sido tan buena. El aluvión de pescado nos nubló la vista y cuando haya que cerrar apresuradamente la campaña, porque habremos agotado el cupo, nos daremos cuenta de que el tamaño de los peces capturados solo sirve para las conserveras marroquíes, que trabajan con mano de obra muy barata. Es decir, para la competencia. Fue un error de perspectiva. El mismo que tuvo el PP –y, en general, toda la clase política, periodística y de analistas– el día que consiguió sacar adelante los presupuestos para este año. Los grandes titulares en los que a toda página se aseguraba que Rajoy salvaba la legislatura tuvieron vigencia exactamente hasta las once de la mañana, cuando se dio a conocer la sentencia de Gurtell.
Si hubiesen leído a Jesús Pardo habrían comprobado hasta qué punto se está estrechando el tiempo en nuestros días. El descomunal escritor santanderino advierte que en la capital cántabra se da una rareza física y la perpetuidad ya solo dura cien años. Al menos, es como lo ha calculado el Ayuntamiento al expropiarle el más monumental de todos los panteones funerarios de Ciriego, esa especie de iglesia bizantina extemporánea, lo que a un iconoclasta como él no es que le deprima pero sí le asombra. De haberlo sabido Don Leopardo (Leopoldo Pardo, el promotor que convirtió Los Arenales en el barrio Castilla-Hermida haciendo aún más fortuna que edificios), quizá hubiese ido a reposar con sus huesos a otro lado.
Como él, los exégetas de la realidad política del país no supieron ver que, en este mundo de turbulencia política, una legislatura podía comprimirse en media mañana, y lo que ayer era un partido en el poder, hoy es un partido perdido en un agujero negro, porque ni está en el Gobierno ni va a liderar la oposición. Una situación tan extraña como la que vive el PP cántabro con sus penurias en el Parlamento.
Rajoy no era consciente de que la masa informe de opositores, descontentos, nacionalistas irredentos y nacionalistas dispuestos a redimirse si la oferta es buena podía precipitarse, como las masas gaseosas que se convierten en lluvia si aparece algún agente catalizador y eso fue su sentencia. Pero que no se confunda nadie, el PP no cae por Gurtell. Unos hechos tan sabidos no podían tener unos efectos tan dramáticos, sino por el mismo movimiento que está agitando los parlamentos de todo el mundo, con fraccionamientos ingobernables y la incapacidad de los partidos políticos tradicionales para entender qué está pasando.
Las penurias del PP no han hecho más que empezar, porque Pedro Sánchez no lo tiene tan difícil como imagina todo el mundo. En primer lugar, porque tras cualquier victoria siempre hay seis meses de expectativa, que en este caso es mucho tiempo; en segundo lugar porque puede gobernar por decreto ley, exactamente igual que lo ha hecho Rajoy en esta legislatura, y hay nada menos que 70 iniciativas aprobadas por la oposición que el Gobierno del PP venía reteniendo con estrategias discutibles y que le bastaría activar; y, tercero, porque le han dejado los presupuestos casi aprobados, lo que va a resultarle un favor impagable, dado que le evita el desgaste de una negociación muy complicada. Pero lo que realmente va a blindar a Sánchez es que ahora tiene ahora el botón nuclear, la posibilidad de convocar elecciones, algo que no le conviene a nadie, salvo a Ribera. Es decir, que hasta el PP va a poner mucho cuidado en que agote la legislatura.
Lo que ha ocurrido también puede dar un vuelco a la política cántabra. Íñigo de la Serna podría haber sido el sucesor de Rajoy al frente del partido –y probablemente sea uno de sus preferidos, porque le acompañó toda la tarde de la moción de censura– pero le ha faltado tiempo para afianzarse entre la vieja guardia. Si no se atreve a optar como candidato, lo que nunca es descartable, es más probable que se implique aún más en la política regional, hostigando al Gobierno del PRC-PSOE un día sí y otro también, aunque esta vez sin obras debajo del brazo, lo que le deja sin buena parte de la munición.
Serán otros los que pongan las primeras piedras de esos proyectos que elaboraba con una ansiedad frenética. Mala suerte para un magnífico ministro que consiguió ser omnipresente (no solo en Cantabria) y convirtió su departamento en el auténtico articulador del territorio nacional, porque se pateaba todas comunidades, una costumbre que los presidentes del Gobierno perdieron hace mucho, por un mal entendido pudor, y que solo sirve para alimentar la sensación popular de estar encastillados en Madrid.
Alberto Ibáñez