Los falsos axiomas de los nuevos límites de velocidad en ciudad. Por M. Á. Pedrajo

En los últimos días estamos asistiendo a numerosas declaraciones al respecto de la entrada en vigor de los nuevos límites de velocidad en las vías urbanas y travesías de toda España. El asunto me causa perplejidad, pues las autoridades competentes en materia de tráfico nos presentan como axiomas argumentos que en realidad son falacias.

Nos dicen, en concreto, que los nuevos límites se reducen del actual de 50 km/h a 30 o a 20 km/h, según que la calle sea de un solo carril por sentido o sin diferencia entre calzada y acera (plataforma única) respectivamente. Esto significa que más del 80% de las calles verán reducido su límite de velocidad.

Las razones y los efectos de esta reducción son, según nos “venden” los impulsores y defensores de esta medida, los siguientes:

  • Reducir la velocidad de 50 km/h a 30 km/h disminuye cinco veces el riesgo de fallecer debido a un atropello.
  • Se reduce a la mitad el ruido ambiental.
  • Se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero (CO2).
  • Se reducen las emisiones de NOx y otros gases contaminantes.
  • Se reducen las emisiones de partículas.
  • El comercio local se verá beneficiado.

De todas estas razones, la única que podría tener cierto sentido en determinadas circunstancias es la primera, pues resulta evidente que un atropello puede tener mayores consecuencias cuanto mayor sea la velocidad del vehículo en el momento del impacto, dado que todos somos conscientes de la impenetrabilidad de los cuerpos. Pero no es menos cierto que actualmente no conducimos el coche de Los Picapiedra, que los vehículos actuales disponen de elementos de seguridad activa y pasiva impensables cuando conducíamos los SEAT 600 o los CITROËN 2CV.

En cualquier caso, considero que un sistema de “café para todos”, como este, es un disparate, pues las condiciones de una misma calle varían en cada tramo, cada día de la semana y a cada hora del día, al igual que ocurre con las vías de alta capacidad (autovías), las cuales no tienen en toda su longitud el mismo límite de velocidad, sino que este se ajusta y se adapta a cada tramo en función de las circunstancias concretas del mismo. En consecuencia, resulta evidente que esta imposición general no es la mejor posible para conseguir los objetivos pretendidos de reducir la siniestralidad y sus consecuencias.

Y hasta aquí todas las posibles dudas acerca de la irracionalidad de esta medida, pues el resto de las razones y argumentos son, simple y llanamente, FALACES.

Por razones profesionales, llevo décadas comprobando que, en el rango de velocidades que estamos hablando, las consecuencias de esa reducción de velocidad sobre la emisión de ruido, CO2 y resto de gases de escape y partículas, son justamente las contrarias, pues se dobla (como mínimo) el consumo de combustible y empeoran notablemente las condiciones de combustión interna del motor, lo que propicia la generación de inquemados, es decir, las temidas partículas (esta es la razón fundamental por la que los filtros de partículas se estropean cuando se circula mayoritariamente por ciudad, a bajas velocidades).

Sí es cierto que a partir de la velocidad mínima a la que un vehículo puede circular llevando engranada en su caja de cambios la marcha más larga (generalmente la 6ª, cuya velocidad mínima posible es mayor de 50 km/h) a mayor velocidad mayor consumo, y que a grandes velocidades el consumo empeora más aún debido a la incidencia de la aerodinámica, pero a bajas velocidades no es así.

Y esto no lo digo yo. Lo repiten hasta la saciedad todos los manuales de conducción eficiente editados por las mismas autoridades que ahora imponen esta rebaja de los límites de velocidad en vías urbanas y travesías.

Por todo ello, lo único que van a conseguir estas reducciones de velocidad (si realmente se cumplen, pues para circular a menos de 20 km/h hay que llevar engranada la 1ª marcha, y no creo que nadie circule así) es que la mayoría de los que no vivimos en el centro de las ciudades y todavía somos fieles clientes de su comercio local cambiemos los hábitos de consumo y dejemos de comprar allí, con lo que tampoco será cierto que el comercio local resulte beneficiado. De consumarse este disparate, lo que realmente ocurrirá es que, efectivamente, los comerciantes y sus empleados tendrán más tiempo y más espacio para salir a la puerta de su tienda a tomar el sol, pues no tendrán clientes (o acaso creen que van a vivir con lo que les compren los vecinos de la manzana que todavía no se vayan a los centros comerciales o a comprar por internet). Y, por supuesto, también habrá más espacio para las kilométricas colas del hambre.

Pero ¿en manos de quién estamos?

 

 

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