‘Si el 93% prefiere los productos responsables es evidente que se abre una gran negocio’
JUAN VERDE, EL ESPAÑOL QUE ASESORÓ A OBAMA IMPULSA LA ECONOMÍA CIRCULAR:
Juan Verde, nacido en una familia trabajadora canaria, se convirtió en 2009 en subsecretario de Comercio del Gobierno de Barack Obama, tras varias circunstancias imprevisibles. Ahora reside a medio camino entre Galicia, donde vive la familia de su mujer, hija del diseñador Adolfo Domínguez, y Estados Unidos. Es un firme defensor de la ‘economía verde’ y hace unas pocas semanas, su Fundación sin ánimo de lucro Advanced Leadership, con sede en Washington, organizó en Madrid una cumbre a la que acudió el propio Obama.
Juan Verde ha traido a Obama hace unas pocas semanas a su cumbre sobre la economía circular, celebrada en Madrid. El expresidente americano, que hizo de la inversión en economía verde una prioridad de su Gobierno, no ha tenido inconveniente en venir a apoyar la iniciativa en favor de la economía circular de su amigo español, un canario de 46 años que fue muy joven a Boston, a casa de una familia de refugiados cubanos a los que sus padres habían dado alojamiento y comida pocos años antes, cuando salieron de la isla. Los cubanos habían mejorado de vida en EE UU y le facilitaron el poder estudiar Políticas en aquel país. El intercambio de favores fue el comienzo de su carrera hacia la Casa Blanca. Hoy, tras la salida de Obama del poder, Verde impulsa las relaciones comerciales entre España y EE UU, y asesora a algunas grandes empresas.
Pregunta: ¿Hay que hacer apostolado de la economía circular, que invita a reutilizar todos los residuos y subproductos que generamos, o se puede dar por sentado que se impondrá por su propia lógica económica, dado que los recursos naturales son limitados y es evidente que cada vez serán más caros?
JUAN VERDE.– La economía circular está llegando. Yo creo que ya nadie en su sano juicio puede negar tres máximas. La primera, que el cambio climático es real y, por lo tanto, habremos de vivir en una economía de bajas emisiones. Como una cosa no puede ser real sin la otra, la segunda es que, si no hacemos nada por evitarlo, tendremos grandes catástrofes y muchas personas afectadas. Y, en tercer lugar, hay que ser conscientes de que la innovación técnica es la clave para hacer frente a los nuevos retos, a la vez que puede producir grandes oportunidades para las empresas y para la sociedad. Está demostrando ser un gran motor de desarrollo económico.
De lo que hablamos en esta cumbre es de la aplastante evidencia de hacia dónde va la economía. Cuando tienes constancia estadística de que, en igualdad de condiciones, el 93% de los consumidores prefieren un producto responsablemente producido es evidente que se abre una gran oportunidad de negocio para cualquier empresa, para cualquier emprendedor que pueda poner estos productos en el mercado a igual precio. Hoy son más caros, pero se trata de buscar la tecnología o la creatividad capaz de bajar esos precios, porque en el momento en que lo consigas tienes un inmenso mercado para ti.
‘La guerra comercial que pretende Trump es inviable. El sentido común volverá a imperar en las próximas elecciones y las cosas volverán a su curso natural’
Basta ver lo que está pasando con las renovables, que hoy son ya absolutamente competitivas. Hace años nos decían: “Ah!, las renovables, viven de las subvenciones, no son competitivas…”. Hoy la fotovoltaica ya es mucho más barata que el combustible fósil; no es ciencia ficción.
Por supuesto que se puede y por supuesto que la economía verde tiene un sentido económico, y además da lugar a un tipo de trabajo más cualificado, con mayores salarios, no se deslocaliza…
El actual presidente de EE UU es partidario de imponer tasas arancelarias, algo que parece más propio del comercio del siglo XIX que del comercio del siglo XXI. ¿Usted cree que un mercado globalizado como el actual está en disposición de asimilarlas?
