Negocios turísticos que se nos escapan
Cruceristas y caravanistas dejan más visibilidad que rentabilidad
Cuando todos los establecimientos turísticos se llenan no parece que haya mucho que mejorar en política turística, pero lo cierto es que Cantabria tiene mucho que aprender en la explotación de los nuevos nichos de mercado, que son también los que más crecen: los cruceros, las autocaravanas y los alojamientos de particulares. No solo se deja escapar un negocio cierto (visitantes que pasan por la región pero no generan el gasto que se supone) sino que se originan situaciones conflictivas, como el aparcamiento irregular de las autocaravanas por toda la costa.
Al organizar un encuentro con los responsables de media docena de navieras de cruceros hace algún tiempo, el puerto de Santander pretendía aumentar sensiblemente las escalas de estos barcos, que no le aportan grandes números para sus estadísticas pero sí suponen, aparentemente, una inyección económica para la ciudad. Uno de los ejecutivos recordó que el último de los barcos llegados, el ‘Britannia’ –un gigante con 4.000 pasajeros y 1.400 tripulantes– llevaba a bordo, según la estadística que manejan estas navieras, más 80 nacionalidades distintas.
–“Cuantos guías tienen ustedes que hablen alemán? ¿y que hablen ruso? ¿y chino…”. Nadie pudo garantizarle que en Santander se pudiese atender en su idioma a buena parte de los pasajeros que llevan sus barcos. Tampoco, el disponer de más allá de ocho o diez actividades esperando a quienes desembarcasen en ese día de escala, algo que es vital para el modelo de negocio de las navieras, puesto que ingresan una comisión por cada excursión o actividad en tierra y porque cuanto más tiempo esté ese pasajero fuera menos consume a bordo.
La decisión de cualquier compañía de cruceros al establecer una escala no tiene que ver exclusivamente con los atractivos turísticos del lugar. Ha de encajar un auténtico puzle, en el que se conjugan las rutas más vendidas (los gustos de los pasajeros) con la temporada (los barcos suelen cambiar de mares dos veces al año, en función de las estaciones) o una distancia de navegación adecuada dentro de la ruta, para que los saltos coincidan con la conveniencia de los viajeros. Y, por último, que esa escala deje dinero a la compañía.
El negocio de los cruceros es solo incipiente en Cantabria, donde apenas hacen escala una docena al año (la pandemia cortó en seco la escalada que se inició a finales de la década pasada) pero empieza a resultar agobiante en lugares como Venecia, Barcelona o Palma, donde se discuten ardorosamente los límites de saturación, por la imposibilidad de las ciudades de acoger a los millares de turistas que salen simultáneamente de las entrañas de estos gigantes.
En cualquier caso, son ciudades con una larga tradición de cruceros y están preparadas para rentabilizarlos. Santander apenas ha empezado a hacerlo. Todavía hoy, son muy pocas las tiendas que hacen el esfuerzo de abrir para aprovechar esta clientela si uno de estos barcos hace escala en festivo. Y entre los que optan por excursiones, son muchos los que se escapan al Guggenheim bilbaíno.
El resultado es bastante pobre. A pesar de ser un turista de cierto nivel económico, genera en la región unos rendimientos muy escasos. En el puerto, ese gran barco apenas paga 4.000 euros por el atraque y la estancia de un día. Sus pasajeros no necesitan habitaciones de hotel, apenas están interesados en los restaurantes de la ciudad, salvo alguno de carácter turístico, y cada vez son menos proclives a acumular souvenirs, porque las encuestas indican que buena parte de ellos ya conocían la ciudad de alguna experiencia anterior. Por tanto, no resulta sencillo transformar su presencia en una fuente ni siquiera modesta de ingresos para la economía local.
Invasión de caravanas
Esa circunstancia se repite con otro de los modelos turísticos que triunfa, el de las autocaravanas, cuya llegada se ha multiplicado desde la pandemia. Crecen los vehículos pero no los lugares donde pueden pernoctar, y su presencia acaba resultando conflictiva y poco rentable, salvo para los fabricantes y arrendadores de estos vehículos, porque casi todo lo que necesitan lo tienen a bordo.
