Tres espigones alteran el paisaje de La Magdalena para retener el arena donde nunca la hubo
La intervención dura de Costas acaba con una de las postales más bellas de la bahía
Desde los grandes dragados de la Bahía santanderina de los años 80, para conseguir una canal de 13 metros de profundidad que permitiese una navegación sin problemas hasta los nuevos muelles de Raos, la playa de La Magdalena se empezó a colmatar de arena, adquiriendo una dimensión que nunca antes había tenido. Las dragas lanzaban las arenas en la bocana de la bahía, el trayecto más barato para el contratista, que debía haberlas depositado mar adentro, y el movimiento de las mareas hizo que muchas de ellas acabaron depositadas en esa playita que mira al sur (una rareza en la región) y que dejó de ser tan pequeña desde entonces. Tanto que La Magdalena se extendió desde el mareógrafo de La Magdalena hasta el Oceanográfico, en un arenal continuo que integraba Bikinis, por un extremo, y Los Peligros, por el otro.
Fue un gran arenal surgido de la mano del hombre, como puede atestiguarse con las fotos antiguas, en las que no solo no aparece sino que se puede ver que las mareas llegaban hasta las rocas de la ladera y que en mitad de lo que hoy es Peligros había un embarcadero que quedó sepultado por las arenas.
Con el tiempo, los temporales marinos se empeñaron en volver a poner las cosas en su sitio, llevándose buena parte del arena acumulada, pero para entonces la memoria colectiva de los santanderinos ya prefería recordar esas calas con arena y no con rocas. Tanto que cada primavera los hosteleros exigían ardorosamente al Ayuntamiento de Santander la reposición inmediata del arena desaparecida antes de que llegasen los primeros visitantes de la Semana Santa. Finalmente, era la Demarcación de Costas la que se hacía cargo de las tareas y de los costes. Unos trabajos de Sísifo que suponían cada año entre 60.000 y 120.000 euros, por el acarreo del arena almacenada a la altura del Museo Marítimo hasta depositarla donde estaba solo unos meses antes.
En la anterior legislatura, y con el PP en el Gobierno, Costas decidió acabar definitivamente con el problema con la construcción de dos diques perpendiculares a la costa y uno transversal, que debían fijar el arena para siempre. Una solución muy dura paisajísticamente y costosa (2,2 millones de euros de presupuesto inicial) si se tiene en cuenta que iba a alterar para siempre uno de los lugares más característicos de la costa de Santander; que con las obras hidráulicas nunca hay garantías de que no generen problemas colaterales en otros lugares; y que la cuantía equivale a lo que hubiese costado reponer el arena durante veinte años.
El Gobierno de Cantabria, poco entusiasta del proyecto, trató de parar la actuación, alegando que no estaban bien estudiados los efectos sobre la dinámica litoral y los hábitats y especies del LIC Dunas del Puntual y Estuario del Miera. De hecho, Costas apenas había atendido a los informes que se le había pedido en 2011 y 2013. Pero el Ayuntamiento de Santander achacó esta postura a una política obstrucionista del Ejecutivo del PRC-PSOE contra la capital por el mero hecho de estar gobernada por un partido distinto. Era “un ataque a la ciudad y a los santanderinos”, según afirmaba tajante el entonces alcalde Íñigo de la Serna.
Tras una refriega de muchos meses, el Gobierno regional acabó por ceder y Costas, cuyo primer informe sobre las repercusiones de la obra apenas tenía unos párrafos de longitud, pudo ver cumplidos sus propósitos. La obra por fin tenía el camino despejado y fue adjudicada por 1,4 millones a la empresa Becsa, que debía construir un primer espigón frente al balneario de La Magdalena, con dos alineaciones, una sobre los restos del pantalán previo, con una longitud de 130 metros, y un remate de 65 metros paralelo a la costa; y dos espigones adyacentes al Promontorio de San Martín, uno que sigue la alineación del muelle y otro perpendicular.
No los hará Becsa, que renunció al contrato, sino la empresa pública Tragsa, que ha tenido que recoger la encomienda y también está obligada a hacer un dique sumergido de 75 metros en Peligros, a partir del punto de unión de los dos espigones de San Martín. Unas actuaciones que la propia la Dirección General de la Sostenibilidad de la Costa del Ministerio promotor del proyecto reconoce que resultarán «muy llamativas paisajísticamente».
Parece evidente que así será, ya que el muro principal, que en bajamar sobresaldrá casi siete metros sobre la lámina del agua, va a ser un enorme e inesperado obstáculo visual para los usuarios de La Magdalena que, por el momento, no parecen muy conscientes del impacto real de la obra. Es ahora, con los primeros aportes de materiales, cuando empieza a surgir un movimiento crítico en la ciudadanía, que puede hacer que el proyecto se vuelva en contra del Ayuntamiento, como ha ocurrido con el Metro Tus.
Además de la gran afección paisajística, que va a cambiar por completo las vistas a pie de playa, y no poco las que se contemplan desde Reina Victoria, la obra acaba con el fondeadero de La Magdalena, donde reposaban barcas y yates, y con el campo de prácticas con que contaban los niños de 6-8 años que se inician en el deporte de la vela, y que practicaban con sus optimist entre la Isla de la Torre y La Magdalena, alejados del tráfico de buques y de las corrientes de la Bahía.