JV.– Yo creo que es una decisión absolutamente equivocada, cortoplacista, que enfrenta a Estados Unidos no solo con China, no solo con los países emergentes, sino también con los productores europeos, que son sus aliados históricos. Eso inicia una guerra comercial en la que todos pierden, nadie tiene nada que ganar. Por consiguiente, creo que solo puede responder a comportamientos cortoplacistas, relacionados con la situación interna del país. Desde luego, no es lo mejor para el mundo.
¿Pero son realmente aplicables esos aranceles?
JV.– Hace que las empresas americanas sean menos competitivas. En siglo XXI la clave de la competitividad es la innovación, la capacidad que tengamos en Europa y en EE UU de seguir desarrollando las ideas. No es dónde se va a fabricar el iPhone, es donde está el señor que diseña las aplicaciones del iPhone.
Una guerra de estas características lo que hace es aislar a EE UU, lo que hace es limitar la coordinación y el intercambio de ideas entre los que han sido los dos grandes polos de desarrollo e innovación, EE UU y Europa. Yo creo que son inviables y que la lógica y el sentido común van a imperar, que en las próximas elecciones este señor no saldrá reelegido y eso hará que las cosas vuelvan a su curso natural.
Francamente, yo creo que este señor es un paréntesis. ¿Por qué? Porque la mayor integración, la economía sostenible son cosas que van a ocurrir. Puede ser una cuestión de velocidad pero no de dirección. Nadie en su sano juicio se va a plantear si el mundo va a seguir apostando por el comercio internacional, ¡claro que va a seguir haciéndolo! Nadie en su sano juicio se va a plantear si vamos a hacer una economía más sostenible o no. ¡Claro que la haremos!
La pregunta es a qué velocidad se van a hacer estos cambios. Si el señor Trump sigue gobernando se ralentizarán un poco, pero van a ser inevitables.
Tenemos la sensación de que la Casa Blanca es una maquinaria de poder extraordinariamente bien engrasada y con unas capacidades casi ilimitadas. ¿Hay mucho de película en estas suposiciones? ¿Es muy diferente trabajar a la sombra de un presidente estadounidense, como lo hizo usted, de lo que sería hacerlo para un presidente europeo?
JV.– Los sistemas tienen denominadores comunes y grandes diferencias. El denominador común es que, al final, somos personas, aquí, en Pekín o en Rusia. Y las personas tienen su carácter, su forma de entender las cosas… Y asesorar a alguien, en gran medida, no es lo que sepas, es lo que sepas interpretar de la otra persona, lo que sepas entender de su inteligencia emocional, de sus circunstancias o de él como persona.
Las grandes diferencias están en que son sistemas muy diferentes, con claves totalmente distintas. EEUU, para empezar, es un sistema más “democrático”. Lo voy a aclarar. A mí me preocupa que en España no haya listas abiertas, porque eso fomenta una falta de legitimidad. En España no votas por un gobernante, votas por unas siglas, y no siempre los que van en las listas son los más populares ni los más preparados sino gente que forma parte de un engranaje, de un equipo. En EE UU es muy distinto. Cuando Obama llegó al poder y quiso pactar la reforma del sistema sanitario, lo primero que tuvo que hacer fue convencer a los propios demócratas, porque no hay disciplina de partido y ellos les deben el voto a los que les votan. Eso hace que las formas de entender la política sean muy distintas.
La hegemonía del mundo occidental puede que tenga los días contados, si se tiene en cuenta que dos países asiáticos en pleno desarrollo (China e India) tienen más población que toda Europa y EE UU juntos. ¿Nos espera un cambio cultural radical, en el que se impondrán algunos usos y costumbres orientales o el mundo ya ha llegado a un eclecticismo cultural que nos va a librar de esos sobresaltos?
JV.– Yo creo que el tamaño de la población no es el factor principal para determinar su competitividad. No lo ha sido nunca a través de la historia. Normalmente, ha sido siempre la capacidad de innovación. Y yo insisto en que, mientras EE UU y Europa sigan teniendo los grandes centros de conocimiento humano, mientras las ideas, la creatividad y la innovación sigan en estas dos regiones, poco tiene que ver el tamaño del país.
