La fiesta se convierte en un gran motor económico
Pueblos y ciudades multiplican sus eventos en una guerra por atraer a los turistas hacia los negocios locales
La geografía nacional se ha llenado durante el mes de agosto de fiestas de supuesta raigambre secular que, en realidad, han sido inventadas hace unas pocas décadas. ¿Por qué tanto empeño en tener fiestas de toda la vida, cuanto más extravagantes en atavíos y costumbres, mejor? Simplemente, porque atraen gente. Y donde hay mucha gente, corre el dinero. En agosto, España pasa de ser una economía productiva a una economía del ocio y como cada vez vive más gente del ocio, muchos postulados teóricos tendrán que cambiar.
Al comienzo de la Transición, el presidente Adolfo Suárez estableció un nuevo calendario festivo, en el que se reducía el número de fiestas religiosas para dar cabida a las fiestas laicas y locales que deparaba la nueva realidad social, sin deteriorar el calendario laboral. El Gobierno decidió que fuese la propia Iglesia la que eligiese las tres fiestas religiosas de las que prefería desprenderse y en un primer borrador, los responsables eclesiásticos decidieron que, dentro de lo malo, una de las prescindibles –por su menor valor teológico– era la de los Reyes Magos.
Los empresarios españoles salieron en tromba. Preferían pagar esa fiesta de su bolsillo que quitarla del calendario, y no es que fuesen más papistas que el propio Papa, si no que eran conscientes de que, sin los Reyes, muchos negocios se vendrían abajo. Así que la Iglesia acabó por aceptar los Reyes a cambio de sacrificar alguno de los jueves que hasta entonces relucían más que el sol.
Es el ejemplo más claro de cómo las fiestas generan su propia economía, que puede llegar a ser mucho más importante que la de un día laborable. También lo comprobó Rajoy. Tras su primer Consejo de Ministros como presidente anunció solemnemente (fue lo único reseñable de ese encuentro) que suprimiría los puentes, trasladando a lunes o viernes los festivos que cayesen entre semana. Hubo muchos aplausos de un sector de la sociedad que cree que hay demasiadas fiestas (aunque las celebre) y pocos resultados prácticos, porque apenas se materializó en unas pocas ocasiones. Nadie le recordó nunca la promesa incumplida, ni siquiera la CEOE, en cuyo interior los intereses son muy contradictorios, ya que los puentes pueden no ser aceptados por muchas empresas industriales (aunque en sus convenios lo que se negocia son jornadas anuales) pero son una gran inyección económica para todo el sector turístico.
La realidad de una economía moderna es mucho más compleja de lo que suponen quienes únicamente valoran si hay muchas o pocas fiestas. En la antigua Roma había más de 200 y su economía era boyante, en buena parte porque los esclavos no las disfrutaban. En los tiempos actuales, la fiesta se ha convertido en la gran máquina de consumo: no se concibe una sociedad moderna sin el turismo, que en España genera casi tanto dinero como todas las exportaciones juntas, y cualquier merma en la disponibilidad de tiempo para el ocio afectaría también a otros sectores, como la venta de coches o de artículos deportivos, lo que hace muy complejo valorar el efecto económico del tiempo libre y si realmente es una carga para el sistema o una bendición.
Los ingredientes para el éxito más populares
Se esté a favor o en contra de la multiplicación de fiestas, lo cierto es que los pueblos cántabros, como los de todo el país, se han disputado este verano a los visitantes, con todo tipo de atracciones, desde unas tradiciones que no siempre son tales a actuaciones musicales de alto nivel. Y sus alcaldes son conscientes de que todo forma parte del espectáculo o de que cuanto más estrambótico resulte, más posibilidades tienen de salir en las televisiones, lo que supone más público para sucesivas ediciones. Vecinos ataviados de forma estrafalaria en honor de algún santo o virgen local, procesiones, ritos ancestrales, carrozas engalanadas, encierros y corridas de toros… Todo vale para atraer a las multitudes, especialmente si se adereza con una degustación gastronómica gratuita.
