‘LOS 10.000 DEL SOPLAO SON LO QUE SOY YO’

JESÚS MAESTEGUI, empresario de Cabezón de la Sal

“Soy terco, trabajador, lucho por conseguir todo lo que me propongo y me gusta compartirlo con los demás”. Así se define Jesús Maestegui, empresario y fundador de ‘Los 10.000 del Soplao’, la prueba deportiva que creó a su imagen y semejanza y que, tras 13 ediciones, se ha convertido en un éxito sin precedentes. Con una vena emprendedora muy marcada que heredó de su padre y un optimismo natural que le hace ver el vaso siempre medio lleno, posee negocios de alimentación, electrodomésticos, hostelería, construcción, informática, un gimnasio… Pero, por encima de todo, le ilusiona seguir mejorando y hacer más internacional este ‘infierno cántabro” que a él le ha hecho rozar el cielo.


P.- Su empresa, Maestegui, agrupa negocios de todo tipo. ¿Cuál fue el origen de todos ellos?

R.- Siempre trabajé en la empresa de mis padres. Salía de estudiar y me iba a la tienda a colocar y a descargar. Era la clásica tienda-bar de pueblo a la que llamaban “la todito-un-poco” porque podías encontrar cualquier cosa. Yo nací en el año 56 en el Barrio de La Luz, de Santander, pero solo estuve tres meses en la ciudad antes de trasladarme a Cabezón de la Sal. Mi padre trabajaba en la sección de arbitrios del Ayuntamiento pero pidió una excedencia. Quería viajar a Australia pero, como unos tíos de mi madre dejaban una tienda en Cabezón para irse a México, cambió de opinión, y allí acabamos.

P.- ¿Le viene de su padre su carácter emprendedor?

R.- Yo siempre estaba al lado de él y algo se hereda. Mi padre era una persona trabajadora, recta y muy consciente. Yo estuve interno en el Colegio la Salle; después estudié en Torrelavega y luego hice primero de Ingeniería de Caminos pero lo acabé dejando. Como vivía en Santander con unos familiares, no hice nada en todo el año. A mi madre le daba pena pero mi padre me dijo que si quería dejar los estudios me pusiera a trabajar, así que hice la maleta. Primero me fui de voluntario a la mili durante 20 meses a los paracaidistas, en Murcia. Al año de licenciarme me casé y pronto tuve tres hijos. En aquella época, los jóvenes teníamos tres deseos: coche, matrimonio e hijos. Yo siempre tuve poca vida social. Iba del trabajo a casa y de casa al trabajo, y eso en mi caso no era mucho, ya que vivía encima de la tienda.

P.- De aquella tienda fueron surgiendo oportunidades en otros sectores…

R.- Sí, mi padre era una persona inquieta y siempre sabía cómo encontrar oportunidades y mejorar la vida de los demás. Cuando veía un local vacío pensaba en un posible negocio, estaba acostumbrado a comprar y vender. Y así es como fuimos diversificando con otras actividades: electrodomésticos, construcción, hostelería, informática, gimnasio… ¡Menos funerarias tenemos de todo! (ríe). El Mesón Paraíso, por ejemplo, era la casa familiar de unas señoras de Santander, y mi padre no paró hasta que se lo compró. La empresa de electrodomésticos la creamos después de hacer un viaje a Andorra con un colaborador para comprar equipos de música y tengo otra de informática con unos chicos que me pidieron ayuda. Cuando decides emprender, lo importante son las personas que te acompañan en el proyecto.

P.- ¿Cuántas personas trabajan en su empresa?

R.- Ahora somos unos 50 pero hemos llegado a ser 90. Mis tres hijos también están en la empresa. Hemos ido cambiando, cerrando algún supermercado y veo que el futuro de los negocios es incierto, por el grave problema que supone la despoblación rural. Cabezón de la Sal todavía es como un paraíso, pero toda la zona occidental de Cantabria está afectada por el descenso de habitantes. Ya se ven muchos locales cerrados, en una situación que recuerda mucho a la que vivió en Torrelavega por la crisis, y están desapareciendo los sectores tradicionales, como la ganadería o los talleres artesanales de carpintería, que dieron fama al pueblo.

P.- En 2007, de la noche a la mañana, se puso a organizar la prueba deportiva más dura y reconocida de Cantabria. ¿Esa decisión cambió su vida?

