Vietnam, el nuevo tigre asiático
El país indochino crece a un ritmo del 7%, es más competitivo que China y ha unido a sus tradicionales exportaciones agrícolas las tecnológicas
Después de que los primeros tigres (Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong) dieran el gran salto hacia adelante en el último cuarto del siglo pasado, le ha llegado el turno a Vietnam, y su salto es aún mayor, pues lo da desde el comunismo hacia el sistema capitalista y la revolución industrial digital.
Vietnam ya se convirtió en 2014 el principal exportador a Estados Unidos de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático y, según el Indice de Competitividad Manufacturera Global, en 2016 ya estaba entre los vente países más competitivos del mundo, con perspectiva de mejorar su posición en el futuro próximo.
Con una población de 92 millones de habitantes, de los cuales el 24% tiene menos de 15 años y un 43% menos de 25, y con una extensión de 300.000 kilómetros cuadrados (equivalente a Alemania), este país, que fue un símbolo de la resistencia al colonialismo, es, 40 años después, la economía de más rápido crecimiento del mundo. En 2016 el Producto Interno Bruto creció cerca del 6%, con una proyección del 7% para 2017, unas tasas muy superiores, incluso, a la media estimada del 4,5% para los miembros de ASEAN (Malasia, Indonesia, Brunei, Camboya, Laos, Birmania, Tailandia Singapur y Filipinas).
Tras lograr inesperadamente que EEUU doblara la rodilla en 1975, Vietnam se mantuvo en el comunismo y su economía tardó en despegar. Para lograrlo usó su propia versión de la perestroika, una política llamada Doi Moiy, con la que emprendía el camino a la teóricamente imposible economía comunista de mercado. Ahora Vietnam se ha convertido en un paraíso, pero un paraíso para la inversión capitalista, y un modelo de lo que va a ser la cuarta revolución industrial.
Aunque la economía de esta región de la Indochina se ha basado en las materias primas y en fabricaciones con mucha mano de obra, el país se dirige ahora hacia productos con mayor valor añadido, como los teléfonos móviles y otros aparatos electrónicos. También ha diversificado su base exportadora, que antes consistía en café, té, arroz, zapatos y ropa. Ahora incluye el ensamblaje de piezas de ordenador y se ha convertido en la principal base mundial del fabricante japonés de impresoras Kyocera.
Coste laboral, educación e inversión extranjera
El coste laboral de los vietnamitas es la mitad del que tienen los trabajadores chinos, un país que ya solo es un 4% más barato que EEUU (una vez ajustada la productividad) tras una rápida subida de los salarios. China, como Turquía, tiene un coste en torno a los 6 euros por hora trabajada. En Europa, Bulgaria lo tiene más bajo (3,40 euros) y en Ucrania solo es de 1,78 euros. España está en otra liga y su coste es de 22,7 euros por hora trabajada.
En las escuelas de educación primaria vietnamitas el nivel de conocimiento en informática de los alumnos es avanzado; tienen como base el inglés y se da prioridad al aprendizaje de programación. En la Universidad se imparten más de 400 programas de tecnologías de la información. Unas circunstancias que pueden justificar el que, en 2014, la CNN calificase a Ho Chi Minh City (la antigua Saigon) como la mejor ciudad emergente para crear una start up tecnológica.
Como los salarios en el sector de las tecnologías de las información son un 50% más bajos que en Europa del Este, un 40% más que en China y un 30% que en la India, la industria de la programación es floreciente y mueve en Vietnam 2.500 millones de dólares al año, después de crecer a tasas anuales superiores al 20% en la última década. Los equipamientos en este terreno están a niveles occidentales. Por cada 100 personas, hay 131 líneas de telefonía móvil, 41 usuarios de Internet y 36 usuarios de smartphone, lo que casi triplica a la India, considerada un país vanguardista en las tecnologías de la información.
Y no es el final, sino el principio. Samsung ha anunciado que invertirá en el país 20.000 millones de dólares en energía e infraestructuras. Durante el primer semestre de 2017, las entradas de capital aumentaron un 54,8% respecto al mismo período del año anterior. La mitad iba dirigido a la industria de procesamiento y manufacturera. El resto iba a la producción y distribución eléctrica y la minería. El principal inversor extranjero fue Japón, por delante de Corea del Sur y de Singapur.
A pesar de su contradictorio sistema político, el país ofrece estabilidad y garantía para estos inversores. La agencia Moody’s ha calificado a Vietnam como B1 con perspectiva positiva, y ha mostrado su confianza en que la llegada de inversión extranjera directa siga contribuyendo al desarrollo económico del país.
Las multinacionales ya controlan buena parte de las importaciones y el 72% de todas las ventas de Vietnam en el exterior, lo que indica hasta qué punto es relevante este desembarco internacional en el país, donde el fantasma de la guerra que lo asoló durante buena parte del siglo XX parece completamente olvidado. Y es que la economía boyante puede con todo. Un país que apenas tiene un presupuesto anual de 15.000 millones de dólares, consigue un superávit comercial de 17.600.
Sigue sin ser el paraíso
No obstante, no todo es positivo en este estado asiático, que adolece de un sistema bancario con baja capitalización y tiene problemas para cumplir con la devolución de los préstamos, lo que además de generar algunas incertidumbres puede ser un importante obstáculo al crecimiento futuro, ya que la recuperación de la demanda interna desde 2015 ha dependido del rápido crecimiento del crédito.
Tampoco es un ejemplo de eficacia pública. Según el ranking Doing Business Vietnam 2015 del Banco Mundial, es uno de los peores países en la gestión del pago de impuestos. El principal problema es la falta de coherencia y visión a largo plazo de las medidas del Gobierno, lo que se acaba convirtiendo en el ambiente perfecto para la corrupción de la Administración y del sistema judicial. Esto se refleja en la mala situación del país dentro del ranking de transparencia frente a la corrupción de Transparency International, donde ha bajado al puesto 119º.
Lo peor para la población es que todavía quedan restos de la guerra, pues se calcula que el 10% de bombas que EEUU lanzó sobre Vietnam, Camboya y Laos no estalló y esas son muchas bombas si se tiene en cuenta que 800.000 toneladas acabaron en los arrozales, en la selva o los ríos. Un 30% de la superficie del país está todavía sembrada de bombas y desde el final de la guerra, más de 100.000 personas han muerto o han resultado heridas por restos de explosivos. En 1975 se estimó que había una media de siete toneladas de bombas activas por kilómetro cuadrado y la mayoría siguen ahí.
Juan Carlos Barros