Las fiestas de interés turístico que no lo eran
En Cantabria hay un buen puñado de fiestas muy asentadas popularmente, pero media docena de ayuntamientos cántabros se llevaron el pasado año una desagradable sorpresa. Ni el Coso Blanco de Castro Urdiales; ni La Folía, de San Vicente de la Barquera; ni el Día de Campoo, de Reinosa; ni la Gala Floral de Torrelavega; ni el Carnaval de Santoña; ni siquiera el Día de Cantabria, en Cabezón de la Sal, son fiestas de interés turístico nacional, a pesar de lo que creían y pregonaban en su publicidad. Se supo cuando un periodista descubrió que, según los datos oficiales del Ministerio de Industria y Turismo, en Cantabria solo están reconocidas como tales las Guerras Cántabras, de Los Corrales (desde el 19 de agosto de 2008); el Auto Sacramental y Cabalgata de Reyes de Santillana del Mar (2009); la Vijanera de Silió-Molledo ( 2009); la Batalla de Flores de Laredo (2011); la Pasión Viviente, de Castro (2012); y la Fiesta del Orujo, en Potes (2012). Ninguna más.
La calificación de interés turístico, surgida en 1967 cuando Fraga era ministro del ramo, se modificó en 1987 para establecer dos categorías (fiestas de interés turístico nacional y de interés turístico internacional) lo que obligaba a los ayuntamientos a tramitar de nuevo la solicitud para encuadrarse en una de ellas, pero muchos secretarios municipales no estuvieron atentos para avisar a sus alcaldes y para hacer las gestiones pertinentes.
Después del sofocón, y con treinta años de retraso, los ayuntamientos afectados lo están intentando regularizar sus fiestas, pero las circunstancias han cambiado. La ley les obliga a acreditar ese interés turístico a través de varias vías y una de ellas es la existencia de reseñas en varios medios de comunicación de difusión nacional. Los alcaldes se están esforzando por conseguir que esos eventos aparezcan en las páginas de los grandes periódicos o en programas nacionales de televisión pero ahora la competencia es muy fuerte, porque ha aparecido una miriada de festejos por todo el país que cada región y cada provincia también quieren divulgar. Las carrozas de papel, que antaño encontraban con facilidad un hueco en la vacía programación televisiva de agosto, ahora tienen que competir a brazo partido con un creciente número de tradiciones insólitas (reales o inventadas) que resultan más mediáticas.
Los nuevos eventos
A la vez, aparecen nuevos eventos de masas, a veces por el empeño de particulares anónimos, como ha ocurrido con Los 10.000 del Soplao, creado por el empresario local Jesús Maestegui, o con Las Guerras Cántabras, que desplazan en interés a las fiestas tradicionales. Una muestra de su tirón y del efecto económico que generan es el premio de los hosteleros cántabros al creador de Los 10.000 del Soplao, que por sí solo llena la mitad de los establecimientos de hospedaje de la región en unas fechas de temporada baja en las que esas habitaciones no hubiesen tenido ninguna otra salida.
No hay estudios sobre lo que representa económicamente esta prueba deportiva que atrae a miles de competidores de todo el país, como tampoco se puede saber cuánto negocio movilizan las Guerras Cántabras, en las que participan miles de personas de forma directa o indirecta. Sí se empiezan a conocer, en cambio, los efectos de algunas otras actividades recreativas, como las vinculadas a las verbenas y actuaciones musicales promovidas por los ayuntamientos. Una inspección de Hacienda ha puesto de relieve que el principal representante de las grandes orquestas musicales que amenizan las fiestas de casi todo el Noroeste español no facturó los cuatro millones de euros que declaraba en los ejercicios de 2011 y 2012, sino casi 50, lo que quiere decir que ni en plena crisis se bajaron los presupuestos municipales para fiestas. Unas cantidades a la altura de los grandes astros musicales del planeta y que, ayuntamiento a ayuntamiento van sumando estos promotores artísticos con una corte de orquestas y camiones espectáculo digna de las grandes superproducciones. Es obvio que ningún organismo público pagaría estos espectáculos año tras año de no existir un retorno económico para la economía local al menos equivalente a consecuencia de la atracción de grandes masas de público.
