Los hosteleros salvan los muebles gracias al turismo nacional
Cantabria es de las comunidades donde menos ha caído el PIB tras la desescalada, algo que está relacionado con un modelo turístico basado en el cliente nacional. Entre confinamientos, limitaciones de aforo y temores de la clientela, el sector de la hostelería da por perdido el 50% de la facturación anual, pero está satisfecho del verano, a la vista de lo que ocurre en otros lugares. En Santander no se alcanzará la plena ocupación en agosto pero sí en el resto de la región, siempre que los brotes de Covid no obliguen a tomar medidas sanitarias más drásticas.
En junio, último mes del que hay datos cerrados, los hoteles de Cantabria tuvieron el doble de alojados que las islas Canarias y casi tantos como Baleares. Lo normal es que la proporción sea de 1 a 7 y 1 a 10, por supuesto en favor de los isleños. Eso no quiere decir que llegase un aluvión de viajeros a la región. Apenas fueron 20.000, pero ellos sufrieron el absoluto desplome del turismo internacional a consecuencia del Covid, mucho más de lo que temían los hosteleros hace dos meses, cuando la desescalada y la autorización para reabrir les hacía concebir esperanzas de que, a medida que pasasen las semanas, la situación se iría normalizando.
Los rebrotes, que han ahuyentado al turismo extranjero, lo han impedido. Cantabria salva el tipo mejor que la mayoría de las comunidades, porque sus visitantes son, en un 80%, españoles. Eso no evita que haya muchos establecimientos que siguen manteniendo a parte de sus trabajadores en ERTE, algo inimaginable en lo más alto de la temporada, y alguno de ellos cerrará definitivamente al concluir septiembre. Solo funcionan a plena satisfacción las terrazas y los pueblos y el gasto medio por visitante ha disminuido. Son más baratos los hoteles; menos concurridos los restaurantes y casi olvidados los locales de ocio nocturno.
El Covid ha cambiado el comportamiento de los turistas, que además de venir en mucha menor proporción, están gastando un 40% menos por persona que el año pasado. En el norte no se ha notado tanto ese efecto, pero en Madrid ese gasto por visitante ha caído nada menos que un 55,7% (en parte por la ausencia de asiáticos y rusos, que son los más proclives a las compras suntuarias) y en Cataluña el 56,1%.
En Cantabria se nota la ausencia de la importante colonia mexicana vinculada a la región, pero el efecto en la caída del gasto por visitante ha sido moderada. El temor a la enfermedad ha impulsado las vacaciones rurales, que implican menos desembolsos, y los hosteleros de la capital, asustados por las escasas reservas que tenían a comienzos de temporada han bajado precios. Ni siquiera así han conseguido superar el 70% de ocupación en la primera semana de agosto, cuando otros años estaba garantizado el lleno absoluto. En cambio, Liérganes, Santillana del Mar, Potes o Ampuero han tenido que rechazar clientes, que han llegado en tropel buscando la seguridad sanitaria que se presume mayor en el medio rural. Es un cambio de papeles en toda regla, porque las ocupaciones tradicionalmente son más altas en la capital.
MUCHOS MENOS TRABAJADORES.– El turismo sigue siendo estacional y los establecimientos suelen tener grandes fluctuaciones en las plantillas. Por ese motivo, uno de los índices más fiables para valorar la situación del sector es el número de personas que tiene ocupadas en cada momento. A finales de junio (los últimos datos publicados) estaban trabajando 13.896 personas en la hostelería cántabra, frente a las 23.600 que había en la misma fecha del año pasado, casi 10.000 personas menos. Una fortísima caída del 42% que afecta sobre todo a los temporeros.
En otras condiciones, los hosteleros se hubiesen quejado amargamente del 15% que han caído sus ingresos en julio y de los muchos meses que llevaban sin facturar hasta entonces pero, a la vista de los bajísimos índices de ocupación que sufren otras regiones más enfocadas al turista extranjero de sol y playa, no dudan en manifestarse “encantados” sobre todo si agosto se mantiene igual, en palabras del presidente de la Asociación de Hostelería, Ángel Cuevas.
Las quejas se concentran en el ocio nocturno, porque las discotecas están cerradas y los pubs sostienen que el nuevo concepto del “tardeo” no aporta ingresos suficientes para mantener el negocio.
En realidad, los locales que trabajan la noche ya se estaban convirtiendo en rara avis, por un progresivo cambio de hábitos en la clientela, pero el efecto económico que inducen es muy importante, en opinión de Cuevas, “porque una parte de los turistas eligen su destino en función de la vida nocturna del lugar, y eso repercute en todos”.
El nuevo cambio de costumbres impuesto por las medidas sanitarias contra el Covid está penalizando mucho más a los establecimientos que no pueden trasladar su actividad al exterior y la Asociación de Hostelería sigue insistiendo en la necesidad de que los ERTEs se prolonguen hasta diciembre, que se les aplique un IVA superreducido y que se cree una línea de microcréditos para sostener muchos de los negocios hasta que vuelva la normalidad. Y es que, en general, la mayoría de los empresarios se conforman con que pase rápido este 2020 y olvidarse de él cuanto antes.
El auténtico negocio turístico está en la educación
Tanto las autoridades como los hosteleros buscan captar el turista de alto poder adquisitivo y, en general, aquellos que realizan un gasto diario más elevado, entre los que citan, inevitablemente, a quienes vienen por motivos profesionales a congresos o por viajes de empresa. En cambio, si lo que buscamos son los visitantes que más gastan en España no son ellos, sino los estudiantes.
Por permanecer más tiempo en el país; por tener que pagar matrículas caras o un alojamiento durante meses, el extranjero que más dinero deja en España, con mucha diferencia, es el que viene por estudios, con 3.064 euros de media el año pasado, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. A continuación están quienes vienen a hacerse algún tratamiento de salud (1.568 euros) y, sorprendentemente, quienes vienen a peregrinaciones o por otros motivos religiosos (1.212 euros), quizá porque sus estancias son más largas que la media.
A continuación aparecen (ahí sí), los asistentes a ferias y congresos, que se gastan en pocos días 1.371 euros por persona, y los que vienen por motivos profesionales (1.119), prácticamente lo mismo que el turista que quiere asegurarse el sol y playa (1.120) que, curiosamente, gasta más que el visitante que llega interesado por la cultura (1.061 euros).
Quienes menos gastan son los que acuden a una prueba deportiva (948 euros) ,probablemente porque su estancia suele ser breve y necesitan concentrase en aquello que les ha movido a venir.
A tenor de estos datos, resulta evidente el interés económico que tiene para España sacar provecho del turismo educativo (en Irlanda la enseñanza del inglés para extranjeros hace tiempo que es una de las industrias más lucrativas).
Dos de los centros universitarios de Cantabria, Uneatlántico y Cesine están aprovechando ya ese potencial, y cada curso aumentan el número de alumnos extranjeros matriculados que, además de pagar por la formación que reciben, necesitan alojamiento.
Unos visitantes que, además, contribuyen a la desestacionalización, porque permanecen durante el curso y esas habitaciones pueden ser destinadas al turismo de sol y playa en verano, con un aprovechamiento que difícilmente se consigue en cualquier otro modelo turístico. Esta circunstancia ya está siendo valorada por algún hotel santanderinoque podría transformarse, a partir de este verano, en residencia de estudiantes.