Jimmy Barnatán: ‘Me gusta observar la vida lenta de Santander’
Es difícil encorsetar a Jimmy Barnatán en una sola faceta profesional, ciudad o proyecto. Su impulso creativo le empujó desde pequeño hacia la interpretación, la música o la literatura y razones familiares le llevaron a vivir a medio camino entre Santander, Madrid y Nueva York. Fue el niño en ‘Los Miserables’ y el macarrilla de ‘Los Serrano’, pero también es el cantante de blues, el escritor valiente y el reflexivo autor de documentales sobre Las Urdes o el Racing de Santander, el equipo de sus amores. Hijo de los escritores Marcos Ricardo Barnatán y Rosa Pereda; y nieto del también artista polifacético Manuel Pereda de la Reguera, viene a Santander siempre que puede para encontrar la belleza en la observación de lo cotidiano.
P.- Es actor, cantante, ha escrito libros y rodado documentales, pero para muchos de nosotros siempre será el inolvidable Chucky de ‘Los Serrano’.
R.- Es que esa serie marcó un antes y un después en mi vida y en la historia de la televisión. Es cierto que en aquella época había menos canales, pero aun así fue un fenómeno que hoy en día sigue vivo porque trataba temas transversales. Ahora no se podrían hacer series así. Hemos ganado en ética, pero hemos salido perdiendo porque la comedia tiene que ser incorrección. El humor no puede tener límites.
P.- Fue usted muy precoz porque para entonces ya había hecho muchas incursiones en el mundo del espectáculo…
R.- Empecé con solo once años en ‘Los Miserables’ y después estuve con Fernando Trueba en “El peor programa de la semana”, donde hice una gran amistad con Santiago Segura y con el gran elenco de actores y humoristas que lo formaban, como Ramón Barea, Moncho Alpuente, Pablo Carbonell… Yo era un crío bajito y repipi, un redicho. Pero, aunque hagas otros trabajos, la tele es lo que te da mayor proyección y con ‘Los Serrano’ llegamos a alcanzar un 49% de share, más que la final de la Copa del Mundo de fútbol.
P.- ¿En que momento de su trayectoria se encuentra ahora?
R-. Razonablemente feliz tanto en lo personal como en lo profesional. Estoy con la gira de mi primer disco en solitario ‘El Americano’ y llevando el ‘Bar Natán’ por distintas ciudades, como Pamplona, junto a “El Drogas”, o Santander, donde estuve con Nando Agüeros en La Caseta de Bombas. Me pareció un acierto el lugar y la conexión que tuve con su propietario, Carlos Zamora, al que considero un visionario. A mí me gusta mucho hablar y el ‘Bar Natán’ es una conversación en directo entre dos amigos en un bar donde se bebe bien y se escucha buena música. Por Madrid han pasado ya Ramoncín, David Summers o Benjamín Prado. Y, al estilo neoyorkino, es un bar en el que también se ofrece merchandising, del que se encarga una empresa cántabra-mejicana que se llama Pumbalumba y tiene su sede aquí.
P.- Vive entre Madrid, Santander y Nueva York. ¿Cómo reparte su tiempo entre estas tres ciudades?
R.- Las que realmente ocupan mi corazón son Santander y Nueva York. Madrid es en la que he vivido desde niño. Mantengo una relación muy apasionada con las ciudades en las que habito. Me gusta exprimir cada minuto, cada lugar y cada esquina. Son como mis amantes porque, cada vez que vengo, siento un enamoramiento de esos que duelen cuando te marchas. En Santander están mis amistades de siempre. Uno de los días más felices de mi vida era el 31 de julio porque llegaban mis amigos a pasar el verano y el más infeliz el 31 de agosto, cuando tenían que irse y yo me quedaba un poco más aquí, apurando los días que faltaban antes de regresar a Madrid para comenzar el colegio.
P.- ¿Ha venido todos los veranos de su vida a Santander?
