Beatriz Malagón (Cementos Alfa): ‘No sé qué hubiésemos hecho de no haber sustituido un 70% de los combustibles por residuos’

La fabricación de cementos siempre ha sido una dura prueba para la población de su entorno. Las emisiones de polvo, de SO2 y de CO2 parecían inevitables… hasta que han dejado de serlo, al menos las dos primeras. En esta evolución, Cementos Alfa es la fábrica española que más se ha autoexigido, al sustituir un 70% de los combustibles fósiles que utilizaba en sus hornos por residuos de todo tipo. Esa política ambiental redujo inicialmente sus márgenes económicos, pero ahora le ahorra derechos de emisiones y se ve menos afectada por las fortísimas subidas de los combustibles. Su directora, Beatriz Malagón, explicó esta adaptación en el último encuentro del Círculo Empresarial Cantabria Económica.


Cementos Alfa produce al año 600.000 toneladas de clínker que, en un 90%, van destinadas a la exportación, la mayoría al mercado británico. Cuando España vivía la burbuja de la construcción llegó a fabricar un millón de toneladas, que eran absorbidas por el mercado interno, pero la crisis obligó a la fábrica de Mataporquera a buscar otros destinos, para lo que resultaron vitales los dos silos de almacenamiento que tiene en el puerto de Santander, donde embarca su producción.

Pero la preocupación principal de la planta cántabra del Grupo Portland Valderrivas ha sido adecuarse a las drásticas exigencias que la UE ha establecido para las cementeras, que les fuerza a conseguir unas emisiones de CO2 inferiores a los 722 kilos por tonelada producida para 2025. La fábrica es la más avanzada en la reducción de las emisiones de toda la Península Ibérica, al haberlas situado ya en 732 kilos de CO2 por tonelada, y lo ha conseguido sustituyendo los combustibles convencionales por residuos, una práctica que introdujo después de comprobar lo que hacían otras plantas del norte de Europa.

Parte de los empresarios asistentes al encuentro, en los jardines del Hotel Real.

A pesar de que el proceso técnico de fabricación no tiene margen de mejora, la factoría está ya muy cerca de  conseguir el objetivo fijado por la UE. Le bastaría con usar más biomasa, cuya emisión de CO2 no computa, porque se entiende que esos residuos vegetales absorbieron en su día tanto CO2 como el que depara su combustión y el balance es neutro.

Desde que empezó a introducir residuos en la combustión, hace quince años, la fábrica de Mataporquera ha logrado sustituir ya todo el coque de petróleo que quemaba y parte del gasóleo por residuos de neumáticos, restos cárnicos, de disolventes y pinturas o forestales. No era suficiente tener una autorización para hacerlo, porque no es fácil mantener en el horno, sin altibajos, los 1.450 grados de temperatura que se necesitan para producir el clínker cuando se renuncia a los combustibles fósiles clásicos. El clínker es el antecedente del cemento, que se obtiene en un proceso posterior muy sencillo, y al que la fábrica da menos relevancia, ya que basta molerlo con una mezcla de yesos y cenizas.

En su charla ante los socios del Círculo Empresarial Cantabria Económica, Beatriz Malagón, la primera mujer que dirige esta fábrica, comparó la combustión de gasoil convencional, que siempre va a ofrecer el mismo rendimiento energético, con la quema simultánea de media docena de combustibles muy distintos entre sí y heterogéneos en su composición, como las harinas cárnicas, las pinturas, los neumáticos fuera de uso o los restos de madera, cada uno de ellos con un poder calorífico, una humedad y una granulometría variable. “Es complejo pero nos está mereciendo mucho la pena”, dijo. “Además de la mejora ambiental, no sé que hubiéramos hecho, con el coste actual de la energía, si este 70% que ya hemos sustituido lo tuviésemos que aportar de combustibles fósiles”, reconoció.

Desde 2010, Alfa ha quemado en sus hornos de 800.000 toneladas de residuos de todo tipo

Reducir el coste de la energía es muy importante para la fábrica de Mataporquera, obligada a competir en un mercado internacional donde los precios son más ajustados que en España y muchos competidores no tienen limitados sus derechos de emisión ni han de pagar por ellos. Para Alfa ese es otro coste, y le impulsa a evitar cuanto le sea posible las compras de derechos de emisión, porque solo tiene asignadas 312.000 toneladas gratuitas, cuando en 2021 necesitó 407.012.

La gran crisis de 2008 hizo que a la mayoría de los fabricantes les sobraran derechos de emisión y su valor en el mercado acabó siendo prácticamente nulo pero las fortísimas subidas recientes han llevado la cotización cerca de los 100 euros la tonelada, por lo que Cementos Alfa tuvo el pasado año un gasto de más de 8,5 millones de euros para cubrir esa diferencia.