Pero China se puede convertir en la primera economía del mundo por PIB.
JV.– Si China sigue invirtiendo en innovación, sigue invirtiendo en gente, por supuesto que puede ocurrir. Pero soy optimista. Yo creo que, a largo plazo, tanto China como India van a tomar las medidas correctas y a seguir apostando no solo por el desarrollo económico cortoplacista, el desarrollo de infraestructuras y de la inversión extranjera sino que también lo hará por el desarrollo humano. En la medida que eso ocurra serán también las grandes potencias del futuro. A corto plazo, no lo veo.
Usted también conoce perfectamente la economía y a los empresarios españoles. De hecho, su suegro es un importante empresario del sector textil, Adolfo Domínguez. ¿Por qué cree que le cuesta tanto a nuestras empresas exportar?
JV.– Yo diría que eso está cambiando. Una de las pocas cosas buenas de la crisis es que obligó a las compañías a diversificar su ámbito geográfico y salir fuera. Históricamente, España no ha sido un gran exportador porque no ha necesitado serlo, porque cuando la economía iba bien, era más fácil vender aquí; pero el mundo cada vez es más global, es más competitivo y las empresas tienen que adaptarse a la nueva realidad, y lo están haciendo. Yo soy optimista. Yo creo que España tiene una gran ventaja en Iberoamérica y en Estados Unidos que no tienen otros países. En Estados Unidos hay 50 millones de hispanoparlantes, con una serie de valores comunes. Si fuesen un país, sería el país hispano con la mayor renta per capita del mundo, más que la española. Y eso representa una gran oportunidad.
‘Yo sigo creyendo que la inmensa mayoría de la gente prefiere un Obama a un Trump, porque ha podido votar por Trump como un voto de protesta’
El mercado natural de España es Europa, por proximidad, porque no hay barreras internas, porque es mucho más fácil vender en Alemania para un español que en la India o China, o incluso en Latinoamérica, pero sí creo que Latinoamérica es una gran oportunidad para diversificar.
Los españoles no imaginábamos un presidente norteamericano de raza negra. Quizá tampoco lo esperaban los propios norteamericanos en varias décadas. ¿Cree usted que EE UU nos deparará muchas otras sorpresas en los próximos años?
JV.– Yo creo que sí. Al igual que fue una gran sorpresa que ganara Obama, fue una gran sorpresa que ganara Trump. Obviamente yo no son un fan de ese señor, ni mucho menos, pero sí creo que es un sistema democrático basado en la meritocracia. Yo puedo no estar de acuerdo con el señor Trump, y no lo estoy, pero lo cierto es que ganó las elecciones.
A mí me llena de ilusión ver lo que está pasando en España, que los partidos están realizando primarias, porque el sistema político tiene que ser más democrático, más transparente y más participativo y eso se consigue haciendo que más gente entre en ese sistema. Lo que no puede ser es que cada vez más jóvenes en Europa o en EE UU vean la política como algo que les queda lejos, con lo que no tienen absolutamente nada que ver. Eso es un error cultural, algo que se tiene que cambiar desde abajo, desde la educación.
El mundo solo se puede cambiar con las armas y con los votos. Ojalá nos hayamos olvidado ya de las armas. Por tanto, si quieres cambiar las cosas tienes que conseguir que la gente vuelva a creer en la política como algo positivo, como algo constructivo. Eso significa que la gente vuelva a involucrarse, desde la asociación de vecinos de su edificio o presentándose a unas elecciones. Lo único que no vale es la apatía política. Por eso, sí creo que EE UU seguirá dando sorpresas.
Pero tanto si el sistema político es más abierto como si es más cerrado, se están produciendo resultados sorprendentes en las elecciones y en los referendos que se celebran en los últimos años. El voto antisistema de mucha gente está cambiando todos los escenarios. Es como si se estuviese produciendo una rebelión interna.