R.- Sí, totalmente. En cierta forma abandoné un poco mis negocios, porque Los 10.000 del Soplao se convirtieron en mi ilusión y en mi objetivo. Pasé de estar todo el día en el trabajo y con la familia a relacionarme con mucha gente. Al final, esta prueba nació de mi forma de ser y de mi relación con un amigo de toda la vida, Daniel Gómez, con el que acabé montando un gimnasio. Yo nunca había hecho deporte pero empecé a hacer tablas de ejercicios y no paraba hasta ver el charco de sudor en el suelo (ríe). Después, le dije que me comprara una bicicleta para hacer el Camino de Santiago y decidimos participar en la ‘Quebrantahuesos’ de Huesca. Y eso que era una prueba de carretera y yo iba en bici de montaña.

P.- Por entonces ya rondaba los cincuenta años. ¿Cómo fue aquella experiencia?

R.- Fuimos cuatro amigos en una autocaravana y se convirtió en una auténtica odisea. Lo pasé fatal, toda la carrera lleno de barro y por las cunetas. Mi amigo me daba masajes y vino conmigo hasta el final. Por cabezonería me empeñé en terminar y, después de casi catorce horas, llegamos a meta acompañados de la ambulancia y del coche de cierre, desde el que me decían que no podía continuar porque estaba muy mal. Llegamos último y anteúltimo pero lo conseguimos. Y ese el verdadero efecto que tienen estas pruebas. Ver que has sido capaz de lograr el reto. Yo le encuentro siempre la parte positiva a todo, así que esa misma noche decidí hacer algo parecido en Cantabria.

P.- El Soplao ya lleva 13 ediciones. ¿Imaginaba el éxito que iba a tener?

R.- Detrás de todo lo que funciona siempre hay mucho trabajo y un poco de suerte. Es muy importante la gente que nos rodea y esta prueba ha funcionado por todas las personas que han apostado por ello. Hay unas 400 personas implicadas en organización y muchos voluntarios. Yo digo que es un caos organizado, porque está hecho con personas. Del avituallamiento, por ejemplo, se ocupa gente muy dispar: señoras mayores en Los Tojos, vecinos en Mazcuerras, críos…. Personas que se sienten parte del reto. Ni pagados ni obligados. Es una competición atípica porque no hay pruebas donde la gente se implique tanto, y aquí lo hace toda la comarca.

P.- ¿Sigue tan ilusionado como al principio?

R.- Sí, porque cada año tengo la intención de superarme. Al principio metíamos muchas horas y pensábamos en ello durante todo el día, y seguimos igual. Uno de mis defectos es que no apunto nada pero todas las noches repaso mentalmente la ruta, pensando en nuevas ideas. Igual que los católicos rezan el Padre Nuestro, yo hago una y otra vez el recorrido hasta saberme cada curva. Me pongo en el lugar del participante, haciendo incluso cosas innecesarias con la ilusión de mejorar el recorrido.

P.- La prueba cuenta ya con categorías muy variadas para que puedan participar, por ejemplo, personas con movilidad reducida…

R.- Así es. Esta prueba surgió porque visité el Colegio Fernando Arce, de Torrelavega, y fui consciente de lo que había. A veces no entiendes la realidad hasta que las ves con tus propios ojos. Ya llevamos cuatro ediciones de esta prueba, que es gratuita; y también está pensada para menores, porque me gusta que los niños convivan con la discapacidad. El recorrido les supone un gran reto y se enfrentan a él en las mismas condiciones que el resto.

P.- ¿Cómo valora la edición de este año?

R.- Ha sido El Soplao perfecto. Era la edición número 13 y a mi ese número me gusta. Hubo inundaciones, puentes en malas condiciones, cambios en el recorrido por problemas en los montes… y eso lo ha convertido en un año muy complicado. El hecho de que tanta gente no haya salido o haya abandonado lo ha convertido en épico para quien ha acabado. Muchas personas lo hacen para dar un homenaje a un familiar que está enfermo o ha fallecido y eso es lo que hace que El Soplao merezca la pena.

P.- ¿Qué espera de la prueba en un futuro?

P.- El Soplao se ha convertido en un importante motor económico para la zona frente a la despoblación y lo que queremos ahora es mejorar las cosas. Nuestro objetivo es hacerlo más conocido a nivel internacional y que atraiga a más gente a conocer la zona. Es importante conservar la naturaleza pero salvar un paisaje no es cerrarlo y en el occidente cántabro hay espacios naturales que son una maravilla. 

Patricia San Vicente

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