R.- Siempre pasaba la mitad de mis vacaciones en Santander y la otra mitad en Nueva York porque era la forma de ir a ver a mis dos abuelas y me parecía lo más maravilloso del mundo. Con quienes más felices son los niños es con sus abuelos porque es una relación de amor. Además, mis padres eran amigos de todos los intelectuales del momento y ese ambiente me marcó desde que era pequeño.
P.- ¿Qué es lo que más le gusta de la ciudad?
R.- Disfruto de mis lugares secretos, que ya no lo son tanto, y, sobre todo, de sentarme a contemplar. Suelo venir una vez al mes, en los momentos en los que me siento más cargado por la inmediatez y las prisas de Madrid. Lo que más me gusta de Santander es observar la vida lenta. Hay algo en su cotidianeidad que me parece extraordinario. He tenido ese sentimiento desde que era niño y nos sentábamos a charlar y a comer pipas en un banco situado junto a La Austriaca. Allí solía estar mi abuelo, Manuel Pereda de la Reguera, que fue presidente del Ateneo y escultor de la Puerta del Perdón del Monasterio de Santo Toribio de Liébana, entre otras muchas cosas. Estaba enfrente del Museo de Prehistoria y desde allí nos dedicábamos a ver la vida pasar. Eran momentos apacibles que recuerdo con nostalgia porque lograban quitarme las ansiedades y devolverme a esa sensación de inmortalidad propia de la infancia.
P.- ¿Ese gusto por la observación explica su faceta como documentalista?
R.- Me interesa mucho el recuerdo, recuperar historias… porque tener memoria es esencial. Un pueblo sin memoria está condenado al fracaso porque no hay nada peor que el olvido y el silencio. Me atrae la grandeza de las historias cotidianas y esa es la clave del documental que hice hace unos años sobre Las Urdes. Quería volver a visitar la obra de Buñuel para ahondar en esta geografía tan peculiar marcada por el aislamiento, como ocurre también en otras muchas zonas de España como la Vega de Pas. Gracias a este trabajo tuve la maravillosa experiencia de hablar con gente mayor y eso es algo que siempre me ha encantado. Cuando era un niño, hasta que rompí a hablar, lo que más me gustaba era sentarme a escuchar. El respeto por los mayores es el principal legado que me han dejado mis padres, que siempre estaban rodeados de personas maravillosas como Cabrera Infante, Josefina Aldecoa, Saura o Aute.
P.- Y luego está su faceta de escritor, que también se mezcla con la música…
R.- Todas mis novelas, como ‘Atlas’, ‘New York Blues’ o ‘La Chistera de Memphis’, tienen referencias musicales y ahora voy a sacar otro libro, que será ya el sexto, centrado en Nueva York. Es una especie de diario secreto, un cuaderno de viaje que surge como resultado de distintos lugares y peripecias que he vivido en esta ciudad, a la que viajo dos veces al año. El libro está lleno de canciones, detalles y recuerdos que voy guardando cuando estoy allí. Nueva York siempre me ha parecido una ciudad muy acogedora y siempre que voy hago una jam session. Es una ciudad repleta de gente solitaria, y por eso son tan importantes los bares, donde existe mucha cercanía. Nada más llegar, ya eres parte de la parroquia. Después de los atentados del 11-S ha cambiado mucho, pero el pueblo de Nueva York, aunque no olvida lo sucedido, ha demostrado su capacidad de erigirse frente al drama.
P.- Después de haber tocado tantos palos ¿Qué le ilusionaría hacer?
R.- A mi edad me queda mucho por delante. Me gustaría seguir haciendo lo que hago y también dirigir una película que transcurra en Santander o en Nueva York para poder contar historias pequeñas con personajes secundarios. En realidad, un escritor siempre cuenta la misma historia. Lo importante es no perder nunca la ilusión de las primeras veces, cuando tienes entre manos tu primer libro o grabas el primer disco. De mi trayectoria no podría destacar un trabajo de otro, me quedaría con todo.
Patricia San Vicente