JV.– Es una realidad que está cambiando el panorama político, y no necesariamente para mal. Lo único que espero es que no volvamos al estado anterior de complacencia y conformismo. La gente está cabreada y con razón, y por eso digo que me llena de ilusión que haya una mayor participación ciudadana, que la gente esté dispuesta a penalizar o a recompensar a los políticos que actúan de una forma distinta.
Es extraño que durante el mandato de Obama en EE UU todas las acciones públicas y privadas fueran dirigidas por el principio de la máxima corrección política y esa misma sociedad parezca estar aceptando con naturalidad la máxima incorrección política que representa Trump, con sus invectivas contra todo y contra todos. ¿Eso es un indicio de algo más preocupante?
JV.– Lo es, pero yo creo que tanto lo que pasa allí como lo qué ha pasado en España tiene ver con que la gente está cabreada con la política de toda la vida. Hay una desconexión y eso explica a Trump. Pero sigo creyendo que la inmensa mayoría de la gente prefiere a un Obama a un Trump, porque ha podido votar por Trump como un voto de protesta, pero si aparece mañana alguien con una voz fresca, que tenga sentido común, que tenga lógica, va a preferir esa opción. Quiero pensarlo. Me niego rotundamente a pensar que el 51% de la población estadounidense sea racista, xenófoba, sexista y que se ajuste a los valores e ideales de Donald Trump. Sin embargo, votaron por él. ¿Por qué? Porque en algunas cosas se identifican, y están dispuestas a cerrar los ojos con las otras. Porque representaba un cambio. Lo que tenemos que esperar es que los demás también representen un cambio, para que haya una alternativa más cabal.
¿Todo esto no puede ser el resultado de que la gente vive peor que antes?
JV.– Es absolutamente por eso. ¿Pero por qué ocurre? Pues porque hay un distanciamiento económico entre el 1% de la población y el otro 99% y la clase media se ve cada vez más afectada. Y en la medida que la gente se involucre más, van a exigir cambios que protejan a ese segmento de población.
Yo creo que Donald Trump tiene los pies cortos, porque todas las medidas que ha tomado desde que llegó al poder afectan de manera negativa a la clase media y a la clase pobre. Independientemente de su retórica, lo que está haciendo le va a ir peor a toda esta población. Ha hecho una reforma fiscal que beneficia al 1% de la población y que claramente perjudica a la gente pobre y a la clase media. Prácticamente ha destruido el sistema de sanidad público que había implantado Obama, lo que tiene un impacto directo en la gente pobre. Y yo espero que toda esta gente que se está viendo afectada negativamente no vaya a votar por él de nuevo.
Pero por ahora no ha perdido gran predicamento…
JV.– Yo creo que se ha fortalecido entre sus bases pero no cuenta con la popularidad ni la legitimidad que le darían otra vez la presidencia de Estados Unidos. Las últimas encuestas le dan un 34% de popularidad, y la inmensa mayoría de los norteamericanos no votaron por él, si sumamos los que votaron demócrata y los que no votaron. ¿Que puede ganar las elecciones? No cabe la menor duda pero yo estoy convencido de que este tipo de políticas populistas a largo plazo no llevan a ningún sitio. Mira Venezuela.
¿Le han sorprendido todos los acontecimientos que se han producido en España en los dos últimos meses?
JV.– Por supuesto, pero es una señal de los tiempos que vivimos.
La web de su Fundación, dedicada a la formación de una red global de jóvenes profesionales, dice que “enseñamos a líderes”, pero da la sensación de que los líderes ahora surgen de una manera más imprevisible que nunca. ¿Se ha aburrido la ciudadanía de los líderes ‘enseñados’?
JV.– Creo que eso es bueno. Los políticos tradicionales no pueden esperar que las cosas cambien si siguen haciendo lo mismo. Los políticos tienen que escuchar más. Tienen que creer en la sociedad civil y fomentarla. Y los líderes van a venir de ahí, van a venir de cualquier parte, y eso no es malo.