En Cantabria, no obstante, los ayuntamientos ponen más imaginación que dinero y se valen de una trama social muy implicada, a través de peñas y comisiones organizadoras, que aportan el esfuerzo y su ánimo festero. Para todos ellos, la remuneración es el éxito popular de la fiesta. La caja queda para los hosteleros, que también han aportado su granito de arena a los festejos, con la incorporación de la Feria de Día y sus casetas, pero el éxito que tuvieron inicialmente se va apagando. Este año hubo que reducir el número de emplazamientos, ante la escasez de concurrentes. Una situación muy distinta a la que se daba en las primeras ediciones, cuando no era posible dar cabida a tantos como querían tener una caseta.
Aún se ‘hace el agosto’
La hostelería es más experta en sacar el jugo a las fiestas ajenas y aunque la expresión ‘hacer el agosto’ cada vez tiene menos vigencia, los dos meses de verano (y especialmente las semanas de fiestas del 25 de julio al 15 de agosto) siguen aportando el grueso de su facturación. De los 2,7 millones de pernoctaciones que registraron los hoteles cántabros el pasado año, un millón exacto tuvieron lugar entre julio y agosto, el 37%. En realidad, los ingresos reales de ese bimestre superan el 50% del los obtenidos en todo el año si tenemos en cuenta que la tarifa media de una habitación en julio de 2017 fue de 85 euros y de 96 en agosto, cuando en el resto del año los precios se movieron en torno a los 60 euros, según los datos del INE. Restaurantes y cafeterías también tienen una concentración de ingresos parecida y encuentran en la fiesta su mejor aliado, por mucha competencia que surja alrededor, incluida la de los promotores de conciertos, que cada vez ponen más empeño en conseguir que los consumos de los miles de asistentes se hagan dentro de los recintos, en los establecimientos que ellos mismos explotan.
Todo ello da lugar a que la hostelería gane puntos en el PIB regional y español año tras año, un reflejo de la importancia que ha adquirido la economía del ocio y de que las fiestas también pueden ser un motor económico.
Los ayuntamientos gastan, los hosteleros hacen caja
Los ayuntamientos gastan mucho dinero en las fiestas, aunque no es fácil de calcularlo con exactitud, porque figura repartido por diferentes partidas de sus presupuestos. No obstante, casi nunca hay polémica política al respecto, a excepción de la subvención que anualmente concede la capital cántabra a su feria taurina (que se ha rebajado a 100.000 euros al año), donde chocan las ideas de los concejales más aficionados a esta fiesta con las de aquellos otros que no son partidarios de mantenerla con dinero público.
En concreto, el Ayuntamiento de Santander tiene un presupuesto para festejos y dinamización social de 460.000 euros, pero en otras partidas se recogen 70.000 euros para fiestas en los barrios, 150.000 en arrendamientos de templetes y los 500.000 euros de subvención al FIS que se pueden considerar un incentivo para el turismo, como los 897.000 euros al año que le cuesta la limpieza de las playas o los 397.000 del servicio de socorrismo. Pero nada de esto es comparable a los más de 1,7 millones de euros que se gasta cada año en la banda de música.
Por su consolidación, año tras año, parece obvio que estas políticas municipales de festejos tienen el respaldo de la mayoría de la población, especialmente entre quienes las disfrutan, aunque hay otros beneficiarios de la inversión pública que la materializan de una forma más directa, los hosteleros, que harán más o menos caja en función de lo festero que sea el municipio. Una evidencia es su acendrada defensa de la Feria taurina de Santiago, que contribuye a llenar los hoteles de la ciudad, y atrae a un público con un poder adquisitivo muy superior al del resto del año.