Basta un dato para comprender la dimensión del problema: cuando se ha tratado de poner coto a la pernoctación de autocaravanas en el entorno de Oyambre, los agentes extendieron nada menos que 580 multas, lo que indica el auténtico mar de artilugios rodantes que conquista los campos de la zona. Es cierto que los propietarios de los terrenos ya no protestan, porque decenas de ellos han decidido abrir sus prados y hacer caja cobrando por el aparcamiento, pero ni la ley ni los servicios que se prestan permiten esas acampadas.
Algunos propietarios de los terrenos permiten pasar la noche por diez euros, pero la realidad es que ni están autorizados a hacerlo ni podrían aunque tratasen de legalizar el negocio, porque la zona forma parte de un parque natural. Curiosamente, no lejos de allí hay un área legal de caravanas que ha estado casi vacía, a pesar de que su precio no es muy superior (16 euros/noche).
Los conflictos son permanentes porque las páginas de internet que consultan los caravanistas no distinguen entre parkings legales de ilegales y, en el caso de Cantabria, la mayor parte de los lugares que sugieren para pernoctaciones gratuitas son meros aparcamientos de coches al aire libre, lo que deja claro el escaso negocio que genera este turismo.
Ni siquiera es fácil la ordenación, porque aunque estos aparcamientos no están pensados para autocaravanas, los agentes solo pueden formular denuncias si hay signos evidentes de que los ocupantes han pasado allí la noche o sacan al exterior sillas, sombrillas, mesas u otros bártulos.
Lugo ha tenido que poner un cupo a la Playa de las Catedrales, cuya popularidad se ha multiplicado desde que surgieron las redes sociales y se popularizaron los selfies: 5.000 personas al día en la temporada más alta, unas plazas que se agotan por internet con mucha antelación.
Muchas otras autonomías se plantean establecer limitaciones de acceso a algunos recursos naturales, porque cada vez es más evidente que hay destinos a punto de morir de éxito, porque sus posibilidades son limitadas (no cabe más gente) y su carácter natural o histórico no admite ampliaciones –salvo que se hagan réplicas, como ocurrió con la Cueva de Altamira– lo que no conforma a todos.
Control de los apartamentos turísticos
Si los cruceros y las autocaravanas se han convertido en sendos formatos turísticos sobre los que la región no ha conseguido establecer un modelo de negocio, aún hay otro grupo de visitantes que se escapan del circuito turístico habitual, aunque sí dejan importantes ingresos en la comunidad. Son los arrendatarios de pisos de temporada (algo que en Santander tiene una larga tradición) y los de apartamentos turísticos no declarados.
Santander ha tenido siempre una población flotante veraniega mucho más alta de la que indica su capacidad hotelera como consecuencia de las muchas personas que se alojan en casas de familiares o que alquilan un apartamento. Esa economía extrahotelera creció extraordinariamente con la llegada de las plataformas que ponen en contacto a los ofertantes con los interesados, como Airbnb, y si bien en un principio gran parte de este flujo de negocio no se declaraba a Hacienda, poco a poco las administraciones lo han metido en vereda, con la no tan desinteresada colaboración de las asociaciones de hosteleros, que han denunciado sistemáticamente a estos competidores que eluden sus obligaciones fiscales.
En la plataforma Airbnb se ofrecían este verano 485 alojamientos de Cantabria, desde casas en árboles a burbujas semitransparentes en las que se pueden ver las estrellas mientras se concilia el sueño pasando por habitaciones convencionales de una casa familiar. La variedad es casi tan infinita como la publicidad dice que es Cantabria: costa, interior, viviendas modestas, palacios completos de más de mil euros la noche…
Para los propietarios, las posibilidades de eludir el control fiscal cada vez son menores, ya que las plataformas en las que se muestran estos alojamientos han de identificar ante la Agencia Tributaria al titular, a quien actúa de anfitrión (si no es el propietario), cada uno de los huéspedes, dirección el inmueble, incluso con la referencia catastral, número de días de disfrute de la vivienda, fecha de inicio de la reserva y el importe percibido por el anfitrión. Es decir, todo, lo que ha desanimado a bastantes arrendadores ocasionales.