Cuanto mayor sea el porcentaje de residuos en la combustión más se reducirán las emisiones y esa factura, lo que actúa simultáneamente sobre los dos problemas tradicionales del sector cementero. En la planta de Mataporquera, según puso de relieve su directora, la emisión de SO2 ha pasado de bordear los 1.000 miligramos en 2016 a ser casi inexistente, al prescindirse por completo del coque de petróleo como combustible, un hidrocarburo cargado de azufre. Otros gases, como el CO2, también están ahora muy por debajo de los niveles históricos y de los límites autorizados y no hay presencia de dioxinas y furanos, los dos componentes más peligrosos que depara la quema de residuos, porque desaparecen a partir de los 800 grados.

La red de conductos por la que circulan los distintos combustibles que alimentan el horno. La fábrica también tiene un proceso de recuperación del calor.

En su charla en el Círculo Empresarial Cantabria Económica, Beatriz Malagón recordó que la fabricación de cemento es responsable de nada menos que el 8% de las emisiones mundiales de CO2, dióxido de azufre (SO2) y óxidos de nitrógeno. Reconoció que, de no tomarse medidas, el problema se agudizaría, porque se calcula que en 2050 el 68% de la población mundial ya vivirá en zonas urbanas, lo que requerirá un consumo creciente de cemento durante décadas, por mucho que en España se vendan ahora 15 millones de toneladas, apenas un 40% de las que se comercializaban en 2007.

Para hacer frente a este problema que amenazaba con agravar aún más el cambio climático, la UE ha establecido el Pacto Verde Europeo que obliga a las fábricas del sector a reducir sus emisiones en 2030 al 61% de las que hacían en 1990. Afortunadamente para Cementos Alfa, buena parte de ese recorrido lo tiene hecho, porque ya en los años de la fiebre del ladrillo incorporó una instalación para poder quemar líquidos peligrosos en sustitución del coque de petróleo o el fuel (2006).

La montaña de residuos devorada

Por esta vía, la factoría de Mataporquera se ha deshecho desde 2010 de nada menos que 800.000 toneladas de residuos industriales, una gigantesca montaña que, de otra forma, estaría causando serios problemas de ubicación y contaminación. Al tiempo que resolvía los problemas de otras fábricas, reducía el suyo de emisiones.

El objetivo a largo plazo (2050) es que la empresa sea neutra en emisiones, unos esfuerzos para los que busca más comprensión. Malagón entiende que, al destruir residuos peligrosos de otras fábricas, la cementera evita que tengan que ir a parar a incineradoras de vertederos, y por tanto, se les debían reducir de su cómputo las emisiones que evitan en otros lugares. Tampoco resulta fácil competir en un mercado internacional “con países que no tienen derechos de mercado de CO2 ni una concienciación ambiental en sus empresas”.

La fábrica de Mataporquera en estos momentos no genera residuos, ni sólidos ni líquidos, porque todo lo que no es producto final acaba en el horno. El polvo de cemento que se depositaba en suelos y tejados del pueblo hace tiempo que está controlado y el problema de contaminación ha quedado limitado a las emisiones de gases, pero los datos de los medidores repartidos por la fábrica que analizan permanentemente la calidad del aire indican que los valores son más bajos que nunca e inferiores a los establecidos en su autorización ambiental.

El horno de la fábrica, cuyo interior está a 1.500º, es permanentemente controlado.

La directora de Alfa es la primera en defender que la mejor solución es que no haya ninguna emisión, pero cuando no es posible, la alternativa es reducirlas. Los fabricantes de cemento se enfrentan a un problema técnico de difícil solución, la imposibilidad de rebajar las emisiones en el proceso de calcinación de la materia prima de la que sale el clínker (las calizas y margas que extrae de su cantera a pie de fábrica). Son carbonatos que, al calentarlos, se disocian en óxidos de calcio y magnesio y CO2. Ese proceso genera, inevitablemente, 440 kilos de CO2 por tonelada y no tiene margen de mejora, salvo que la factoría utilice otra materia prima ya descarbonatada. De hecho, existe en Cantabria, y la genera como subproducto Solvay­ –que también calcina piedra caliza para sus procesos– pero dadas las ingentes cantidades que necesita la cementera, transportarlo hasta Mataporquera plantea serios problemas logísticos y de coste.

Mientras no se pueda encontrar una materia prima abundante de ese tipo, el margen técnico de mejora en la fabricación de cemento se reduce exclusivamente a la combustión. Cualquier hidrocarburo genera CO2 al quemarse y ahí es donde se centran las posibilidades de mejora, evitando utilizarlos.

El estándar de la producción de clínker es de 800 kilos de CO2 por tonelada (850 en el cemento). Las cementeras afectadas por el Pacto Verde reciben derechos gratuitos solo para 693 kilos por tonelada y la cifra va bajando progresivamente. Todo lo que sobrepasen estos valores han de acudir al mercado de derechos de emisión y pagar por ellos. La paradoja es que las compiten con fábricas turcas y marroquíes que están emitiendo 185 gramos más por tonelada y no tienen que pagar ninguna penalización.

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